David Molineaux
En décadas recientes y en varios continentes, la situación de los pequeños agricultores se ha vuelto más precaria. Siempre fueron vulnerables frente a las sequías, plagas y otros desafíos naturales; pero su situación se ha empeorado ante la embestida de la agricultura industrializada de las transnacionales.
Sin embargo, en África, Asia y América Latina se ha visto surgir iniciativas campesinas que se caracterizan por tres elementos: resistencia contra la agricultura industrial, regeneración de suelos, y participación protagónica de mujeres –casi el 70 % de la fuerza de trabajo agrícola en el sur del planeta–.
La agricultura industrializada
A partir de la llamada «revolución verde» de los años 60 y 70, el poder de decisión sobre la producción agrícola mundial ha ido pasando de los agricultores pequeños y medianos a los directorios de empresas transnacionales. Estas han favorecido la siembra de un puñado de especies comerciales, en monocultivos masivos, gran parte de los cuales no son para el consumo humano: cerca de 90 % del maíz y la soja producidos en el mundo se destina a la alimentación de ganado o la producción de biocombustibles.
Los alimentos se vuelven una mercancía más, objeto de una especulación financiera que ha producido subidas repentinas de los precios de los granos –y esto en un mundo en el que la desnutrición es responsable de más del 50 % de la mortalidad infantil–. Las organizaciones campesinas han respondido reclamando la soberanía alimentaria: el derecho de tomar sus propias decisiones sobre sus cultivos.
La dominación transnacional de la agricultura se ha agudizado con la introducción de variedades transgénicas, las cuales requieren insumos específicos (semillas, fertilizantes y pesticidas) para cuya compra los campesinos se tienen que endeudar, a menudo de forma intolerable. A menudo requieren proyectos masivos de riego artificial y procesos productivos mecanizados.
Una práctica que ha suscitado la resistencia campesina es la de patentar los organismos. También está la llamada «biopiratería», por la que las empresas se adueñan de variedades mejoradas durante siglos por agricultores tradicionales; y luego, obligan a los campesinos a comprarles sus propias semillas.
El paradigma agroindustrial ya no es viable, explica la científica y activista hindú Vandana Shiva. Depende masivamente del petróleo, aportando el 29 % de las emisiones de efecto invernadero mundiales. Degrada los suelos y daña gravemente a la biodiversidad, matando a miles de millones de aves y diezmando poblaciones de insectos. También ha empobrecido la alimentación de todos: tradicionalmente, los humanos consumíamos más de 3.000 variedades de plantas, pero bajo el régimen transnacional, solo 8 variedades llegan a representar el 75 % de los cultivos para consumo humano. Por otra parte, una amplia gama de estudios técnicos ha mostrado que la agricultura ecológica puede alimentar a la población actual del mundo y la prevista para el futuro.
El poder de la organización local
Frente a múltiples desafíos, las agrupaciones campesinas, en diversas partes del Sur planetario, han dado muestras del poder transformador de la acción comunitaria. Un ejemplo emblemático ha sido la lucha del Movimiento de los sin tierra (MST), la organización social más grande de Brasil. Desde sus inicios en la década de los 80, el MST ha defendido la agricultura sostenible a pequeña escala, oponiéndose al latifundio y a la expansión de la agricultura industrial. Actualmente cuenta con más de 1,5 millones de miembros; sus acciones más típicas han sido la toma de tierras no cultivadas y la promoción de técnicas productivas ecológicas entre las familias beneficiadas. Ha llevado a cabo más de 2.500 ocupaciones de tierras, asentando unas 400.000 familias en más de 20 millones de hectáreas. Según cifras de la Conferencia episcopal brasileña (CNBB), más de 1.700 miembros del MST han sido asesinados…
El MST se ha opuesto al poder de las empresas transnacionales y a los cultivos transgénicos. Desde el año 2000, insiste en la práctica de la agroecología en todos sus asentamientos. Esto incluye reforestación, regeneración de los suelos degradados, y adopción de métodos agroforestales, que combinan el cultivo de árboles y arbustos con la siembra de vegetales y los animales domésticos. Todo esto ha significado no sólo el reverdecer de inmensas extensiones de tierras devastadas, sino una prosperidad inesperada para las familias asentadas.
Otra lucha pionera del Sur planetario fue la del Movimiento Chipko, nacido en el norte de India. A principio de los años 70, a raíz de la tala masiva de árboles por parte de empresas madereras, la región estaba sufriendo desertificación y derrumbes catastróficos. En 1974, 27 mujeres, arriesgando sus vidas, se manifestaron, abrazando árboles marcados para la tala. El movimiento se fue extendiendo a toda la región, creando un modelo de «acción eco-social no-violenta». Entre otras cosas, se prohibió durante 15 años la tala de árboles en las faldas del Himalaya.
Hacia fines de los años 80, también en la India, surgió Navdanya, organización dedicada a la defensa de la biodiversidad frente a la agricultura industrial. Ideada por Vandana Shiva, Navdanya está liderada por mujeres campesinas. Guiada por principios gandhianos, promueve el autogobierno local. Ha creado un centenar de bancos de semillas en diferentes regiones del país, rescatando más de 5.000 variedades de arroz, trigo, frijoles y otros alimentos.
Navdanya ha formado a más de medio millón de agricultoras y agricultores en métodos sostenibles. Ha resucitado tradiciones de trabajo comunal, promovido una red de mercados orgánicos, establecido cooperativas de crédito entre mujeres campesinas y liderado campañas exitosas contra la biopiratería.
En el sur de la India, donde la siembra del algodón transgénico de la empresa Monsanto había dejado a muchos campesinos con deudas insoportables, y la aplicación masiva de pesticidas creaba serios problemas de salud, surgieron organizaciones dedicadas a difundir prácticas agrarias sostenibles. De aldea en aldea, promovieron una campaña en la que los agricultores juraban abandonar los pesticidas y adoptar métodos ecológicos.
Los agricultores fueron descubriendo que las prácticas ecológicas no sólo dejaron de dañar su salud: rendían mucho más. De un grupo inicial de 450 «aldeas libres de transgénicos», el movimiento ha llegado a tener más de 8.000 localidades participando, que cubren cerca de un millón y medio de hectáreas. Los vínculos sociales también han aumentado: entre las mujeres de un solo estado, Andhra Pradesh, funcionan casi un millón de grupos de autoayuda.
Reverdeciendo el África
En grandes sectores de África, la vulnerabilidad de sus pueblos ha sido exacerbada por las sequías y la desertificación. En los años 80 la provincia de Tigray, del norte etíope, considerada una de las más degradadas de toda África, sufrió una espeluznante hambruna, cuyas imágenes conmovieron al mundo.
Luego, con el apoyo de ONG extranjeras y del Gobierno, agricultores de la zona fueron emprendiendo, aldea por aldea, un ambicioso programa de reforestación, compostaje y la construcción a mano de un vasto sistema de terrazas agrícolas. Valiéndose de técnicas ecológicas, han logrado esquivar el dominio de los insumos agroindustriales, aprovechar el agua de lluvias y regenerar los suelos, creando una zona reverdecida que es considerada un modelo para toda África.
Campesinos de la región subsahariana del Sahel, afectada por devastadoras sequías a raíz del cambio climático, han implementado programas de regeneración natural usando técnicas tradicionales agroforestales. Tanto ha reverdecido la inmensa área desertificada, que se nota fácilmente en las fotografías satelitales. En la República del Níger, solamente los campesinos han regenerado más de 5 millones de hectáreas y han plantado 200 millones de árboles.
Movimientos anti-hegemónicos
Las organizaciones locales se han reforzado con la creación de organizaciones anti-hegemónicas internacionales. Varias agrupaciones ya mencionadas son miembros de La Vía Campesina, fundada en 1993, que actualmente cuenta con 164 organizaciones miembros en 73 países. También han participado activamente en el Foro Social Mundial.
La experiencia es muy clara: ni la pobreza rural ni el poder de las transnacionales, ni mucho menos el hecho de ser mujer, son obstáculos insuperables para el empoderamiento y la realización plena de las personas y las comunidades del Sur planetario.