Luis Arnoldo Colato Hernández
Educador
La impunidad es un fenómeno que, para sustentarlo, requiere erosionar la institucionalidad en su totalidad, lo que supone estancarse y hasta retroceder en todos los marcadores sociales, conservando así el status quo perverso que da vida a su existencia.
Así los crímenes que cometiera el militar, el agente del estado y el oligarca, procura pasarlos mediante el olvido, aplazando su abordaje con cualquier excusa, en particular recurriendo burdamente a la seguridad nacional, impidiendo exponer la documentación que el estado a través de las fuerzas del orden y armadas resguardan tocantes a los delitos que se procura encubrir.
Para lograrlo, el denominado establishment corrompe intencionadamente al poder judicial, que satura con sobalevas e incapaces aún más corruptos, siempre dispuestos y serviles para con sus patrocinadores.
Tampoco el sistema educativo se salva de este esfuerzo, pues también se lo vicia imponiendo para el caso, la memoria al análisis, y el reductivismo de salón a la comprensión, garantizando así que las jóvenes generaciones simplemente se divorcien de su pasado histórico, aún del más reciente.
La corona es la omnipresente amenaza de hacer uso de la fuerza por parte de las élites, “…para recobrar el orden…”, de acuerdo a estas, y para quienes las fuerzas armadas siempre disponen sus buenos oficios, pues la paga compensa el deshonor y los envites de la historia.
En fin, se procura olvidar a los muertos, los crímenes, no solo con la tierra revuelta que ya yace sobre estos, también mediante el aparato político que opera todo con el fin de perpetuar esa impunidad, y, en consecuencia, procurando intencionalmente como ya vimos arriba, corromper la memoria colectiva.
Y ese es el mayor logro de la impunidad.
Lograr que apenas dos o tres décadas pasados los crímenes, sean olvidados incluso, por las víctimas más directas de estos: hijos, madre, hermanos, esposas y amigos, estado.
Esto es posible precisamente al negarse el establishment a revisar, a abordar los hechos señalados, posponiéndolos de manera indefinida, garantizando que la generación responsable tanto material como intelectual de los crímenes en cuestión, se ha avejentado tanto, que la apropiada narrativa induzca en una población corrompida por la negación de memoria, perdonar aquellos aberrantes crímenes.
Ese escenario es el que padecemos ahora, pues tanto los gobiernos pasados, pero en particular el actual, han refrendado la negación de justicia a las víctimas de desapariciones forzadas, de asesinatos, de torturas y detenciones injustificadas, del saqueo perpetuo al estado cometido por las diferentes administraciones, de la evasión y la elusión, en fin de la injusticia estructural prevalente, para siempre beneficiar a las élites, a los sectores privilegiados y por supuesto, a sus verdugos, preservando la impunidad.
También la extorsión actual, como las desapariciones y los asesinatos que, aunque en menor cuantía se suceden ahora de la mano de las pandillas que siguen operando al abrigo del estado de excepción y en el marco de las negociaciones realizadas con el actual gobierno, también estos se corresponden con esta subcultura.
La omnipresente, vulgar y despreciable impunidad.