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Ironía y crisis de la modernidad

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

 

“El mundo en el siglo XXI es un lugar complejo que se transforma con rapidez. La experiencia de vida de cada generación cambia bastante en relación con la precedente…..Las experiencias y percepciones del mundo hoy en día difieren radicalmente de aquellas de la gente que creció cuarenta o cincuenta años atrás. En el pasado, cambios tan radicales necesitaban siglos para poder tomar lugar. Ahora, con el paso acelerado de la tecnología y su desarrollo, ocurren en cuestión de años. Estos cambios constantes han generado que la gente se sienta insegura e incómoda. Ciertas prácticas o cosas que las personas han hecho por toda su vida de pronto se vuelven obsoletas y carecen de sentido. Esto conduce a una experiencia de alienación y desorientación en la vida moderna. Todo lo que es estable desaparece y pareciera que no hay un punto fijo al cual asirse. Esta es la situación a la que nos enfrentamos en el siglo XXI”. Esto es precisamente lo que dice Jon Stewart en la introducción de su libro “Soren Kierkegaard: Subjetividad, ironía y la crisis de la Modernidad”, publicado por la Universidad Iberoamericana, y en el cual recoge el contenido de su curso del mismo nombre, desarrollado por Cursera en agosto de este año. Muchos, muchísimos grandes y serios pensadores vienen advirtiéndonos de similar manera de esta realidad, argumentándolo con mucha propiedad. Erich Fromm, por ejemplo, nos lo hace ver en muchos de sus libros, entre los cuales cito “Ser y tener”, “La revolución de la esperanza”, etc. Sin embargo, y pese a ello, el mundo parece no entender. Esta vez, Stewart, uno de los mayores conocedores de la vida y obra del gran danés, lo expresa en esta obra.

 

“Kierkegaard, -dice Stewart-, no es una figura atrapada en su tiempo, que se desvanece al pasar este, volviéndose menos y menos importante, sólo para terminar en el interés de una cátedra de especialistas en historia de las ideas. Cada día, conforme la sociedad continúa desarrollándose y las innovaciones tecnológicas cambian el modo de vivir, interactuar y pensar, Kierkegaard se vuelve más y más relevante. Pudo haber muerto en 1855, pero hoy más que nunca es vigente para cualquiera que tenga la habilidad de leer sus obras y apreciar sus ideas”. Es, precisamente, esa característica especial que tienen los clásicos, que siempre se actualizan y se releen, porque sus ideas, aun escritas mucho tiempo antes, son actuales, se reproducen, y retratan las realidades actuales en un espejo muchas veces milenario. Esta vez, Kierkegaard es simplemente un encuentro con Sócrates, con Hegel, con Schelling, con la Dinamarca de su tiempo, con el luteranismo de su tiempo, con su misma familia, e incluso con su Regina Olsen. Todo ello provocó un hervidero en su cabeza, hizo de ella un volcán, y ese volcán produjo un terremoto, su obra, que aun perdura y ejerce sus efectos, aún en lugares tan lejanos como el nuestro, y aun más de doscientos años después. Kierkegaard aborda diferentes problemas asociados con el relativismo, la falta de sentido y la crisis de la fe religiosa, que precisamente son típicos de la vida moderna, y están claramente presentes en nuestra propia realidad actual. Critica esas diferentes formas que han adoptado el subjetivismo y el relativismo, y que se entienden como críticas a la cultura tradicional. A estas tendencias, Kierkegaard las refiere con la denominación de “ironía”. ¿Porqué “ironía”? Porque la ironía, dice el danés, aísla al individuo y debilita el tejido social, rechaza las normas y las costumbres establecidas, concibe al individuo libre de ellas. “En la ironía, la actualidad pierde su validez”, dice. Por ello, critica al romanticismo, que se entiende como representante del subjetivismo, del nihilismo, del relativismo, de la alienación, de la falta de sentido. Sócrates, y Hegel también, tuvieron también problemas y se crearon un conflicto porque fueron precursores de los diferentes problemas de la Modernidad. La historia de Sócrates y de Hegel, y por supuesto, de Kierkegaard, no fueron los problemas de Atenas, de Alemania o de Dinamarca sino los problemas de la existencia moderna. Y, siguiendo a Hegel, afirma que “la causa de la decadencia de la vida griega fue, precisamente, ‘la arbitrariedad de la subjetividad finita’ ”.

 

Kierkegaard, un danés nacido en 1813 en Copenhague, nos retrata fielmente, a nosotros, los salvadoreños, como un pueblo “irónico”. Los salvadoreños, en nuestra pobreza, en nuestra desesperanza, en nuestros sufrimientos, hemos, lógica consecuencia, asumido, como suele suceder en las sociedades en crisis, una actitud existencial. No al ayer, no al mañana, sólo ahora, más bien, sólo hoy, la flor del día, y en tal condición, ha entrado en nuestras vidas, eso que Kierkegaard critica y que señala como la crisis de la Modernidad: El individualismo voraz, el subjetivismo, el “yo” aislado de su propio contexto social. Cada salvadoreño es una isla, y es porque “tiene”, y “tiene” cosas, muchas de ellas innecesarias. Predomina en él la avaricia y el mal orgullo. Su vecino es su competidor y su comunidad su competencia. Nuestro tejido social se ha debilitado a grado tal que es incapaz de liberarse y reaccionar antes una política degradante que utiliza a los ciudadanos y los vuelve casi súbditos de un poder soportado en la ignorancia y la corrupción.

 

En “La revolución de la esperanza”, Erich Fromm retrata la actual sociedad, basada en la norteamericana pero generalizada al mundo, como una en un altísimo grado de descomposición, completamente deshumanizada, en la que el hombre se ha alienado totalmente, se ha enajenado, se ha vuelto pasivo y entregado en total dependencia del “sistema”. La pérdida de la fe religiosa y de los valores a ella asociados, así como la concentración de dichos valores en los técnicos y materiales, han privado al hombre de su capacidad de vida. Ahora es el programa de las máquinas el que determina el pensamiento mismo de los hombres. El “sistema” sólo funciona bien si se producen cosas que destruyan o puedan destruir al hombre. Y dice Fromm: “¿Hemos de producir gente enferma para tener una economía sana?

 

El hombre se encuentra en una “encrucijada”: O el hombre pasivo en una sociedad deshumanizada que provoca hombres irónicos caminando hacia su misma destrucción como humanos; o el hombre activo en una sociedad humanizada, que no necesita de la ironía o de aislarse en una isla en donde él es el mundo mismo. ¿Quiénes pueden realizar el cambio? Fromm piensa en lo que llama “grupos selectos de la población”, tales como intelectuales, científicos, profesionales, minorías étnicas. Y un factor importante, dice, lo constituyen “las ideas”, no las ideologías sino “las ideas”, a las cuales concede un enorme poder y una participación fundamental. Lástima que estos “grupos selectos de la población”, en nuestro país pareciera hibernan en una invierno plácido que se siente eterno.

 

El salvadoreño es entonces un hombre “irónico”, llevado a ello por una crisis de la Modernidad que lo ha alienado en el subjetivismo más extremo, en el individualismo más voraz, en la cosa, de la cual se ha vuelto, de sujeto que era, predicado. El hombre ha creado la cosa para luego alienarse en ella. Esa es la “ironía” humana. Por eso, el hombre vive “inseguro e incómodo”, como apunta Jon Stewart.

 

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