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Historia de una oveja negra: la vida de Ana Margarita Gasteazoro

 

Luis Alvarenga

Cuando me encontré por azar con este libro, no sabía nada sobre la autora. Hubo dos cosas que me llamaron la atención de la contraportada. La primera, que la autora perteneció al Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), el partido socialdemócrata salvadoreño fundado en 1968 por Guillermo Manuel Ungo y en el que formó parte Ítalo López Vallecillos, Héctor Oquelí Colindres y otros profesionales e intelectuales progresistas del país. La autora, seguía diciendo la contraportada, se unió posteriormente a la lucha clandestina. La segunda cosa llamativa fue que también se afirmaba que el texto que tenía entre mis manos fue el producto de sus memorias personales “que grabó en su propia voz (…) antes de morir de cáncer el 30 de enero de 1993”.

Díganle a mi madre que estoy en el paraíso es el testimonio de una vida poco convencional. Su autora perteneció a la clase alta salvadoreña. Estudió en un colegio religioso y en el exterior. Podemos verla retratada fielmente en las páginas del libro: una joven que no está contenta con las ataduras y convencionalismos de la burguesía provinciana del país. Al igual que muchas personas que militaron en las organizaciones de izquierda, fue a través del cristianismo comprometido socialmente que Margarita Gasteazoro entró en contacto con la pobreza de su país. Poco a poco fue derivando hacia la militancia socialdemócrata, pero en ese camino, tuvo también importantes experiencias vitales y políticas en Estados Unidos y España.

En sus años de militancia en el MNR fue testigo del asesinato de los dirigentes del FDR y de varios de sus compañeros de partido. También, por su conocimiento de otros idiomas, por sus contactos en el extranjero, forma parte del trabajo internacional del partido. Hay un pasaje en el que narra que tuvo que participar en una conferencia de prensa en el exterior, a nombre del MNR, bajo seudónimo y con una peluca para poder disimular su identidad y poder volver al país, debido al clima de represión.

Es muy interesante la descripción del proceso en el que Gasteazoro se radicaliza políticamente y entra a las FPL. La autora narra el entorno de recrudecimiento de la represión y su frustración ante el hecho de que en el MNR no había lugar para el activismo político como ella lo hubiera deseado. Fue así como entró en una serie de tareas con las FPL. Una de estas tareas tuvo que ver con el rodaje de la película El Salvador, el pueblo vencerá. Su apariencia de chica burguesa le permitía entrar en lugares difíciles de acceder. En el rodaje de la película se robó un libro del Museo de Antropología, con imágenes del principio del siglo XX, que aparecen en el filme. También, por estos mismos vínculos de clase, entró en contacto con el cineasta Alfredo Massi, para poder acceder a tomas que éste hizo sobre bodas y fiestas de la élite salvadoreña. Todo eso aparece en El Salvador, el pueblo vencerá. Hay mucho de aventura, de travesura, de transgresión en esos gestos. Al leer su libro, uno puede ver que, pese a las experiencias duras por las que atravesó, Margarita Gasteazoro tenía un corazón juvenil.

Gasteazoro narra cómo siguió teniendo una participación en el MNR, aún siendo miembro de las FPL, como parte también de un trabajo conspirativo al interior de ese partido. Este es un tema que todavía no se ha documentado.

Estas experiencias incluyeron también su captura en una casa de seguridad de las FPL, la tortura y su posterior encarcelamiento en el penal de Ilopango, donde fue una de las fundadoras, junto a la comandante Mercedes Letona del ERP, de la sección femenina del Comité de Presos Políticos de El Salvador (COPPES). Resulta interesante leer acerca de las formas de organización de las presas políticas, de las condiciones de vida que las internas tenían, de su relación con “las comunes”. En el libro, Gasteazoro narra el conflicto que hubo por una relación amorosa entre dos de las reclusas, manifestándose tensiones por la moral tradicional que tenían incluso las organizaciones revolucionarias.

Escrito con una gran franqueza, el libro, cuyo título es la frase que Gasteazoro le pidió a la secretaria de la cárcel de mujeres que le hicieran llegar a su madre, tiene impresiones muy propias sobre diversos temas. A Guillermo Ungo lo describe con gran admiración, pero sin dejar de resentir lo que percibe como frialdad y severidad. A otros compañeros suyos, como Enrique Barrera, asesinado con los demás dirigentes del FDR, así como a Héctor Oquelí y a Rafael Guidos Béjar, los recuerda con mucho cariño. También es impactante cómo llega a constatar que, pese a lo que ella hubiera querido, “nunca sería una guerrillera. No importaba con cuál organización trabajara, yo siempre sería una activista política, y eso por mis habilidades y cualidades particulares” (p. 124).

Carlos Henríquez Consalvi conoció la historia de Gasteazoro en un congreso de historia en Texas. Judy Blankenship y Andrew Wilson, amigos de la autora, y que fueron los que la alentaron a narrar su historia, enamoraron a Consalvi de esta historia. El resultado fue el libro del que estoy escribiendo y que narra la historia de esta oveja negra.

Ana Margarita Gasteazoro. Díganle a mi madre que estoy en el paraíso. Memoria de una prisionera política. San Salvador, Museo de la Palabra y la Imagen, 2019. 286 pp.

 

 

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