“En este mundo, en efecto, trivializado y gris, sin utopías ni ilusiones, es importante encontrar personas que, por su modo de ser, comuniquen luz y ánimo para que podamos ser humanos y cristianos. A esas personas hay que buscarlas como se busca una perla preciosa y agradecer el haberlas encontrado.”
(Jon Sobrino)
Alirio Montoya
Este 16 de noviembre se cumplen 35 años del repudiable asesinato de Ignacio Ellacuría, cinco compañeros jesuitas más, la empleada Elba Ramos y su hija Celina de tan solo 16 años. Una manada enfurecida y sanguinaria al servicio de la oligarquía y de los altos mandos de la dictadura militar ingresaron a las instalaciones de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Sin vacilar y de la forma más cobarde les dieron muerte. Ese asesinato ha sido uno de los peores crímenes de lesa humanidad en la historia de las dictaduras militares de América Latina.
Guardando el respeto a la memoria de todos los que fueron asesinados en la UCA ese 16 de noviembre de 1989, quiero referirme en esta ocasión solamente a Ignacio Ellacuría, y lo hago por una razón: en estos tiempos de violación sistemática a los derechos humanos, se vuelve necesario abordar el tema de los derechos humanos desde la visión ellacuriana, utilizando las categorías de historización y
Pues bien, resulta pertinente aclarar que Ellacuría disentía con esa concepción dominante sobre los derechos humanos; esto es, que elaboró una crítica a la concepción liberal de dichos derechos y formuló una teorización de los mismos que se ajustaran a las luchas de liberación de las mayorías empobrecidas. Ciertamente, en el relato academicista, así como en el discurso oficial sobre los derechos humanos, la persona humana no era ni es actualmente tomada en serio. La discusión que impera actualmente en los diversos círculos sociales e institucionales acerca de los derechos humanos no es más que una pedante retórica, cuya ficción discursiva pretende encubrir la penosa realidad en que viven las mayorías populares. Ante esa situación, Ellacuría se hizo cargo de la realidad, revirtiendo y reconstruyendo esa vetusta y anquilosada concepción de los derechos humanos; y lo hizo partiendo de un honesto diagnóstico desde la praxiología de la liberación, con la pretensión de crear nuevas estructuras humanizantes.
Dentro del ensayo “Comentarios a la Carta Pastoral” incluido en Escritos políticos (Tomo II), Ellacuría se pregunta cuándo las estructuras sociales son injustas y cuándo estamos frente a la violencia institucionalizada. El filósofo vasco-salvadoreño responde a esos interrogantes afirmando que ese mal histórico de desatender a los más pobres – y dicho sea de paso se ha venido reproduciendo hasta nuestros días-, es la causa de la existencia de estructuras injustas y violentas en la sociedad salvadoreña. Esa triste realidad se materializa -continúa Ellacuría- cuando se atenta gravemente contra los derechos fundamentales de las personas; cuando las estructuras económicas, políticas, jurídicas y sociales de un país han negado histórica y sistemáticamente el goce de los derechos fundamentales de las personas.
Esta violación de derechos fundamentales se evidencia cuando existe una prolongada negación de tales derechos, como el derecho a la vida, el derecho a la alimentación y a la salud, el derecho a la organización política, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a un juicio justo; el derecho pues, a no ser apresado injustamente y a no ser torturado. Esas eran las modalidades de la violencia estructural en las décadas de 1970 y 1980; algunas de ellas lastimosamente perviven en la actualidad. Ese pecado estructural que se proyecta muchas veces desde el Estado y los grupos de poder económico requiere urgentemente de ser revertido.
Es inaceptable que se le aplique un irracional recorte presupuestario a los ministerios de Salud y Educación, por ejemplo; con mucha más razón se aviva la indignación popular al contar con escuelas en estado deplorables, cuando se evidencia la carencia de medicamentos en la red de salud pública; hay escasez de medicamentos importantes para el tratamiento de la hipertensión arterial, por citar un solo caso. Y si eso fuera insuficiente, en pleno siglo XXI hay familias salvadoreñas que carecen del servicio de agua potable. La verdad, es inaceptable. Con todo, se configura la impresión de un sentimiento de desprecio por los más pobres. Por situaciones como las descritas es que Ellacuría promovía la urgencia de hacer de los derechos humanos una herramienta de lucha contra ese tipo de violencia estructural. En el plano socioeconómico también se manifiesta el pecado estructural, al momento en que las necesidades básicas de las familias más pobres encuentran limitaciones. Por ello es que Ellacuría apelaba por la liberación de las necesidades básicas, sin cuya satisfacción asegurada no puede hablarse de vida humana, ni menos aún de vida humana digna. En ese orden, para Ellacuría los derechos humanos tenían que asumirse como una necesidad; esto es, que los derechos humanos debían contener la exigencia de la satisfacción de necesidades que hacen viables a la especie humana y a sus modos de convivencia social y política.
A su vez, para Ellacuría los derechos humanos debían asumirse como un producto histórico, en tanto resultado de una praxis histórica manifestada en la conciencia colectiva de los pueblos oprimidos. También, los derechos humanos debían asimilarse como aspiraciones, en razón de estar abierto a los cambios requieren de actualización. Estas aspiraciones son naturales, cuyo fundamento se asienta en aspectos biológico-éticos. Conceptuar los derechos humanos como aspiraciones sugiere la impresión de un humanismo dinámico sustentado en la lucha por la justicia vinculada a las necesidades más apremiantes de las mayorías populares.
Con lo dicho hasta aquí, el planteamiento ellacuriano se proponía la sustantividad de un nuevo esquema práxico de los derechos humanos, en procura de la liberación de los pueblos. Esa propuesta humanizante incomodó al grupo hegemónico que ostentaba el poder económico y a las fuerzas extranjeras aliadas de la dictadura militar. Ante la incapacidad mental de controvertir lo expuesto por Ellacuría, y frente a la incapacidad de continuar ocultando la realidad, propició el empuje hacia un callejón sin salida que los llevó a la irracional decisión de cegarle la vida.