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Invención racial y viril de la identidad literaria. por Rafael Lara-Martínez (2a. Entrega)

Por Rafael Lara-Martínez

Professor Emeritus, New Mexico Tech

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Desde Comala siempre…

 

VII.  Cipitín

Como hijo sin madre, luego de enloquecer la Siguanaba, el Cipitín?Siput/Sipitiyuh se convierte en el Cupido salvadoreño que provoca el amor juvenil en las adolescentes.  La lectura determinará si este «amor casto» no incide en formar parejas discordes en su edad: mujer joven y hombre de edad.  Además, sorprende que la pareja de Cipitín se llame «Tenacín/(Te)nantzin, madre/señora», ya que el relato no narra diferencia de edad.  Al igual que sucede con su madre, la Cihuanaba/Siguanaba, no existe una sola antología plurilingüe sobre esta figura mito-poética salvadoreña quien, de Cupido, podría volverse un personaje nocturno que asusta y provoca enfermedades (L. Campbell, «The Pipil Language of El Salvador», 1985).  Lyle Campbell sugiere que su nombre podría derivar de «tzipinalhuia, aojar/encantar a alguien».

 

VIII.  Nahualismo

Describe la correlación ancestral entre un animal y el ser humano a quien acompaña.  Aparte de definirlo como su «protector», Espino no describe estos animales en su variedad psicológica.  Hay un enlace sustancial entre el animal y el ánima del ser humano a quien resguarda.

 

  1. El Tigre del Sumpul

De nuevo, lo «negro» identifica la diferencia «siniestra» que aparece en un «río» fúnebre.  Proviene de un «maya» indefinido, ya que Espino ignora la diversidad de treintaiuna (31) lenguas de esa familia.  El relato lo asocia con el consumo de psicotrópicos —datura y tabaco— al igual que con su carácter asesino que lanza «dardos envenenados».  Su hombría la clausura el asesinato de Malinalli cuyo nahual, masacuat, castiga el crimen.  De su cuerpo sólo queda el «lomo negro».  Es posible que Sumpul provenga de sem-pual, uno-veinte (véase también suma, pelear).

 

  1. Lolot, el nahualista chontal

Reitera el legado destructivo de lo «negro» y del Oriente salvadoreño como «chontal, extranjero», ligado a un concepto de «xenofobia».  Para lo «negro», el relato lo asocia al «nahualismo» macabro de la «hechicería» y racialmente lo degrada a lo animal deforme.  «Una muchachita negra que parecía mico…no se le veía nariz ni boca».  En cuanto a Lolot —quizás del lenca lolo, jolote, agregando el absolutivo náhuat -t— se dice que «atraviesa a nado el Lempa» por lo cual se emparienta con lo lenca.  Al llamarlo «extraño» se anticipa la dificultad del Occidente salvadoreño por aceptar el legado cultural del Oriente que lo juzga intruso en su propio país de origen.  Se insiste que «chontal» no define una lengua en particular, sino expone un peyorativo que degrada la diferencia migratoria, de igual manera que el término «popoluca, bárbaro, hombre de otra nación, hablar un lenguaje bárbaro».

 

El relato describe al lenca Lolo(t) como «lobo gris», depredador quien aterra a «niños torturados» y practica la «hechicería».  Por ello, bajo el apoyo divino de Teotl, el poder religioso y militar masculino lo apresa, mientras el «búho» vaticina su destino fúnebre en el sacrificio.  Entretanto, «la multitud» sumisa a la potestad «viril» espera la ejecución con impaciencia.  Sin embargo, por arte de magia, se transforma en tormenta —»carcajada de muerte» celeste— y escapa entre el viento del «huracán».   Su legado permanece bajo la figura de una «muñeca ulli» —quizás de uli-ni, moverse, menearse en náhuat— «sin boca ni nariz».  La lectura interrogará por qué razón la única presencia femenina la exhibe esa presunta «hija negra», carente de voz y de olfato.  Parecería que esa marioneta la diseña el hombre.  No en vano, el náhuatl siuaxolotl, mujer-jolote, refiere a «muñeca», quizás por simple coincidencia.

  1. Los pájaros nahuales

Prosigue la asociación entre lo «negro» y lo «tétrico» y «sangriento».  El tirano se llama Piguanzimit —quizás Piwan-tzimit o Arrancar-demonio/espíritu maligno— de los «señores de Ixtepetl, ojo/semilla-cerro, Ciego(s).  Su reinado ocasiona una masacre singular: «millares de calaveras mirando el cielo».  En cuanto a la mujer se llama Apanatl, Agua de caña, cuyo nahual es la chiltota/chiltototl/chiltutut o pájaro rojo.  Su desaparición anuncia la extinción de los «nahuales dulces» y de «la raza».

 

XII.  Atlahunka

Narra la tristeza de la princesa Cipactli —cocodrilo, primera luz, día del calendario mexica— quien está comprometida a casarse con «el señor de Tehuacán», «lugar donde abunda la piedra en Puebla», México.  Si la línea «la princesa está triste» proviene de Rubén Darío, queda pendiente.  Interesa resaltar la obligación política que fuerza a su padre a otorgar en esposa a otro personaje noble lejano.

Sin embargo, «el teponahuastista de la corte de Atlacatl» la secuestra, por común acuerdo para romper el deber social de casarse por la imposición jerárquica viril.  La captura de ambos predice su muerte.  Al menos delegan el «canto» y la «flor» trágica de su «pecado», es decir, el poder de decisión femenina sobre su consorte.  Sólo «la luna sabe» cuál es la audacia de la mujer, cuya autonomía se llama «pecado».

 

Final

Quiénes mantienen la vigencia del legado indigenista de Espino, deben reconocer:

1) la región dominante posee el derecho de nombrar las zonas subalternas marginales, carentes de habla.  Las otras comarcas se consideran «extranjeras» y, por tanto, desde la primera revuelta indígena en Cinacantan (1528), a la de Anastasio Aquino (1833) y la de 1932, no existen manifiestos en la lengua materna en sus variantes locales.  «Nunca tendremos la versión indígena (directa, inmediata) de ese suceso» (Francisco Roberto Gallardo Mejía, «El sitio arqueológico de Cinacantan», UTEC, 2014 y Paul Amaroli, «Linderos y geografía económica de Cuscatlán», Mesoamérica 21, 1991).  José Antonio Cevallos testimonia que casi sólo el vencedor le concede al presente la ilusión de transcribir la «visión del vencido» («Recuerdos salvadoreños», 1892).  Igualmente, otras zonas del Occidente quedan mudas, así como el Oriente carece del derecho de habla.

2) El concepto obsoleto de raza aún rige el saber científico en el siglo XXI.  Para refundar lo nacional, sería necesario reciclar la (con)fusión del color con la cultura, la etnia, la lengua y el lugar.  Esta noción de raza permanece vigente hasta la segunda mitad del siglo XX cuando el «sino de la raza…víctima propiciatoria; fatalidad de la raza» —»raza atlante», «raza de Cuscatlán»— tardíamente «explica» la masacre de 1932 (Salarrué, «Catleya luna», 1974).  El prestigio literario legitima ignorar el legado mito-poético nacional para introducir al arbitrio del escritor: Altiplano central de México: Camaxtli, Tlaloc, Tezcatlipoca (guerra y magia), Ehecatl (aire/soplo, imagen de lo invisible), (T)Zompantli (altar de cráneos/lugar de calaveras; colorín), Huehuetlan (no aparece en los diccionarios), etc.

3) Los idiomas extranjeros de prestigio poseen un valor cultural superior a los idiomas maternos del territorio salvadoreño.  No extraña que el canon literario monolingüe rechace la poética en esas lenguas.  Hasta 2024 no existe un solo libro multilingüe de las mito-poéticas ancestrales, ni tampoco se imparten clases de lingüística mesoamericana.  En permanencia de un concepto indigenista de la práctica «democrática», el derecho al habla no caracteriza la diferencia. 

4) El español/castellano es la única lengua propicia para la «deshispanización» de América.  Sólo el idioma colonial puede denunciar la «miopía del coloniaje» mientras la filosofía niega conversar con el saber (sophos) filial (philos) de los idiomas maternos.

5) lo «viril» erige la poética nacional, en su enlace intrínseco con lo «militar».  La mujer prosigue su papel de sumisión a la conquista masculina, política y sensual.   Su potestad de decidir equivale a la muerte.

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Enlace de primera entrega de este ensayo: https://www.diariocolatino.com/invencion-racial-y-viril-de-la-identidad-literaria-por-rafael-lara-martinez/

 

 

 

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