Oscar Martínez
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En este día 12 de agosto, Día Internacional de la Juventud, muchos jóvenes dicen: “somos jóvenes comprometidos”, “jóvenes del cambio”, “los jóvenes somos el presente y no el futuro”, “en los jóvenes predomina el futuro y en los viejos el pasado”, y así con mucha jerga panfletaria se consumen en el tiempo. El gobierno por su parte apoya a la juventud (INJUVE), desconociéndose hasta el momento indicadores de impactos cualitativos de cambio, de al menos, pasar de ser objetos a ser sujetos.
Esa juventud manifestada así contrasta con la juventud de la década de los setenta y ochenta que se caracterizaba por su alto compromiso social y su práctica revolucionaria de combate a los opresores y en defensa de los oprimidos (hablaban menos carburo y ejercían más su poder político en la construcción teórica y práctica alimentada de una realidad concreta, objetiva, dinámica, sometida al análisis permanente para la definición de acciones estratégicas del momento histórico).
Uno de esos jóvenes fue Alejandro David, nació el 11 de abril del 1948, en Ciudad Delgado. Fue el mayor de sus hermanas: Clara Elizabeth, Ana Patricia y Victoria Eugenia. Clara y Patricia morirían también en el proceso de la lucha revolucionaria.
Su padre Tomás Alejandro Ramírez, ingeniero civil, trató de brindarle siempre la mejor educación y su madre Clara Luz Acosta, con quien mantenía una estrecha y buena relación. Fue un niño feliz, responsable y bondadoso, lo cual era el orgullo de su madre y padre.
Estudió la primaria y la secundaria en el Liceo Salvadoreño y el bachillerato en el Colegio Salvadoreño Alemán, en este último colegio se destacó junto con su primo Armando Sibrián Ramírez, por ser uno de los mejores estudiantes, lo que le valió que en 1966 ganaran un concurso nacional de conocimientos el “Torneo Juvenil del Saber”, patrocinado por la “Alianza para el Progreso, que en esa época se estaba introduciendo en el país.
El premio del concurso fue un recorrido por varias ciudades de los Estados Unidos durante un mes, lo cual realizó Alejandro David, con su primo y 3 compañeros de estudios más, todos con mucha alegría y ansias de conocer el mundo. Era una persona con mucha sensibilidad, apasionado de la música clásica, admirador del compositor alemán, Juan Sebastián Bach, de quien después tomó dicho nombre como su seudónimo; su sueño original era ser director de orquesta, lo cual no fue posible por las limitaciones en el país y porque no tuvo el suficiente apoyo de su padre.
En 1965 ingresó a estudiar ingeniería eléctrica a la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, que ese año abrió sus puertas como centro de educación superior, funcionando en el edificio contiguo a la iglesia Don Rúa. En la UCA hizo amistad con varios de sus docentes, como el padre Ibizate, Segundo Montes y posteriormente con Ignacio Ellacuría.
En esa época en América Latina recién se celebraba el triunfo de la revolución cubana, y arreciaban las agresiones norteamericanas; en el cono sur la guerrilla surgía como un reguero de pólvora y estaba en su apogeo la gesta heroica del Che Guevara en Bolivia. Se vivían momentos de rebeldía juvenil, el movimiento hippie, las protestas estudiantiles en París 1968, la masacre de Tlatelolco en México; la guerra de Vietnam conmocionaba al mundo y generó un amplio movimiento de solidaridad en los 5 continentes. Todos esos eventos impactaron a la juventud latinoamericana.
Desde 1932 El Salvador estuvo gobernado por dictaduras militares y en 1974 estaba de turno el Coronel Arturo Molina, quien a fuerza de golpes y balas detenía cualquier oposición política. Cada elección era un fraude, cerrando toda posibilidad de acceso al poder por la vía electoral, mientras crecía día a día el descontento popular por la falta de libertades y por la miseria en que vivía. En ese ambiente creció Alex, quien por su sensibilidad social poco a poco se fue comprometiendo con la causa de la justicia social y democracia. A través de su hermana Clara Elizabeth hace amistad con los hermanos y hermanas Peña: Felipe, Virginia, Ana Margarita y Lorena, quienes juntos fueron profundizando su conciencia social, hasta dar el paso de incorporarse a la lucha armada, como única vía de cambiar el sistema de cosas en este país.
Es así como se incorpora a las Fuerzas Populares de Liberación Nacional (FPL), cargado de ideales, por eliminar la pobreza y opresión del pueblo.
El 9 de agosto de 1974, cuando tenía 26 años de edad, cae en combate ante la Guardia Nacional, durante una operación de recuperación económica en la ciudad de Santa Tecla, junto a Jorge Luis Ávalos Guevara, de seudónimo “Alberto”, un joven estudiante de secundaria, que también había tomado el camino de las armas por la causa de su pueblo.
Alejandro David y Jorge Luis, verdaderos héroes de este pueblo son dignos representantes de una generación de jóvenes patriotas que no les importó dejar sus comodidades y privilegios y dar su vida por alcanzar la justicia, libertad y dignidad del pueblo salvadoreño.
La conducta ejemplar del hermano y las hermanas Ramírez siempre fueron y serán referentes ejemplares de mujeres y hombres soñadores con una sociedad de campos de mariposas y luciérnagas, con abundancia de vida donde broten nacimientos de agua -NO PRIVATIZADA- y comida criolla -LIBRE DE QUÍMICOS.
Una ciudad/comunidad de mujeres y hombres en convivencia, libre de violencia neoliberal, centros comerciales con muertos de hambre vivientes consumistas, portadores de dinero plástico como ombligos del sistema financiero (empresariado bancario), creadores de mundos de concretos, calentamiento global, plantas artificiales y comida chatarra para hacer negocios con el sistema de salud privado (hospitales, clínicas y farmacias).
Ese es el mundo de la oligarquía que hace de los gobiernos un negocio con la gran empresa, proveedores de servicios, consultores, especialistas que asesoran cómo robar al pueblo con la ley en la mano. Ese mundo de ricos y pobres es producido en sus empresas explotadoras a partir de la riqueza producida por todos y acaparada por unos pocos, llámesele capitalista, burgués, oligarca, patroncito, jefe o dueño. Esos son los explotadores, destructores de la naturaleza y de la vida humana de millones de hombres y mujeres que aún tienen esperanza en Monseñor Romero y más aún en la organización y lucha del pueblo, de ese que vive en el corredor seco centroamericano, que se rebusca en la informalidad -precaria- de la economía como una forma de sostén de la economía formal.
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