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Homenaje a la poeta salvadoreña Amada Libertad

Lauri García Dueñas/ Poeta

La casualidad siempre me ha unido a la poesía de Amada Libertad. Hace unos diez años, recipe como siempre boquiabierta y despistada, viagra abriendo los ojos ante los libros con la conciencia de que nunca tengo el dinero necesario para comprar todos los que quisiera, here iba pasando por el pasillo que sortea la librería de la universidad, cuando al fondo de una pila desordenada de libros, algo me hizo detener la mirada.
Aparté los demás volúmenes, tomé entre mis manos un poemario de portada rosa con verde. En ese momento no sabía que ese libro, junto con “En la humedad en el secreto” de Roque Dalton, se convertiría en uno de los dos fetiches literarios que me acompañarían durante mi incipiente camino como escritora.
La modesta publicación, con una foto en blanco y negro de una adolescente cachetona –como yo- en la portada, me cautivó. Compré el libro, bien contenta porque me costó solo veinte colones, unos dos dólares, cuando todavía existían los colones y no habíamos sido dolarizados en un madrugón legislativo.
Mi ejemplar estaba desteñido desde su origen, como si en otro momento de la vida ya lo hubiese leído. Por lo menos eso sentí. Corrían aquellos años gráciles, cuando la juventud era plena y yo todavía no pensaba en los bemoles de la vida adulta.
“Larga trenza de amor” de Amada Libertad cambió mi vida. De una manera que no puedo explicar, me di cuenta de que en un tiempo reciente y paralelo alguien había compartido conmigo la misma sensibilidad y manera de ver el mundo, el amor, la naturaleza. Claro, desde una coyuntura más difícil que la mía.
No es que Amada me hubiese influido directamente, porque no la conocí en persona ni leí sus textos con anterioridad, pero sentí y siento que tengo una compañera literaria, alguien que comparte mis anhelos y tormentos a pesar de pertenecer a otro tiempo histórico. Alguien que escribió, antes de su muerte, que su final estaría relacionado con un eclipse. Una Maga. Una verdadera Maga.
Amada Libertad murió combatiendo en el cerro de Guazapa hace dieciocho años, durante un eclipse solar.
Al abrir las páginas de su libro, encontré la poesía más clara y diáfana que hasta ahora he conocido; la más social, política y amorosa que una mujer pueda escribir. Quienes me conocen saben que soy vehemente, pero en este caso lo soy el doble.
Dicha recopilación llegó a mis ojos, y a la de pocos lectores en este planeta, gracias a la labor titánica de Argelia de Quintana, madre de Amada Libertad, a quien años después conocería en un recital en Los Tacos de Paco. Por ahora, los poemarios están agotados.
De esa ocasión, como hoy, me enterneció y conmovió la militancia inquebrantable de una madre por la obra de su hija. Argelia tiene mucho parecido con mi mamá, ambas son mujeres comprometidas con la lucha social, comentaristas y amorosas, devotas de sus hijos, alegres y llorosas.
Argelia, en su humilde gestión, desde hace dos décadas, antologó y recopiló los “papelitos” que Leyla (el nombre de pila de nuestra siempre joven escritora) escribió durante su participación en la lucha social que intentó hacer de mi país un lugar más justo.
La historia ha seguido su curso y alguien robó mi libro. Años después, Raúl me prestó uno que estaba empolvado en su casa y no se lo devolví. Sentí que lo necesitaba y desde estas líneas le digo que fue por una buena causa.
Conservo en mi librero de México “En la humedad del secreto” y “Larga trenza de amor”, ambos en su segunda versión en mi vida, del primero, un buen amigo tuvo a bien robarse para mí un ejemplar de una biblioteca pública, cuando el mío fue extraviado.
Hace pocos meses, la casualidad obró por segunda vez. En México, Miriam, feminista y organizadora nata, me invitó al CICAM (Centro de Investigación y Capacitación de la Mujer) para que leyera en voz alta poemas de Amada para un homenaje radial que le estaban haciendo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de nuestra alma Mater, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Ahí llegué, con mi poemario rosa con verde, y con una cerveza León bajando por mi garganta, compartí con Miriam la vehemencia febril que me produce la obra de esta gran poeta salvadoreña.
Cada vez que leo sus poemas, en voz alta o baja, un escalofrío recorre mi piel, y mis ojos se llenan de lágrimas. Esa ocasión no fue la excepción. Mi poema favorito es sin duda el que le dedicó a su madre.
Hoy, operó la tercera coincidencia. Cancelado un concierto que me proponía cubrir para el reporteo sobre juventud y cultura urbana que me ha traído de nuevo a El Salvador; mi madre me comentó que había leído en el periódico que había un homenaje por el aniversario número dieciocho de la muerte de Amada. Y ahí nos fuimos.
Encontramos tomando café a Argelia y a la poeta salvadoreña Kenny Rodríguez, quienes luego de trabar plática conmigo por breves minutos me invitaron a subir al escenario a participar del homenaje, nada más ni nada menos que leyendo poemas de Leyla. Un honor, sin duda, tomando el significado profundo de esta palabra.
Desde hace varios años, he comentado con varias colegas sobre mi intención de participar u organizar un homenaje a mi poeta favorita. Este día, todo confluyó en el Palacio Tecleño, sin que yo preparara nada.
De pronto, estaba subida en el entablado y quise compartir, espero haberlo hecho bien, un poco de mi admiración y cariño por Leyla. Minutos antes, mis ojos estaban otra vez enturbiados por las lágrimas, cuando leí el prólogo que la maestra y escritora salvadoreña Matilde Elena López escribió para el ejemplar de “Mi pueblo”, donde decía que el corazón de chiltota (ave tropical abundante en nuestro terruño) de Amada Libertad había dejado este mundo entre luces de luciérnagas. Luciérnagas.
Sosteniendo el llanto, escogí tres poemas. Leí con aplomo y sin nerviosismo. De reojo pude ver cómo, en el ejemplar que sostenía Kenny, los poemas de Leyla estaban contestados en una conversación íntima a lapicero negro. “Mi hija…” alcancé a leer. Su madre de seguro todavía conversa con ella.
Hoy, vi a Argelia conmoverse y emocionarse. Miré a su hermana dedicarle un poema. Contemplé a Kenny, su amiga devota, repasar el libro y escoger los poemas que le leería en voz alta.
Al finalizar la primera ronda, aplaudimos durante un minuto en honor a la memoria de Leyla y de todos los que cayeron en la guerra civil que desangró a nuestro país.
Hace dieciocho años que Amada Libertad dejó este mundo, hoy y siempre la recordamos en su esencia humana y poética. De su mochila, su madre arrebató al olvido una serie de poemas que luego le regaló a la posteridad.
Dije, que el Estado salvadoreño no ha hecho lo suficiente por salvaguardar el legado de Leyla Patricia y promover su obra como se merece. Lo repito. Esperemos que ahora, con estos vientos de cambio político, se repare la deuda.
Este sábado, llovió a cántaros sobre la ciudad. No hay eclipse. La vida está construida sobre una sucesión de coincidencias. Admiro la poesía de Amada Libertad con toda la fuerza de mi corazón. Y este texto desgañitado, es un signo de afecto y recogimiento a su “Larga Trenza de Amor” y a cada uno de esos “papelitos” que escribió en la montaña antes de morir. Leyla: No te olvidamos.
“¡Hasta la poesía siempre!”, como dice siempre oportunamente el joven poeta salvadoreño William Alfaro. Y por qué no, una consigna del 68, llena de optimismo: “Debajo de los adoquines está la playa”.

Fuente: http://www.redyaccion.com/red_todo/Red_2009/julio/amada.htm

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