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Irse del afecto

IRSE DEL AFECTO

Por: Wilfredo Arriola 

Hay una calle sola, un silencio que orquesta el ambiente y la necesidad de acabarse las palabras para conmemorar esta escena. La esperanza se torna un vocablo temido y es que, en efecto, sospechamos que nos hemos ido del afecto. Nos rehusamos, volvemos a lo de siempre, con más rutina que necesidad.

Volvemos con la timidez a nuestro viejo recuerdo, donde la paz fue una historia ahora por contar, querer en diferido, hacer del calendario la estatua regida con la hidalguía de la bonanza. Es otro tiempo, desgastado por la ambigüedad del futuro, por la brecha confusa del porvenir, ¿En qué momento nos vamos del afecto? ¿En qué momento el recuerdo se viste de sepia? ¿Quién ocupa el espacio de nuestro querer? ¿Cuestionarse el pasado cada vez menos hará que lo vivido pierda trascendencia? ¿En lo gastado se puede volver a construir? No sé si nos vamos del querer o le hacemos un espacio en nuestro olvido, donde está a gusto en la soledad de los días que fueron.

Pienso en los días que pasaron a ser parte de nuestra biografía, para algunos pública, para otros dentro de nuestro íntimo espacio que sólo algunos pocos la han podido conocer. En ese espacio al que hemos pertenecido también han habido épocas que han forjado nuestro carácter y continúan ahí, confundiéndose con lapsos del diario vivir.

Es justo clasificar los recuerdos, lo sé; es justo envenenar lo que ya no es necesario que esté. También reparo que es justo irse de ciertos afectos que fueron, que ya no pertenecen al cúmulo que organiza nuestro nombre. No por desfachatez, pero hay deudas que no se pueden estar pagando de por vida. A su momento lo fue y también a su momento se debe saber partir, mover nuestra entrega a otros espacios, porque la vida es así: un ciclo en el cual las personas y los momentos son transitorios, sin embargo, de alguna manera se sumaron a nuestra voz. Creo que irse no significa que ya no estés, irse es llevarte conmigo, integrarte conmigo y donde yo esté seguro estarás fusionado en mí, pero en caminos separados; saber comprenderlo a veces es tarea de una vida o cuando esa vida anuncia su fin, fin de una etapa, un trabajo, un vínculo… en un suspiro se condensan multitudes de emociones, por lo tanto, es justo saber contar los recuerdos con la equidad de cada parte.

Enero afronta momentos similares como abordar nuevas etapas, irse de personas, de lugares, de hogares que vieron fases de nuestra vida. Últimamente se comercializó la frase “saber soltar”, y en su probabilidad siempre hay una razón para justificarlo, le quiero nombrar de otra forma, más completo y más responsable. Soltar me suena a “despertenecer” y considero que somos la suma de muchos fracasos representados en un éxito, que siempre hay algo de otros en nosotros que nunca podremos “soltar” del todo, que no podemos y tampoco creo que debemos por efectos de lealtad, por ese valor general de la honestidad con uno mismo, por esa universalidad de hacer propio lo bello del otro, por el saber reconocer y en ese reconocimiento fundir la parte del otro todo en lo personal.

Nos vamos, es cierto, pero se sabe que hay algo de ti en cada persona en la cual influiste para bien o para mal, que hay algo de ti que resuena en las oraciones que dicta otra persona mientras tu caminas con tu perro o acaricias a tu gato. Hay algo de ti que alguien recuerda mientras llora a solas en su habitación mientras estudias para tu siguiente examen. Hay algo de ti cuando a quién ayudaste deja de necesitar y se acuerda de quienes le ayudaron; hay algo de ti incluso en la felicidad donde ya no te recuerdan. Y así el mundo continúa. Nos vamos del querer, pero hay algo que sonará por siempre en la vida de los demás que tú has dejado, encárgate de que ese algo dure para siempre, quizá no lo sabrán los demás, pero con que lo sepas tú, bastará.

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