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Instantes de realidad

INSTANTES DE REALIDAD

Myrna de Escobar

Escritora y docente

 

Tarde soleada y lluviosa. Está pariendo la venada, — comentan los viejos—. Los rayos de sol lloviznan sobre el asfalto de las urbes haciendo florecer el calor.

En los campos áridos la lluvia es una bendición después de la canícula. Los pozos ansían el agua, los graneros están vacíos, la piel marchita evidencia la desesperanza. En el campo como en las ciudades la bonanza es cosa del pasado. No se mira el pisto

—     Mientras haya huevitos de pata, chufles, cuchamperes, flor de izote, y guineítos morados no nos morimos de hambre. — dicen las abuelas.

—     El punto es que ahora la ardilla se roba la fruta y no siaya qué comer— murmuran los campesinos.

En las maquilas es difícil creer en el progreso, los horarios como la temperatura son extremos, y los salarios, risibles para las cantidades industriales producidas en tiempo record.

—     Y es más jodida la cosa cuando la gente no se prepara.

—     Ni tanto. Mire la miya, se título con sacrificio y no hay empleo. Si supiera inglés se iría al colcenter, pero para esos cursos no alcanza la cobija.

—     Y la Estela que dejó el trabajo en la maquila porque no le alcanzaba pa pagar el cuartito y el sustento de las dos hijas. Hoy le toca soportar las humillaciones de la nana y hacer lavadas en casa.

—     ¡Como todos aquí, la Támara no tenía futuro! — añade Don Luis—, un viejo de barba extrema y múltiples estornudos que a todos incomoda por no taparse la boca

— ¿Qué fue de José?

—     “Lo botó la bestia”

—     Dioguarde. Aquí sihubiera quedado a comer tortilla con sal en vez de irse para el norte.

Mientras otros vienen y van unos curiosos se detienen a observar el alboroto al final de la calle. José, uno de ellos, está a punto de ser detenido por robarse dos baguetes de pan. Él, al ver una niña entre la multitud de curiosos exclama:

— “Mire usted, señor agente: — ¡mi hermanita no ha comido!, ¡no hemos comido!” Le pedí al maitro que me dejé lavar las latas y no me dio permiso de chambear. ¡Tenemos hambre, ¡Por Dios! ¡Tenga misericordia, sólo queremos comer algo!

Diciendo esto, el joven se arrodilló a los pies del airado panadero; sujetándole el delantal.

El policía contempla la escena, común en aquella panadería. Se acerca a José extendiéndole unas monedas,

— “Toma, paga los panes. No quiero volver a verte merodeando por aquí”

El ofendido toma las monedas y dándose la vuelta refunfuña:

— ¡Parásitos, muertos de hambre! —todo lo quieren fácil! — “Acaso creen que a mí no me ha costado tener todo lo que tengo”.

—” Busquen trabajo en vez de andar mendingando, hijos de la Gran Puta.”

Y diciendo esto, zarandeo tres veces la suela de sus zapatos contra la acera, para luego añadir:

— “Qué creen que a mí no me suda el culo para tener todo lo que tengo”

Flor, José y la pequeñita se alejaron contentos con los panes. La música de los alrededores hizo silbar a José, al tiempo que la pequeña le daba un tímido mordisco al pan. Tras un largo recorrido en busca de sombra los tres se refugiaron en un abandonado rincón, a chuponear el pan en un vasito de café que la niña Tita les regaló. Ella les contempla a diario en ese pequeño refugio, apartado del ruido, donde a ratos pernocta la indigencia.

Como un trago amargo en la boca de la resaca, las palabras enmudecieron en la memoria de la mujer. La refriega de balazos en el parque había sembrado la duda sobre la desaparición de la Menché

Él había visto sus muslos rotos tras el jeans perforados por doquier.  La risa obscena y la mirada fría de la Menché se apagaron con el traqueteo de balas en el centro histórico.

— ¿Dónde se fueron? —Insistió la mujer— Más no hubo respuesta.

Lágrimas de fuego recorrieron las mejillas de José. Adivinando lo peor, ella le abrazó con

la mirada. La angustia lo ensombreció todo.

— Monos. — dijo José. —hay que cuidar de la cipotía

Una nube de humo expelida por un bus inundó aquel instante de dolorosa humanidad. La pequeña Lissette tocia con insistencia al borde de la acera. José se aprestó a tomarla del brazo en tanto que un autobús cerca del lugar hacía sonar su estridente pito.  Lissette lanzó un grito. En medio de la tensa confusión, una voz grave se escuchó:

—” Cuidado con esa bichita” ¡mocosa del diantre!

— ¡Qué gente tan descuidada!

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