Desaguadero / AFP
Guillaume Decame
«¡La gente quiere el retorno de Evo!», dice Amílcar, con el aliento entrecortado por el aire puro pero enrarecido de los Andes bolivianos. En las costas del lago Titicaca, los indígenas aymara, de los que forma parte Evo Morales, sueñan con el regreso de su defensor, quien les devolvió la «dignidad».
Amílcar, de 27 años y que prefiere no revelar su apellido, no ha participado de las manifestaciones violentas de los partidarios de Morales, motivadas por la renuncia del domingo del que fuera primer presidente amerindio de Bolivia.
Sin embargo, dice que comprende la rabia de sus compatriotas frente al «golpe de Estado» fomentado, según él, por los «blancos que tienen mucho dinero» y que «quieren controlarlo todo».
Los amerindios representan 62% de los 11,3 millones de bolivianos, y Amílcar, como otros aymara de las orillas del Titicaca, estima que antes del primer gobierno de su «hermano Evo» en 2006 el país se caracterizaba por un racismo indiscutible en contra de esa población.
«Gracias al presidente Evo Morales podemos postular a cargos en ministerios o en la policía», dice Amílcar, quien trabaja en una empresa estatal.
Su pueblo, Desaguadero, sobre la frontera con Perú, permaneció en calma los últimos días, situación opuesta a la de La Paz, sede del gobierno.
De todos modos, para prevenir cualquier «incursión de delincuentes», Gervasio Mamani y la junta de vecinos que él lidera instalaron barricadas sobre la ruta que dirige a La Paz, que se encuentra a unos 100 km en dirección este, armadas con enormes rocas a través del pavimento que impiden la circulación de vehículos.
«Estamos cumpliendo con la vigilia para que no nos ataquen el pueblo», dice Mamani, que también es aymara y que se deslinda de cualquier intención política. «No estamos defendiendo un partido político o el otro», dice, y recibe la aprobación de una veintena de vecinos que lo acompañan en el corte de la ruta.
Pero otro Mamani, uno de los apellidos más comunes entre los aymara, José, un comerciante de 43 años, sí toma partido. Con la cabeza cubierta por una gorra para protegerse del sol aplastante, prepara en familia un «ají de gallina» -un plato tradicional que combina arroz y pollo con especias- en su parcela de tierra.
Cuando no se dedica al comercio, cultiva papas y cría cerdos. A unos 20 metros, las pequeñas olas del Titicaca rompen contra los juncos.
José coincide con Amílcar: gracias a Morales, «todos los indígenas y campesinos han recuperado la dignidad», y procede a enumerar las obras del gobierno de Morales en su pueblo. «Gracias a él tenemos el liceo grande, o el terminal terrestre o las alcantarillas que no teníamos antes».
Si Morales regresa de México, dice José, «la gente va a salir a las calles, ¡oh, sí!», y él está dispuesto a apoyarlo. «No solamente yo, sino una cantidad de personas», agrega.
– Quechua, aymara, guaraní –
Durante sus más de 13 años de presidencia, Morales aprobó leyes como la «ley antirracismo contra toda forma de discriminación», explica la politóloga María Teresa Zegada, de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba.
«Ha habido una apropiación muy fuerte de sectores indígenas y campesinos del proceso encabezado por Evo Morales», dice.
En los hechos, la Constitución de 2009 buscó reparar siglos de injusticia otorgando mayor protagonismo a los indígenas: reconocimiento de 36 lenguas oficiales (entre las que se incluyen quechua, aymara y guaraní), reconocimiento de la justicia indígena con sus propios procedimientos y costumbres, al mismo nivel que la justicia común, y la educación multicultural.
Durante su administración, la pobreza bajó de 45% en 2010 a 34,6% en 2018, según datos del Banco Mundial, aunque sus detractores le achaquen un incremento del papel del Estado en la economía.
Una parte de los bolivianos no le perdona a Morales que haya buscado un cuarto mandato, después de una consulta popular en 2016 en la que no obtuvo la aprobación para renovar indefinidamente su mandato.
Pero lo que las urnas le negaron se lo posibilitó la corte constitucional, que en una polémica decisión le permitió seguir optando al cargo.
La victoria en primera vuelta en las elecciones presidenciales del pasado 20 de octubre, en la que derrotó al centrista Carlos Mesa, fue cuestionada por la oposición y derivó en tres semanas de protestas en varios puntos del país.
Luego de perder el respaldo de las fuerzas armadas, Morales renunció el domingo pasado, una partida que motivó nuevas y violentas manifestaciones de sus partidarios, y la amargura de Amílcar.
«Tan buen presidente que tenemos en Bolivia, no sabemos valorarlo», dice Amílcar.