German Rosa, ambulance s.j.
Existen injusticias universales que han dejado una huella profunda en la historia de la humanidad, case y aún ahora hacen sentir su impacto en los ámbitos de la economía, la cultura y la política. Al tratar las injusticias en la economía nos referimos a la redistribución de los recursos; en la política hacemos alusión a la participación ciudadana y en la cultura apuntamos al reconocimiento moral de los demás. Las injusticias pueden ser de muchos tipos, pero lo que queremos subrayar es que existen realidades injustas en el mundo globalizado en el que vivimos hoy. En definitiva, hay injusticias universales porque no hay una paridad o equidad en cuanto a la participación en la economía, en la política y en la cultura en la sociedad globalizada (Cfr. Ibáñez, F. (2015). Pensar la justicia social hoy. Nancy Fraser y la reconstrucción del concepto de justicia en la era global. Roma: Editrice Pontificia Università Gregoriana).
Estas dimensiones esenciales de la sociedad están estrechamente relacionadas. No hay una redistribución de los recursos sin un reconocimiento de los derechos, y no existe una participación ciudadana ni redistribución sin un reconocimiento moral de la persona, de su dignidad. El arte de conjugar estos aspectos es necesario para ir logrando mayores espacios de justicia. La representación política fallida puede llevar a no gozar de la distribución económica con equidad y ni a tener el reconocimiento moral adecuado. Afectando y reproduciendo un círculo vicioso que vuelve a recomenzar con una representación fallida, prolongando el estado de la injusticia ciudadana. La justicia se convierte de esta manera en un tema fundamental en las sociedades democráticas y pluralistas. La injusticia se vence con la participación ciudadana, la redistribución de los recursos y el reconocimiento de la dignidad humana. Reconocer moralmente al otro o a los otros como sujetos o como actores sociales, políticos, económicos, religiosos, etc., implica reconocer la igualdad de la dignidad humana. Y como aconsejó Don Quijote a Sancho Panza, la verdad, para impartir con rectitud la justicia, debe ser buscada sin pausa, sin que nada, ni dádivas, promesas o lamentos influyan para alcanzarla (Cfr. http://www.letralia.com/222/articulo06.htm).
Las luchas por el reconocimiento social tienen una gran tradición en la historia universal. Recordemos algunos ejemplos: las luchas indígenas e independentistas en la época colonial; las grandes conquistas laborales, recordemos cómo anteriormente se trabajaban 18, 16 horas en el capitalismo incipiente, luego se fueron conquistando los derechos de los trabajadores y poco a poco se llegó a tener 8 horas diarias de trabajo, los contratos de trabajo, las vacaciones, una legislación de los derechos laborales, etc.; la Guerra de Secesión de los estadounidenses y la conquista de la libertad de los esclavos negros en suelo norteamericano; la resistencia en contra de la discriminación de los negros en el sistema de segregación en Sudáfrica y Namibia, temas delicados y peliagudos, pues costaron muchas vidas humanas hasta llegar a un reconocimiento de igualdad entre los blancos y los negros. En la historia también ha existido una gran lucha en contra de la discriminación de la mujer en el ordenamiento social; otra gran injusticia ha sido la falta de reconocimiento de los derechos de los migrantes, y ahora es más evidente que nunca al ver la situación de tantos compatriotas o tantas personas que se sienten obligadas a la migración forzada por causa de las crisis económicas y financieras, de la violencia, así como ocurre hoy por causa de las guerras en el Medio Oriente, etc. Las luchas por una mejor distribución y un reconocimiento moral ahora son transnacionales y se realizan en distintos ámbitos: el Foro Social Mundial o la Cumbre de los Pueblos; los defensores de los Derechos Humanos intentan crear instituciones globales o reforzarlas, como ocurre en el caso del Tribunal Penal Internacional; los campesinos y los sindicatos procuran tener una representación en la Organización Mundial del Comercio o la Organización Internacional del Trabajo. Trataremos cuatro injusticias universales que tienen gran impacto en nuestra sociedad global.
1) Las injusticias por falta de recursos y por bajos ingresos
El problema de la pobreza es un fenómeno social que existe tanto en las sociedades desarrolladas como en las que son menos desarrolladas. La injusticia que sufren los empobrecidos se hace sentir por la carencia de bienes y servicios, por la explotación económica de la que son objeto porque trabajan más de lo que les pagan, porque no son propietarios de medios de producción y son vistos como piezas del engranaje de la producción de las que se puede prescindir por la abundancia de personas desempleadas dispuestas a trabajar en condiciones infrahumanas. En muchas ocasiones los empobrecidos trabajan sin ninguna cobertura o garantía jurídica, pues no hay contrato, ni tampoco se les reconocen sus derechos laborales. Los salarios son tan precarios que no cubren los costos para vivir con dignidad.
Estas injusticias reclaman la aplicación de una legislación justa conforme a la necesidad de los trabajadores. Así aconseja Don Quijote a Sancho Panza al recomendarle que siga el camino del derecho, porque un juez cabal no permite “doblar la vara de la justicia” con presentes o donaciones, sino que se ajusta a la buena ley, “no puede perder el equilibrio que la rectitud de su juicio exige y que es lo que de él esperan quienes están en el estrado. Nada debe turbar la conciencia del magistrado, que tendrá siempre presente el interés de la justicia y no el propio” (http://www.letralia.com/222/articulo06.htm). Don Quijote explica a Sancho Panza que un juez justo si acaso debe doblar “la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia” (http://mgarci.aas.duke.edu/cibertextos/EDICIONES-BILINGUES/ITALIANO/DQ-2-42.HTM).
Los empobrecidos dada su situación tan precaria adquieren poco respeto y estima social, se les discrimina calificándolos como personas de bajo nivel cultural y de carácter rudimentario. Ellos constituyen amplios sectores sociales en la actualidad y reclaman una justicia distributiva ante la sociedad global. Las personas que carecen de recursos y tienen bajos ingresos, aunque pueden votar o ejercer el sufragio, están excluidos de los procesos de decisión pública, de las decisiones económicas, y son presas fáciles del clientelismo político, o de los engaños de las campañas electorales y de la demagogia.
2) Las injusticias que producen la discriminación de la mujer
Las mujeres sufren injusticias económicas, culturales y políticas. Económicamente ha habido una tendencia histórica a relegar a la mujer a realizar los trabajos domésticos, el cuidado de la casa, cosa que no se considera una actividad económica con el auge del capitalismo, a pesar que la raíz griega de la palabra “economía” significa “administración de la casa”.
En segundo lugar, la mujer realiza trabajos que son considerados de poca importancia y de bajos salarios, y aunque realizan las mismas tareas y tengan igual o mayor capacitación que los hombres, se les paga menos. Esto es un indicador de la discriminación salarial de la que han sido víctimas en nuestras sociedades patriarcales y androcéntricas. Este hecho tiene como resultado que ellas tengan menos ingresos que los hombres y sean dependientes de ellos económicamente hablando.
Por otro lado, culturalmente se les discrimina en nuestras sociedades androcéntricas o “machistas” con el lenguaje inclusivo. No se les habla en su propio género, siempre se habla en género masculino incluyendo a la mujer. Se desvaloriza la mujer o lo femenino, se les explota o se les acosa sexualmente, se les trata como objeto sexual en la publicidad del mercado, se contrapone la inteligencia masculina a la afectividad femenina, se les discrimina porque se les considera muchas veces como personas que no pueden pensar, estudiar, razonar, etc. Las mujeres también han sido víctimas de la discriminación política, y recordemos que fueron aceptadas recientemente en el siglo XX como votantes válidas e, incluso, candidatas en la mayoría de las democracias. El retraso de su participación política en el ejercicio del sufragio electoral, también ha llevado a tener una presencia cuantitativa menor proporcionalmente que la presencia masculina en la representación en los órganos políticos del Estado. La mujer no solo tiene una presencia reducida en la participación política, sino que también ha sido discriminada por las legislaciones, sufre las consecuencias de la injusticia y se pone de relieve la necesidad de leyes equitativas dándole el lugar que se merece en la sociedad. Tal como lo expresa Don Quijote de la Mancha, aplicado en este contexto a los que sufren las injusticias: “Es el fin y paradero de las letras (y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como este ninguno otro se le puede igualar: hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo) entender y hacer que las buenas leyes se guarden” (http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/cap37/cap37_04.htm). ¿Qué pasaría si las mujeres tuvieran un mayor protagonismo en la política, en la economía y las finanzas de la sociedad global? Seguramente que muchos problemas se abordarían con otra sensibilidad humana.
3) Las injusticias según la raza
Otra de las grandes injusticias es la discriminación por el origen, la procedencia, las características físicas de las personas que llevan a separar y clasificar las identidades entre grupos superiores e inferiores, excluyendo a los grupos que se consideran diferentes. El racismo se evidenció en la época de las conquistas colonialistas, y se acentuó en el periodo de las dos guerras mundiales del siglo XX con el fascismo. Probablemente hoy los grupos más discriminados racialmente son los afrodescendientes y los pueblos indígenas y tradicionales. Estos grupos sociales con frecuencia tienen más dificultad en el acceso al mundo del trabajo, y se les relega a realizar trabajos mal remunerados y de poco status social: los servicios domésticos, la recolección de basura, los trabajos de mucha fuerza física, etc.
Por otra parte los patrones culturales que se proponen como ideales son los practicados en el primer mundo o en los países desarrollados. Esto desvaloriza las tradiciones propias autóctonas, lleva a negar la importancia de las costumbres y los modos propios de convivencia de estos grupos discriminados. Es decir, se propone que la flecha del progreso requiere que se sacrifiquen estos valores y se adopten otros nuevos, nuevas formas de comportarse y un estilo diferente de vida.
La discriminación política se ha hecho sentir en los grupos indígenas y afrodescendientes. Los indígenas latinoamericanos no fueron admitidos a votar hasta el siglo XX y hasta este período fueron aceptados como candidatos en las elecciones en varios países. También a nivel del reconocimiento de los derechos, la población afroamericana ha sido afectada: “Sin ir tan lejos en la historia, podemos citar incluso los sistemas legales en Estados Unidos y en Sudáfrica, las cuales prácticamente amparaban dos leyes paralelas, una para los blancos y otra para los negros, hasta muy avanzado el siglo XX” (Ibáñez, 2015, 194-195).
4) Las migraciones forzadas y el sueño de una tierra prometida
El migrante tiene un parecido con Don Quijote de la Mancha. El migrante tiene muchas veces la Dulcinea que espera en su casa, o va a la conquista de ella en tierras extranjeras; los molinos de viento que encuentra en el camino causan tantas tempestades, verdaderas tormentas, persecuciones, hambrunas, incertidumbres y situaciones difíciles que tiene que enfrentar en su gran aventura como migrante; las disputas y discusiones son algo cotidiano en el camino por la conquista de sus sueños; los rebaños y Sancho Panza son todos los que caminan con él; al igual que Don Quijote el migrante tiene que enfrentar los grandes riesgos de su aventura, incluso los que ocurren al encontrarse con la misma policía local, los ejércitos, los grupos criminales y extorsionistas en México (los “Z”), o las confrontaciones bélicas en el Medio Oriente, etc.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, en el año 2010 se estimaba que el número de migrantes era de 214 millones o el 3.3% de la población mundial, sin tomar en cuenta los 740 millones de migrantes internos en los distintos países del mundo. Si se suman, se puede decir que una de cada siete personas en el mundo es migrante. El migrante sufre la discriminación racial, la xenofobia, la discriminación y explotación laboral. También los migrantes son asociados por los políticos y en el discurso social de los países de su destino, con el crimen organizado y la delincuencia, el narcotráfico, las enfermedades, el SIDA y otros males sociales. Políticamente cuesta que un migrante obtenga permiso de residencia, y pueda optar por su naturalización o su nacionalización en un país desarrollado, y por tanto no es reconocido como ciudadano ni se garantizan todos sus derechos humanos. Algo podemos aprender del Caballero de la Triste Figura, Don Quijote de la Mancha, para pensar con una gran imaginación humanista cómo darles soluciones a las injusticias universales que hoy nos plantea nuevos desafíos. Don Quijote de la Mancha nos hace descubrir con la lucidez y la agudeza de su locura que una de las enfermedades más grande de su tiempo y que se prolonga hasta nuestros días es la injusticia. El Caballero de la Triste Figura también nos hace descubrir que una de las locura más grandes de todas desde su tiempo hasta el día de hoy es la locura por la conquista de la justicia entre tantas aventuras de la vida y el sueño más grande de todos: un mundo sin injusticia, un mundo humano y solidario. La obra de Don Quijote nos dice: “cada uno es artífice de su ventura”. Vale la pena soñar y atreverse a vivir la aventura de apostar por un mundo diferente. El desencanto de lo real no puede triunfar sobre el gran sueño y los ideales por conquistar la justicia en un mundo que tanto la necesita.