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Impago 1931 y golpe de Estado (VII)

IMPAGO 1931 Y GOLPE DE ESTADO (VII)

Por Caralvá

 

07 de diciembre de 1931. Diario Latino .

Declaraciones de Araujo en Guatemala .

Dice que espera que Washington lo restituya al poder

No claudico, ni pienso claudicar. Continúa creyendo el Ingeniero Araujo que volverá al poder.

Información de “El Imparcial” de Guatemala , del sábado 5.

El jefe de redacción de El imparcial estuvo esta tarde a las tres a entrevistas al presidente de la República de El Salvador Ingeniero Arturo Araujo en su residencia de la legación salvadoreña, con el objeto de obtener de él, declaraciones con respecto al movimiento militar que agita a la nación hermana. El jefe del

estado vecino nos recibió con gentileza y cortesía. Ni las fatigas del viaje, ni el nerviosismo natural que causa una situación política semejante, se advierten en su ánimo, manteniéndose sereno y tranquilo.

No tengo más declaraciones que hacer, nos dijo el Ingeniero Araujo, que me encuentro aquí obligado por las circunstancias que ya todos conocen.

Sin embargo, pueden ustedes manifestar al pueblo de Guatemala que no he claudicado ni claudicaré. He dejado al frente del gobierno al segundo designado a la presidencia doctor Olano, persona de mi entera confianza; no deposité el mando en el primer designado, señor Salvador López Rochac, porque él quiso acompañarme en este viaje.

Espero que el departamento de Estado de Estados Unidos, decida su apoyo al delegado de mi gobierno doctor Olano, de acuerdo con el espíritu de la legalidad que siempre ha sido norma en el gran pueblo del norte; y tan pronto como ello ocurra, yo regresaré a mi país a ponerme al frente de sus destinos, que ahora y siempre me fueron caros.

Nunca esperé, continúa, que el general Maximiliano H. Martínez, vicepresidente de la república y ministro de guerra, me traicionara.

Agradeció el ingeniero Araujo el saludo de nuestro representante le presentó, prometiendo que en cuanto considere oportuno hará las declaraciones que las circunstancias demanden.

Uno de los acompañantes del presidente Araujo, nos informó que por telegrama del representante diplomático en Honduras, tuvieron hoy conocimiento de que la mayor parte de los departamentos de la república se han declarado en favor del gobierno del ingeniero Araujo, delegado en el señor Olano y que fuerzas de los departamentos de oriente, marchan sobre la capital. Se nos agregó también que la opinión civil y militar se manifestaba compacta en torno a gobierno constitucional.

07 de diciembre de 1931. Diario Latino.

La obligación de los militares de respetar y hacer respetar nuestra constitución.

Nada más justificable al tenor de los preceptos constitucionales, que el golpe militar de la noche del 2 al 3 de diciembre corrientes que puso fin al desorden administrativo, al caos político, de la administración araujista. Los militares jóvenes, con su rasgo de audacia y patriotismo, cumpliendo su deber, han respondido a una imperiosa necesidad, hondamente sentida por nuestro pueblo, vivida en dolor y amenaza cercana.

El artículo 132 de nuestra Carta Magna dice textualmente: “La fuerza armada es instituida para mantener la integridad del territorio salvadoreño, para conservar y defender la autonomía nacional, PARA HACER CUMPLIR LA LEY, GUARDAR EL ORDEN PÚBLICO Y HACER EFECTIVAS LAS GARANTÍAS CONSTITUCIONALES”. Claramente queda definida la misión del Ejército, la razón propia de su existencia, el deber de la Institución Armada.

Un ligero análisis de los actos del gobierno caído nos basta para justificar la actitud de la joven oficialidad capitalina, enmarcada en la esfera legal del artículo a que hacemos referencia. El Gobierno del ingeniero Araujo se caracterizó principalmente por un absoluto desorden en las diferentes ramas de la Administración Pública, sobre todo en lo referente a las cuestiones hacendarias, por el irrespeto a la Ley y la anulación de todas las garantías contempladas por nuestra Constitución y por un absoluto desprecio a la opinión pública manifestada en diferentes formas.

Un Estado de Sitio injustificado vino a matar el derecho de libertad, el derecho de asociación y el derecho de reunión en los precisos momentos en que más se necesitaba el ejercicio de tales derechos, cuando se discutían asuntos vitales para la patria y urgía la cooperación de los capaces para hacer frente al grave problema económico en la crisis que aflige a todos los pueblos de la Tierra, castigando con más dureza a los peor gobernados. El objeto de ese Estado de Sitio fue hacer callar los clamores de la opinión pública, impedir que los salvadoreños opinaran sobre sus asuntos vitales y poner una mordaza a la prensa independiente y al pensamiento joven, por joven, desinteresado y enérgico. Y así, al amparo del silencio, con el aplauso de los espíritus serviles -los únicos que tenían derecho a opinar- convertir nuestra democracia en una autocracia inepta, desorientada y desorganizada, y a nuestra nación en un feudo explotado por unos cuantos pseudomandarines repletos de codicia y ayunos de talento.

En estas condiciones ¿cuál era el Porvenir que esperaba a los salvadoreños? ¿qué perspectivas se abrían para la patria? ¿a dónde iría a parar un Estado cuyos dirigentes ni entendían de nada, ni se preocupaban de otra cosa que no fuera su egoísmo? Indudablemente nuestro pueblo, nuestra nación y nuestro Estado iban a su completa ruina a velocidad vertiginosa, entre el clamor de las risas inconscientes y el espanto de los que tenían ojos para ver el hundimiento cercano, casi inevitable.

Pero, la joven oficialidad capitalina, los alumnos de nuestras escuelas militares, los soldados de la guarnición, en una palabra, el Ejército, comprendió que llegado era el momento de cumplir el imperativo constitucional y poner coto al abuso y a la ineptitud y, como una gloriosa reivindicación del buen hombre del ejército, las bayonetas sirvieron esta vez para libertar y para redimir. Esta romántica aventura de  patriotismo genuino, esta clarinada de heroísmo y sacrificio útil, marca el principio de una era de reconstrucción nacional, de orden, de libertad y de garantía.

Las ametralladoras entonaron la noche del dos al tres de diciembre el himno de las grandes reivindicaciones populares, al latir unísono de valientes corazones y al renacer de ideales y esperanzas que todos los salvadoreños estamos obligados a sostener cooperando, en la medida de nuestras fuerzas, al resurgimiento del bienestar nacional.

La romántica asonada militar subraya con fuego y sangre de ideales los conceptos del artículo 132 de nuestra Constitución Política.

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