Por Armando Molina, escritor
Desde hace más de medio siglo, los etnomusicólogos han venido afirmando que las prácticas musicales son manifestaciones de las estructuras sociales y que son un medio para estudiar el comportamiento humano; esto bajo el entendido de que se consideran relevantes solamente los sonidos que la cultura reconoce como música. Frente a estos supuestos, la etnografía nos ofrece marcos de reflexión y metodologías de análisis que buscan posicionar a la música como un medio de investigación en su propio derecho: una forma de conocimiento capaz de nutrir a los estudios antropológicos desde una dimensión epistemológica. Es decir, que a través de lo sonoro es posible comprender aspectos particulares de una cultura, ya sea que hablemos de la cultura urbana de las grandes ciudades, o de culturas tan diversas como la de los pueblos originarios de América o la de grupos ejecutantes de ciertos géneros de música.
Profundizando en lo anterior, se puede afirmar que el sonido y la escucha son factores identitarios que le permiten a las personas ubicarse en el espacio cultural reconocido como suyo. A partir de la música se delimita la otredad y se reconoce al opuesto, al mismo tiempo que el escuchar es capaz de generar procesos de diálogo entre quienes parecían incapaces de entrar en contacto o identificarse entre sí.
En El Salvador han sido escasos los estudios etnomusicológicos y etnográficos de las diversas manifestaciones musicales y de danza de nuestras regiones. El más reciente del que se tiene conocimiento en estas áreas es el trabajo de la investigadora y estudiosa folklorista María Mendoza de Baratta, compilado en su libro «Cuzcatlán típico: ensayo sobre etnofonía de El Salvador», obra que data de 1951. A pesar de sus deficiencias epistemológicas, este ensayo contiene un amplio registro de la música de tradición oral (no escrita) cuzcatleca y lo pone en su contexto cualitativo. Cabe aclarar que la Etnografía incluye en su estudio la función de la música y su relación con otros aspectos de la cultura – la etnomusicología; sus investigaciones transcriben, analizan y clasifican los materiales sonoros obtenidos en sus investigaciones de campo, y son analizados usando criterios musicales.
“El pueblo que no respeta sus mitos, leyendas y tradiciones es un pueblo muerto”, declara con contundencia el músico, danzante e investigador etnográfico salvadoreño Israel Bojorge, mientras muestra con orgullo una copia de su obra «Método Elías», una recopilación de textos y datos etnográficos que el autor considera uno de sus más importantes logros como investigador en ese campo. A su juicio, el método consiste en una única y singular codificación de los pasos (ritmo y movimiento) de los bailes tradicionales de las diversas regiones del país recopiladas en la historiografía musical de El Salvador. Y Bojorge puede aseverar lo anterior, pues lo respaldan sus cuarenta años de estudio y experiencia en estos campos. Su innovador método fue avalado por la Dirección de Artes del Ministerio de Educación en 1983.
Israel Elías Vásquez Bojorge, nació en La Unión, El Salvador, en 1954. Sus padres se trasladaron a San Salvador cuando él era un infante y se radicaron cerca del barrio Santa Anita, donde el niño creció y asistió al Instituto Obrero José Celestino Castro hasta el año 1968; más tarde se gradúa de bachiller académico del Nuevo Liceo Centroamericano. Durante su adolescencia fue amigo del músico húngaro radicado en El Salvador Ión Cubicec, y discípulo de la legendaria coreógrafa salvadoreña Morena Celarié en la danza. Durante más de cuatro décadas Bojorge ha sido docente de música y de danzas etnográficas, veinticinco de los cuales los ha pasado enseñando lenguaje musical y expresión corporal y flauta dulce en el Centro Nacional de Artes de El Salvador (CENAR) hasta la fecha.
Para 1974 Bojorge comienza seriamente a estudiar música; ello a raíz de un viaje revelador que hizo al pueblo autóctono de Panchimalco donde, en sus propias palabras: “Buscaba la esencia de la música ancestral y especialmente buscaba un sentido de pertenencia de la música etnográfica a la que había sido expuesto y conocía”. A partir de entonces su interés se cifra en el estudio de la Etnomusicología y comienza sus estudios serios musicales con diversos maestros dentro y fuera del país; fue también durante esta fase de su vida que es introducido formalmente a los instrumentos musicales salvadoreños.
Se reconoce que en la música prehispánica los sonidos y la danza estaban intrínsecamente vinculados a ideas religiosas, su origen eran los sonidos del mundo natural y las observaciones del mundo animal en la danza. En lo musical, entre los primeros instrumentos de Mesoamérica a los que se daba este uso se encuentran los raspadores de hueso, los caparazones de tortuga y los sartales de concha. Más tarde aparecieron las flautas (pitos), las chirimías e instrumentos de percusión rudimentarios. Es probable que estos instrumentos se utilizaran en actividades rituales, en las cuales los sonidos, el ritmo y el movimiento desempeñaban un papel importante para entrar en contacto con el mundo espiritual y el universo.
Israel Bojorge ejecuta música original ancestral salvadoreña, su compromiso es la música y la danza de los pueblos originarios, pero es también, y más aún, con los espíritus de la tierra, con la herencia identitaria de su cultura cuzcatleca. Toca la flauta dulce, el piano, y posee adiestramiento formal de solfeo; danza desde su niñez y es un apasionado investigador de la música ancestral salvadoreña. La música que Bojorge ejecuta en flauta dulce se caracteriza por la sencillez de relaciones armónicas y melódicas. Es autor también de una pieza ancestral etnomusicológica titulada “Evocación al dios Macuilxochitl”, y autor de una tesis pedagógica en la que argumenta la incorporación de la música y la danza popular tradicionales en las asignaturas de estudios sociales y cívica a nivel de educación básica.
La investigación de las culturas musicales prehispánicas en Mesoamérica se basa en el estudio de una gran cantidad de artefactos sonoros y de representaciones en las artes, que manifiestan un empleo ritual de la música y la danza. Bojorge ha escarbado en las fuentes orales de la época colonial tardía de la región cuzcatleca, que le han proporcionado informaciones reveladoras y profundizar en el tema. Además, en sus recopilaciones de campo ha realizado comparaciones con la música y las danzas de grupos étnicos contemporáneos, en las cuales se observa que aún sobreviven elementos prehispánicos, concluyendo en el estudio que la música actual folklórica es un mestizaje musical de raíces religiosas antiguas.
De ahí el empeño y la pasión de Bojorge en profundizar en los estudios etnomusicológicos de su país y la región. Su afán se enfila en rescatar y documentar la música y la danza de los pueblos originarios de la región mesoamericana de El Salvador: “Mi trabajo consiste en darle autenticidad, vida y presencia a nuestras manifestaciones musicales ancestrales, para que eventualmente su conocimiento nos brinde una identidad genuina como hijos de una cultura original y viva en El Salvador.”
En 1983 Bojorge, junto con otros compañeros artistas forman el grupo “Macuilli” (significa Los Cinco en náhuat), cuyo objetivo inicial era la investigación de la música autóctona y de la danza de los pueblos originales de Cuzcatlán. Anterior a este grupo, Bojorge fundó en 1972 el grupo de danza popular tradicional Macuil Xochitl. De estos grupos se consolida su propuesta artística presente: las presentaciones en vivo del artista Bojorge, ejecutando la música que ha rescatado a través de todos estos años de estudio y poniendo en acción su método etnográfico de danza.
Ataviado en su indumentaria original indígena, consistente en un sombrero típico, caites, pantalón y cotón, carga también una alforja de Cacaopera, luce un escapulario católico (manifestación de un sincretismo religioso de época), una cabeza de ajo, acarrea plumas de guara, de papagayo y de cola de gallo en un simbolismo de rayos de sol y la tierra; y por supuesto su pito y flauta dulce, de la cual nos ilustró cuatro versiones de la región mesoamericana que comprende el actual El Salvador: el chistu o calambo de Cacaopera, la flauta Cuisnahuat, la flauta nonualca y la flauta pequeña de Yucuaiquín, cuyas variantes se reconocen por el número de orificios y el grosor del instrumento que caracteriza su dulce sonido particular. Bojorge se acompaña también de un tambor y un ´ayacaxtli´ (instrumento indígena de percusión como maracas pequeñas, usado por los aztecas y por los mayas quienes lo llamaban ´chinchín´), cuyo sonido representa el contrapunto entre la vida y la muerte. Cabe mencionar que estos instrumentos son todos manufacturados por Bojorge, en su afán de darle el mayor grado de autenticidad a su ritual artístico.
Una vez complementada su indumentaria, el artista entra en un estado de meditación cuyo objetivo es fusionarse con la energía de la gente (el público): Es el comienzo del ritual de la música y la danza cósmica, el contrapunto simbólico entre la vida y la muerte, ahora en sintonía con la serpiente de Quetzalcóatl que significa la creación y la vida, para posteriormente abordar un profundo sentimiento de pertenencia universal colectivo.
Es realmente un extraordinario y exquisito privilegio contemplar el acto ritual y artístico de Bojorge el músico y danzante ancestral: un expectante silencio invade la escena, entre el cual aparece una etérea figura ataviada en su traje indígena cargado de simbolismos étnico-religiosos; la pequeña figura danza grácilmente tal un pajarillo en un imaginario vergel, mientras con sus instrumentos ejecuta sencillas y dulces melodías de forma solemne: la dulzura de su flauta y el marcado contrapunto de su ayacaxtli le brindan a la atmósfera un genuino sentido de pureza y armonía: En el arte de Israel Bojorge hemos arribado a un estado de pertenencia ancestral a través de la música y la danza de nuestros pueblos originarios. A través de su arte hemos llegado al corazón mismo de Cuzcatlán, tierra de joyas y cosas preciosas.
San Salvador, El Salvador, 5 de febrero de 2019
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