Hugo Casas Irigoyén
Gran Maestro de Logia Rosacruz Francesa
y Presidente de la Gran Logia de Habla Hispana
Para enlazar con el texto de ahora, there recordemos lo dicho al final de la publicación No. 2. Se dijo allí:
“Acabo de pronunciar una de las palabras de los llamados pecados capitales que explica la doctrina de la Iglesia Católica, el orgullo. Ciertamente, ese mal endémico está identificado, cuando hace referencia al ego, como un terrible problema que sin duda está causando la mayoría de las diferencias existentes en la actualidad entre los seres que pueblan nuestro planeta”.
Orgullo no del ego
Ahora retomamos y seguimos:
Por eso pido su atención en este punto con el convencimiento de que ya saben que no estoy hablando del ego, sino del orgullo que es capaz de guiarnos hacia el conocimiento que promulga nuestra Venerable Orden, el que nos orienta hacia un futuro que todos deseamos que sea mejor, que debe ser mejor y que va a ser mejor. Me refiero a ese orgullo de sentirnos independientes de pensamiento, aunque sensibles y comprensivos con el entorno y con nuestros semejantes; el orgullo de pertenecer a un grupo que manifiesta características comunes, con pensamientos afines que nos igualan y nos unen, que pretende, como punto de partida de sus actuaciones, solucionar problemas en vez de crearlos; que los seres humanos encuentren la luz en vez de la oscuridad; que nuestras consciencias florezcan desde nuestro interior en lugar de que se vean impuestas por puntos de vista externos; un grupo que posee un Egrégor en el que refugiarnos y al que alimentar convenientemente con nuestro más altos pensamientos y en el que, en los momentos de adversidad, nos lleve a reencontrar la afirmación más básica de nuestro ser y a encontrar ese Maestro Interior que nos indique el camino para abandonar nuestra profunda oscuridad, si es que un día nos encontramos ante la profundidad inenarrable de una noche oscura para nuestra alma.
El orgullo peligroso
Sin embargo, no debemos olvidar que el orgullo basado en el conocimiento incorrecto también será peligroso, incluso si un día carecemos de orgullo. La voluntad expresa nuestro ser mediante la toma de decisiones que nos afectan y afectan nuestro entorno. Las decisiones que tomamos o dejamos de tomar son los ladrillos con los que construimos nuestro futuro y nuestro ser, día a día, minuto a minuto. Nuestras decisiones siempre tienen consecuencia y siempre recogemos las consecuencias de lo que hacemos. Nuestro conocimiento o nuestra ignorancia guían nuestra voluntad y nuestras decisiones. Incluso nuestros impulsos se pueden domesticar y guiar hacia los caminos apropiados y benéficos.
Decimos que nuestro orgullo nos ciega cuando la afirmación del ser propio pretende que podemos escapar de las consecuencias de nuestras decisiones. Incluso cuando nos escondemos en la masa, despojándonos de toda afirmación personal, recogemos las consecuencias de nuestra falta de decisión. Nuestra falta de orgullo no es una coartada apropiada ante el juez del Karma. Cuando afirmamos nuestro ser estamos emplazando las fronteras entre nuestro ser propio y lo que etá “fuera”. Estas fronteras filtran lo que recibimos y lo que damos. Nuestro orgullo puede convertir nuestro castillo en una prisión que nos encierra y no nos permite salir al exterior. Nuestra falta de orgullo puede hacer de nosotros una playa barrida por las olas de los caprichos exteriores. Mantener estas fronteras exige un esfuero constante, puesto que el tiempo siempre está jugando con ellas para tratar de derribarlas. En realidad, en última instancia, somos como castillos de arena que el viento y el agua van desmoronando para que, finalmente, nos reunamos con el infinito. Sin embargo, mientras dura esta ilusión, tenemos que vivirla como la realidad; mientras el castillo sigue en pie y tenemos fuerzas para mantenerlo, tenemos la ilusión de mantenerlo y tenemos el deber de mantenerlo en pie. (continuará)