Orlando De Sola W.
“A la gente de aquí le gusta cantar y reír por nada. Casi todos somos pobres, pharm cialis pero no lo tomamos como una desgracia, ampoule ni lo admitimos como algo meritorio.”
“Nunca nos ha importado porque desde hace muchos años, cialis cientos de años, la vida ha pasado igual, sin mayores cambios.”
“Todos nos conocemos y nos tratamos de igual a igual. Lo mismo vale el que tiene carreta, como el que solo tiene un machete para trabajar.”
Estas son palabras de la protagonista de “Un Día en la Vida”, la famosa novela salvadoreña que ha sido traducida a muchos idiomas y leída en muchos lugares.
Vale la pena considerarla porque refleja nuestra realidad, muchas veces disfrazada de estadísticas engañosas y distorsionada por relatos tendenciosos que pretenden inculpar ideologías, religiones, o sistemas de organización social.
La culpa, sin embargo, no es tan importante como la misericordia, así como la inteligencia es preferible a la ignorancia y el afecto a la indiferencia.
Buena parte de la responsabilidad recae en el individuo; el ciudadano consumidor y contribuyente que tiene en sus manos, su mente y corazón su destino personal, pero también el futuro del estado nacional, que representa una familia agrandada. En abundancia, o en escasez, el individuo siempre tiene una doble responsabilidad; la propia y la del estado, la individual y la colectiva: ambas exigen buen discernimiento y conducta.
Han pasado muchos años desde que somos república, que significa cosa pública e implica el bien común, pero permanece la lucha entre egoísmo y altruismo, entre indiferentes e indolentes, que sobreviven en el mismo territorio, con ignorancia y violencia.
La pereza, o indolencia, tiene mucho que ver con el estado de postración, pero también la indiferencia, o desamor. No podemos descartar la ignorancia, que también es parte del fatalismo prevaleciente, lo cual no excusa seguir cantando, como la chicharra de la fábula.
Reír y cantar es bueno cuando refleja satisfacción, pero cuando refleja conformismo, resignación, o aceptación de una realidad inaceptable, es señal de fatalismo. Por ello la importancia de la frase: “Lo mismo vale el que tiene carreta, como el que solo tiene machete para trabajar”, que confirma la igual dignidad de las personas, sin considerar el tamaño o calidad sus herramientas para trabajar, o vencer la pereza. Por supuesto que entre mejores y mas avanzadas las máquinas, o instrumentos de trabajo, mayores las posibilidades. Pero eso no nos hace mas o menos dignos que nuestra actitud ante los deseos, necesidades y posibilidades reales.
Los cantos de sirena pueden ser peligrosos, como relata la Odisea. Pero las sirenas, aunque no existen, igual que las utopías son necesarias para pretender algo mejor, aunque debamos actuar para realizarlo.
La indolencia, la indiferencia y la ignorancia son enemigas del bienestar general y del compromiso social. Nuestro bienestar personal depende de tres componentes, que son: el físico, o material; el emocional, o sentimental; y el intelectual, o racional. Esos tres componentes también definen el bienestar colectivo. Pero hay que superar la indolencia y la indiferencia con buena voluntad y trabajo individual. No se puede alcanzar el bienestar con revancha y desprecio, sino con trabajo, que es vencer la pereza. Pero también se necesita saber escuchar, que es amar.
Vencer la pereza no es fácil, pues todos padecemos esa inercia, o inmovilidad natural, a veces paralizante. Es entonces cuando la necesidad, la curiosidad y el deseo, nos motivan para romper el estancamiento que viene de la indolencia.
El odio, la envidia, la pereza, la soberbia y la codicia impiden el progreso. Por ello es importante reconocer la igual dignidad de todos, aunque seamos diferentes física, intelectual y emocionalmente.
Alberto Masferrer propuso, a principios del siglo XX, un “Minimum Vital” para satisfacer desde el estado las necesidades básicas para una vida digna. Mencionó lo material, aunque también incluyó la recreación.
Casi un siglo después sigue siendo obvio que para sobrevivir necesitamos agua, alimento, aire limpio, techo y abrigo; pero también necesitamos respeto, reconocimiento y aprecio. Eso no se puede legislar, como tampoco se puede legislar la felicidad, pero es esencial para la vida en sociedad, como lo hemos constatado desde que vivimos en civilización, en comunidades. Por ello debemos reducir el espíritu de dominación, o de conquista, a veces disfrazado de competencia, sustituyéndolo con compasión, o espíritu de servicio.
No se puede progresar en comunidad si desde el estado y el mercado competimos para expoliar y explotar a los demás. La competencia, se entiende, es para servir mejor, no para servirse mas de las necesidades y deseos del prójimo. Esto es deseable desde el estado y el mercado, que somos todos, aunque no nos demos cuenta.
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