Por Marlon Chicas – El Tecleño Memorioso
Recordando algunas crónicas relacionadas al tema; sobresale una, cuya protagonista era una humilde anciana acostumbrada a sentarse en la grada de un establecimiento de lácteos en Santa Tecla; en la que solía aspirar el delicioso aroma del queso mientras digería un pedazo de tortilla, imaginándose con ello un suculento banquete.
Como es natural su presencia incomodó a la dueña del negocio, que colérica llamó a un gendarme para que la retirara del lugar; acusándola de comerse el queso. Ante tal señalamiento el agente observó detenidamente a la ancianita comprobando que esta solo absorbía el olor del lacticinio, al tiempo que consumía una porción de tortilla, repitiendo tal acción varias veces.
La agresiva mujer con dedo inquisidor señaló a la anciana con estas palabras – ¡Está mujer me come el queso! A lo que la octogenaria de ojos cansados y surcos en la piel respondió – Yo no te como nada – agregando – Lo único que te quitó es el olor del queso, mientras meriendo una tortilla- dicha respuesta enterneció al policía que, con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, recriminó a la vendedora por tal injusticia con estas palabras.
-La calle es pública, nadie tiene derecho sobre ella – y añadió -Si quiere que la aleje ¡parta tres libras del mejor queso que tenga! caso contrario no la retiro – y agregó – ¡Qué barbaridad, me dan ganas de meterla presa por injusta! – ante tal reprimenda y a regañadientes la proveedora pesó las tres libras de queso ordenadas por el gendarme.
Acto seguido el agente se dirigió a la longeva de esta manera, -Madrecita aquí tiene tres libras de queso, para que lo coma en casa- agregando – ¡En este mundo hay personas que no aman a sus semejantes! – luego aconsejo a la abuelita no acercarse más por el lugar, evitando así nuevos roces con la propietaria del comercio, a lo que la octogenaria asintió con su cabeza, recibiendo una dulce caricia de parte del guardia.
La anterior crónica de acuerdo con mi progenitora ocurrió en tiempos de su adolescencia, siendo testigo de ello, lo que marcó su corazón. Este relato debe hacernos reflexionar sobre la dura realidad que viven a diario nuestras adultas mayores, en muchos hogares del país, otras deambulando por las calles, condenadas a su suerte, incluso por aquellos a quienes les dio la vida.
De nada sirve derramar lágrimas ante un ataúd, a quien ya no siente ni agradece, si en vida no fuimos capaces de prestar atención a sus necesidades o escuchar pacientemente sus repetidas historias, llenas de experiencia y sabiduría.
Sirva este homenaje a mí querida madre, así como a todas las madres y abuelitas salvadoreñas, de igual forma a las que desde el cielo interceden por nosotros, mi cariño y admiración a su noble labor.
¡Feliz Día de las Madres!
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