José M. Tojeira
La semana pasada se caracterizó por la simultaneidad de inundaciones y uno más de los varios desalojos de campesinos que habitaron sus tierras durante muchos años. La vulnerabilidad territorial avanza casi al mismo tiempo que la urbanización de la tierra y el cambio climático. Los colonos de una antigua Finca Santa Elena en Nuevo Cuscatlán, habitantes de una zona boscosa, están a punto de ser desalojados por una empresa, Inversiones Cayalá, que pretende iniciar un amplio proyecto de edificaciones y urbanización.
En una zona rica en recursos hídricos se continúa la tendencia a poner cemento donde la vegetación era el ambiente natural. Y, ciertamente, no es el único lugar en el que eso pasa. Los alrededores y entornos de las ciudades de San Salvador, Santa Tecla, Antiguo y Nuevo Cuscatlán, Apopa y Nejapa, han sido severamente talados y recubiertos de cemento. El proyecto de El Valle El Ángel, planificado sobre una reserva hídrica importante, y con una autorización de extracción de aguas que solo podemos catalogar como depredadora, se une al conjunto de pasos contrarios a las necesidades medioambientales de El Salvador.
El calentamiento global, nos dicen, tendrá efectos más graves y perniciosos en la zona de los trópicos. Exactamente donde se encuentra El Salvador y toda Centroamérica. Las temperaturas llegarán a extremos para los que no está preparada nuestra población. Las lluvias serán más fuertes, con las consiguientes inundaciones. La vida será más difícil y más cara para quienes carezcan de recursos. En vez de mantener los bosques o acrecentarlos, que pueden contribuir a rebajar la temperatura ambiental y disminuir la fuerza de las inundaciones, preferimos el cemento.
Y por supuesto, quienes tengan recursos podrán aumentar sus gastos en aire acondicionado, que a su vez contribuirá fuera de los edificios al aumento de la temperatura. A los pobres, desalojados de sus terrenos tradicionales, o simplemente habitantes de los nuevos entornos caros y encementados, solo les quedará como remedio para sus males el iniciar la migración hacia el norte o buscar por cualquier medio el acceso a los recursos que les permitan sobrevivir.
Frente a este panorama, la Ley General de Recursos Hídricos favorece el uso desproporcionado del agua en favor del sector productivo. El daño ecológico de las grandes construcciones no se calcula adecuadamente. No se ven planes racionales de vivienda popular ni de planificación urbana. Ni siquiera hay un plan de reforestación nacional, que logre que nuestras montañas y cerros estén menos expuestos a la erosión y a los deslizamientos de tierras.
Avanzamos hacia una desigualdad cada día mayor y hacia la creación de un El Salvador en el que tal vez un par de millones de personas puedan vivir con cierta comodidad, mientras otros tres millones vivan en la pobreza y la vulnerabilidad. Esto evidentemente no es bueno. Y no se ve en el conjunto del país que haya planes de resolver los problemas ni en el campo de la ecología ni en el de la protección social, fundamentales para prevenir el aumento de la pobreza.
Las respuestas a los problemas son puntuales y la tendencia a sofocar con gritos e insultos cualquier crítica a la falta de planificación del desarrollo social deja al país un tanto a la deriva. Además, las inversiones en prepararnos para hacer frente al calentamiento global, paliarlo, proteger a los más débiles y frenar el deterioro de nuestro medio ambiente, serán difíciles en un país tan terriblemente endeudado. Aunque siempre estamos a tiempo de iniciar un diálogo sobre todos estos temas, cada día que pasa sin planificar la construcción de un futuro más cómodo y fraterno, vuelve más complicada la situación nacional.
Detenerse un momento, parar los insultos y los ataques y comenzar a discutir estos temas ecológicos y nuestra preparación para el futuro que viene es cada día, con mayor urgencia, una necesidad para El Salvador. Mirar hacia Costa Rica, un ejemplo para nosotros en el terreno de la ecología y del cuidado ambiental, del agua y de los bosques, nos habla también de posibilidades locales. Pero hay que abrir los ojos a los problemas y crecer sustancialmente en el diálogo social.