Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y poeta
Augusto Crespín vive en sus trazos, store en sus líneas y en cada uno de los detalles que deja en su obra. Tiene la vida como un bodegón al que le da forma hasta saldar su deuda con la vida: crear. Sus trabajos expuestos en Vivencial e inconcluso pueden darnos la percepción de trabajos aún en proceso, capsule posibles bocetos que llegaron a la mitad de su desarrollo. Pero no, medicine la obra de Crespín no responde a la casualidad, al menos no la que ha vivido, porque sus líneas resumen la vida misma. ¿Y acaso no es así la vida, un conjunto de formas amorfas que dan la impresión de que no todo se ha acabado? ¿Somos seres finalizados o inconclusos hasta que llega la muerte?
Esa muerte presente en la obra de Crespín, porque no hay vida sin ella, y la llevamos en nuestra espalda siempre, la vivimos hasta que llega el día irreparable y único en el que ya no hay más que apuntar a nuestra vida, sino el ocaso absoluto.
1. Así es la vida, como una forma andrógina que pretende alejarse del dolor, pero lo lleva sujeto en su costado, tras las costillas en una herida que deja escapar delicadas hebras de sangre por la hoja negra de un cuchillo que la inexistencia ha colocado para siempre entre esas líneas de grafito y tinta como es el deseo prohibido o lícito, una profunda agonía que va declinando hasta que no existe aliento en nuestros cuerpos.
2. Tras sentarse y cubrir sus genitales, la figura andrógina asume una posición fetal, inclina su cabeza procurando volver a su vientre en una posición infinita e inconclusa, mientras el deseo se sostiene sentado y en líneas difusas desaparece en sus muslos para sólo ver el papel, en tanto la sangre se derrama con crudeza por un puñal de hoja azabache que recuerda una cruz vendada, y algo de su cabello emerge como una libélula sin rostro, más que el perfil del dolor, de líneas que suturan vacío como el que se sostiene donde no hay más que el delicado blanco que sostiene la fruta, el cuerpo.
3. Una mano señala con la uña de su pulgar, roja. Dos dedos parecen sostener el limbo mientras sus dedos medio y anular s en rigidez aguardan la muerte que jamás llegará, porque es inconclusa, es desmembrada desde la cuarta parte de su antebrazo , donde la sangre da lugar a una cueva, a la oscuridad del grafito y la tinta que poco a poco va llenando de sombras el papel y muestra la extremidad que asiría todo, que alimentaría como un fragmento desaparecido, de un cuerpo que quizá no exista, como esas piezas que asemeja cada individuo de nuestra sociedad fragmentada.
4. Y a pesar de la sombra y las heridas de bala busca lo eterno, lo sublime y se presenta en el cuerpo de una mujer con tres disparos que va llorando sangre al abrir sus alas de tinta, bajo la marca del dolor y el irrespeto a la belleza, aprieta sus piernas y cubre una con la otra dando paso a las líneas que se ahogan en el papel hasta no existir. Heridas impares, tres, una. Siempre heridas, mutilados, inconclusas como es la vida de cada individuo, sobre todo los días que habitamos en El Salvador, un país de guerra y posguerra que alimenta con intensidad los días porque vivir es el precio irremediable de morir un día como sucede en los trabajos de Augusto Crespín que habitan en blanco y negro como la ambivalencia de todo: el bien y el mal. Separados sólo por su ingenua frontera: la sangre. Aquella que sufre y da vida, pero que queda como testimonio al ser derramada, exponiendo que una vida fue cortada o se pretendió cortar en los materiales que Crespín utiliza, en los que el blanco del papel o del lienzo se imponen en rincones o fondos de todo, como sucede con la ausencia en la vida.
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