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Hora de comenzar

Renán Alcides Orellana

Independientemente de los resultados de las elecciones para alcaldes y diputados, ambulance del pasado 1 de marzo, que -dicho sea de paso- dejaron tremendo escozor en la población, el aire fresco del anuncio de la beatificación de Monseñor Romero, programada para el 23 de mayo, ha generado expectativas de paz y esperanza, no sólo en la feligresía católica sino en el pueblo salvadoreño en general.

Han sido -son- ratos amargos, y hasta desventurados los que, en todo sentido, ha venido padeciendo El Salvador, especialmente con la pérdida por muerte violenta de tantos de sus buenos hijos; y la cuasi pérdida de los que, en busca de seguridad y bienestar, emigran hacia el norte u otros países del continente y de más allá, sin más equipaje que su inevitable tristeza. Cuasi pérdida, porque si emigran con las de ley o no, a triunfar o a fracasar, se da el riesgo de perderlos por los peligros del camino o por  la decisión de quedare a residir allá. Esta es la historia de miles de salvadoreños, a lo mejor ya convertidos en ciudadanos de otro país.

Sin duda, los amargos efectos de la violencia y la emigración forzada seguirán, agregados a los de extrema pobreza, alto costo de la vida y otras circunstancias, que hacen más difícil la existencia a los salvadoreños. Pero, las buenas señales nunca llegan tarde, llegan justo a tiempo. La beatificación de Monseñor Romero es una de ellas y quizás de las más relevantes. No sólo son aire refrescante espiritual para efectos individuales, sino que, de manera colectiva, promueven la unidad entre hermanos salvadoreños, y del mundo, en un momento en que las convulsiones políticas y económicas afectan la conciencia popular.

Está visto que la beatificación de Monseñor Romero no sólo ha despertado gozo, por estar en línea con la justicia, sino también intentos positivos de armonía comunitaria, porque la mayoría de salvadoreños de todas las ideologías y credos -católicos o no- en adelante intentarán caminar de la mano, hacia un estado más fraterno y de coexistencia pacífica. Con excepción -claro está- de quienes, con todo su derecho a disentir y hasta a odiar, siempre negaron a Monseñor Romero y tuvieron -tienen- contra él magros sentimientos de rechazo.

Siempre habrá oposición política e inconvenientes sociales de todo tipo, en el ser y quehacer de los pueblos y gobiernos; son parte de los Estados con intentos de democracia. Los necesarios pesos y contrapesos que, en el caso de El Salvador y a partir de hoy, se espera que funcionen a base de entendimiento, voluntad política y claro interés por la vida nacional. Si bien, algunas situaciones han dejado -y mantienen- un sabor amargo para la población decente: juicios penales con favoritismo; proceso electoral cuestionado y, como consecuencia, la lógica duda sobre la conveniencia o no de algunos de los funcionarios electos; sinnúmero de violaciones al Código Electoral y otras leyes… es comprensible el aprecio, credibilidad, respeto y devoción que, propios y extraños, profesan al nuevo beato/santo Oscar Arnulfo Romero,

De ahí que, independientemente de las conductas y los sucesos negativos, la ciudadanía espera un nuevo panorama hacia un nuevo futuro, confiando en que la capacidad y voluntad política no la defrauden, en las próximas elecciones de segundo grado para: Fiscal General, Procurador, Magistrados de la CSJ y CCR, Concejales de la Judicatura… de cuyo honesto y eficiente desempeño dependerán, en gran parte, la estabilidad y el ansiado desarrollo del país. ¡Así sea!  (RAO).    

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