Eminentísimos señores Cardenales,
Excelentísimos señores Obispos,
Excelentísimo señor Nuncio Apostólico,
Excelentísimo señor Presidente de la República,
Excelentísimo señor Presidente de la Corte Suprema,
Excelentísimo señor Presidente de la Asamblea Legislativa,
Honorables autoridades,
Queridos hermanos sacerdotes,
Queridos seminaristas,
Queridas hermanas religiosas, queridos hermanos religiosos.
Amadísimos hermanos y hermanas todos en Cristo Jesús,
Pueblo Santo de Dios aquí presente y todos los que a través de la radio, la televisión o el Internet nos acompañan bondadosamente.
Celebramos nuestra acción de gracias a Dios por la Canonización de nuestro amado Monseñor Romero. Agradecemos también a Su Santidad el Papa Francisco por su gran amor a él y por canonizarlo. Gracias a los señores obispos, sacerdotes y laicos que han venido de otros países para celebrar con nosotros este gran acontecimiento. Gracias a ustedes amadísimos hermanos y hermanas por estar aquí en esta celebración. El Señor ha estado grande con nosotros. Hemos cantado con el salmista el Salmo 125, frase que se ha cumplido en este pueblo: “El Señor en verdad ha estado grande con nosotros” al concedernos la Canonización de nuestro de nuestro Pastor, Obispo, Mártir, y ahora Santo Oscar Arnulfo Romero.
En medio de este júbilo, quiero hacer un acto de justicia públicamente pido perdón en nombre de aquella parte de la Iglesia que maltrató a Monseñor Romero y lo difamó; entre esos, sus hermanos obispos, sacerdotes y laicos que lo abandonaron y lo atacaron en una actitud antievangélica. Y no solo en vida, sino aun después de su muerte martirial. Pedimos perdón al santo pueblo de Dios por todo el escándalo que esa actitud injusta le causó.
Por otra parte, hago un público reconocimiento y expreso un sincero agradecimiento a todos aquellos que sí supieron responder a ese momento histórico de salvación dando fiel testimonio de su fe al lado de Monseñor Romero. Ciertamente supieron estar junto al Santo, como el apóstol san Juan. En primer lugar mencionamos a nuestros mártires, sacerdotes, religiosas y laicos que ofrendaron sus vidas por la fe. También reconocemos y agradecemos a todos los que, si bien no les tocó derramar su sangre, pero han dado testimonio de su fe con fidelidad. Son verdaderos confesores de la fe como lo dijimos en nuestra segunda Carta Pastoral. Asimismo, también quiero agradecerles a las hermanas Carmelitas de Santa Teresa, a nuestro querido Monseñor Arturo Rivera y Damas (de grata memoria), a nuestro querido Cardenal Gregorio Rosa y a todos los sacerdotes, a la Compañía de Jesús, a las Comunidades Eclesiales de Base, a las Hijas de la Iglesia, a todas las religiosas, a todos los religiosos y a santo pueblo de Dios; a todas las iglesias y diversos credos del mundo entero que han testimoniado la santidad de Romero. A todos les estamos inmensamente agradecidos.
Ahora nuestros anhelos se ven colmados al contemplar a nuestro Santo en los altares. Bendito sea Dios. Es tarea de todos conocer más a Monseñor Romero e imitarlo. Hago propicia la ocasión para pedir respetuosamente al Gobierno de nuestro país, se establezca en el pénsum de los alumnos de Tercer Ciclo y de Bachillerato, la materia acerca de la persona y el magisterio de Monseñor Romero. Invito a todos a que nos unamos verdaderamente en torno a nuestro Santo Monseñor Romero y pongamos en práctica su doctrina. Como el ciego de Jericó, pidamos también nosotros a Jesús nos conceda la gracia de poder verlo a Él en los pobres, verlo en cada hermano, verlo con la mirada de Romero.
Les invito a todos a que, siguiendo las huellas de nuestro Santo, luchemos por la justicia. Me pregunto, amadísimos hermanos, qué nos diría san Oscar Romero a los salvadoreños en este momento histórico que vivimos; y me parece imaginariamente su voz, fuerte y profética que condena el gran afán de privatizar el agua, afán homicida que lamentablemente existe en algunos y persiste. Hagamos uso de nuestro derecho ciudadano, luchemos todos para que el derecho humano al agua sea respetado a todos los salvadoreños y salvadoreñas. También me parece escuchar de Monseñor Romero su fuerte denuncia sobre la grave injusticia de nuestro sistema de pensiones, que perversamente está diseñado para que los trabajadores, al jubilarse, vivan en la miseria y que las agencias administradoras de los fondos de los trabajadores tengan ganancias millonarias, lo cual es una grandísima injusticia que clama a Dios. Ese sistema injusto debe ser sustituido por uno que en verdad esté a favor de los trabajadores. Me parece también que la voz de Monseñor Romero denunciaría y denuncia la gran cantidad de impuestos en nuestro país y que, con todos ellos, se cargue a nuestro pueblo pobre en un sistema tributario regresivo que obliga pagar más a los pobres, sin excepciones; dejando libres de algunos impuestos a las personas que más dinero tienen y, permitiéndoles además, la evasión y la elusión de otros impuestos. Y de esta forma se condena al pobre a ser cada vez más pobre. Es fácil en nuestra imaginación escuchar la voz de Monseñor Romero en este momento defendiendo con valentía los derechos de los migrantes de Centroamérica y del mundo. Nuestros hermanos migrantes son personas nobles, honestas y trabajadoras. Su único crimen –por así decirlo– es ser pobres; pero los pobres son los preferidos de Dios. Emigran porque se ven obligados a ello por las injusticias, tales como las hemos señalado y otras más. La movilidad de la persona es un derecho humano invulnerable. Ellos tienen derecho a migrar, tienen derecho a refugio y tienen derecho al asilo. Es un deber de humanidad proteger y ayudar al migrante. Agradecemos a los que están ayudando a las caravanas de migrantes centroamericanos y pedimos a los estados que no se les criminalice, que no se les atropellen sus derechos, sino que se les respeten sus derechos y se les ayude.
Como pueblo de Dios elevamos hoy nuestra oración al Señor por intercesión de Nuestra Señora la Reina de la Paz, Patrona de El Salvador, y por intercesión de nuestro amado Santo Monseñor Romero. Que Dios nos conceda la gracia de trabajar juntos por el cese de la exclusión social, de la inequidad, la impunidad y violencia; y nos conceda de esa forma obtener la paz social que tanto anhelamos.
Que así sea.