@arpassv
Con toda la atención puesta en la situación de Venezuela, pasan desapercibidos graves acontecimientos que suceden en Honduras y Brasil: el país centroamericano sufre un retroceso democrático y en la nación sudamericana se privatizan servicios públicos, empresas estatales y bienes naturales.
En Honduras, la extrema derecha se afianzó en el poder tras el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en 2009. El actual presidente Juan Orlando Hernández controla todo el aparato estatal: Ejecutivo, Congreso, Fiscalía, Poder Judicial y Tribunal Electoral. Hernández y sus secuaces cuentan, además, con el poder mediático y económico para imponer su agenda neoliberal.
Este control total de las instituciones -sobre todo de la Corte Suprema y el Tribunal Electoral- permitió a Hernández allanar el camino a la reelección, con la venia de las élites oligárquicas que destituyeron a Zelaya porque quiso consultar al pueblo sobre una reforma constitucional que avalara la reelección. Vaya hipocresía!: antes reelegirse era malo y ahora es bueno.
Complementan la tragedia hondureña la entrega de los recursos naturales a empresas extranjeras, la violencia e inseguridad y otros problemas resultantes de los escandalosos niveles de desigualdad y exclusión que ponen al país centroamericano entre los más atrasados de la región y del mundo.
Mientras tanto, en Brasil el presidente ilegítimo Michel Temer impone un programa de ajuste neoliberal que anula derechos, revierte políticas sociales y entrega el país al capital financiero, el agronegocio y las transnacionales. Llegado al poder por un golpe parlamentario-judicial-mediático, Temer privatiza ahora todos los activos estatales: empresas hidroeléctricas, aeropuertos, puertos, carreteras, etc.
Temer también entrega a empresas mineras y petroleras bastos territorios de la Amazonía, pulmón del planeta y patrimonio de la humanidad imprescindible para la continuidad de la vida. El resultado será la depredación de los bosques, contaminación de los ríos y vulneración de los comunidades indígenas.
Hacia fuera, Brasil desapareció como referente de la integración latinoamericana y del multilateralismo global, uno de los logros más significativos de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) presididos por Lula Da Silva y Dilma Rousseff. El “gigante sudamericano” ahora no existe en el tinglado de la política regional y mundial.
A pesar de todo esto, la tragedia hondureña y la oprobiosa realidad brasileña no aparecen en la prensa hegemónica y no son causa de preocupación de los funcionarios de la OEA, Estados Unidos y demás paladines de la democracia que se rasgan las vestiduras por la crisis venezolana.