Melitón Barba
Hablar de Ítalo es hablar de un hombre admirable, ejemplar. Lo conocí por Jorge Pinto hijo, uno de los más valientes y temerarios periodistas nuestros. Ítalo era el Jefe de Redacción de El Independiente, diario que dirigía Jorge con gran acierto y osadía. Vivíamos en la dictadura del coronel Oscar Osorio y sus cachiporristas y Jorge fue confinado a la penitenciaria central en donde se declaró en huelga de hambre. AGEUS me confió la misión de atender al huelguista que llevaba más de dos semanas de inanición y el periodista rechazo indignado mi pretensión de inyectarle soluciones en la vena. Jorge era un chiquillo menor de edad que desafiaba al sistema y el poeta Vallecillos, otro menor de edad era su Jefe de Redacción. Aquello parecía una locura. Dos imberbes retando al gobierno desde un periódico de oposición. La pareja me gustó, me deslumbraron con su atrevimiento juvenil y desde entonces, hasta su muerte fuimos grandes amigos.
Ítalo después de un tiempo de dirigir la imprenta de la Universidad, parte a España a estudiar periodismo y a su regreso dirige la Editorial Universitaria. Por esa época nos reuníamos a tomar “manchados” y a componer el mundo en La Familiar, cafetería situada contiguo a La Praviana y a los Frijolitos Carlota y a la tertulia llegaban los intelectuales amigos de Ítalo. Tuve el honor de conocer a Pedro Geoffroy Rivas, a Luis Gallegos Valdés, a Hugo Lindo, al Dr. José María Méndez, a Salarrué, a Serafín Quiteño, a muchos pintores de la vieja hornada y a algunos jóvenes de entonces. Ítalo tenía la virtud de ser amigo de todos y todos lo querían, excepto los mediocres, los envidiosos y los egoístas de siempre.
En la década del 60, cuando recién se instauraba la dictadura del nefando Julio Rivera, un grupo de amigos, queriendo recoger las inquietudes la gran masa ciudadana que dio su apoyo al Dr. Arturo Romero, decidimos fundar el Movimiento Nacional Revolucionario, MNR. Nos llevó varios años el intento. Contábamos con la ayuda tímida de unos pocos pequeños y medianos caficultores de Occidente del país, ciertos profesionales que ayudaban con una cuota mensual, (no vayan a mencionar mi nombre) y un reducido grupo de obreros -empleados ya retirados-. Cuando tomó impulso la idea fui a invitar a Ítalo, quien se apuntó como contribuyente, pero no quiso participar como correligionario ya que albergaba la esperanza de volver a levantar el Radical Democrático. Sin embargo, siempre que nos juntábamos, inquiría sobre el Partido, los militantes, los comités departamentales, el gusano de la política los seguía inquietando a pesar de que, en una de las represiones del dictador José María Lemus, conoció las mazmorras de la Penitenciaria junto a otros revolucionarios y conspiradores. Ítalo era un Social Demócrata, anti dogmático por excelencia, concebía una Patria igualitaria con ideas humanistas y cuando nos juntábamos para departir, hablábamos con dolor de las purgas estalinistas, incomprensibles para nosotros que admirábamos la Revolución de Octubre y amábamos a su pueblo que, poniendo una cuota de veinte millones de muertos, contribuyó a la derrota del fascismo. Era un hombre de cultura superior, desarrollaba cualquier tema, historia, economía, música académica. Sabía de pintura, de artes y sobre todos amaba los libros y la literatura. Hombre generoso, sin odios, ni rencores para nadie, comprensivo del dolor ajeno. El egoísmo estaba desterrado de su mente, a él acudían muchos escritores novatos que le llevaban sus obras. Nunca un reproche, una frase hiriente, una risa irónica. Siempre alentándolos, dando consejos, haciéndoles listas de libros necesarios para su formación, prestándoles manuales, textos, toda la vida dando clases. Era el hombre que más amigos tenía en El Salvador, siempre sirviendo, preocupado por los problemas sociales, buscado donde ser útil, incansable, gran amigo.
El MNR no progresaba, no conseguía militantes, seguíamos siendo los cuatro gatos de siempre con fuertes pugnas internas a punto de romper el Partido. Cuando el cisma lo debilitó hasta llevarlo al borde de su inmediata desaparición, Ítalo mostró gran habilidad política y en una jugada maestra lo salvó del desastre.
Organizó sin ser miembro aún, la recuperación y para ello convenció a muchos profesionales cuyas luchas por la libertad y la democracia eran conocidas desde los tenebrosos días del general Martínez. Entre ellos recuerdo a Rafael Glower Valdivieso, economista, su hermano René, pudoroso militar e ingeniero preso y exiliado en muchas ocasiones por luchar contra la dictadura, Jorge Sol Castellanos, abogado y economista, Gabriel Pons, Ingeniero, Hugo Navarrete, ingeniero, Mario Flores Macall, abogado, Félix Ulloa P, ingeniero, Guillermo Manuel Ungo, abogado y Maestro Universitario, Daniel y Juan José Ríos Lazo, abogados, Pablo Cerna, abogado, Luis Alonso Posada, abogado, Fernando Augusto Méndez, abogado, Julio Oliva y tanto otros que en esta página a vuela máquina escapan a mi memoria. Por eso se conoció el MNR como el Partido de los intelectuales y una de nuestras consignas era la honradez en el manejo de la cosa pública. Los compañeros que llegaron a ocupar cargos públicos obtenidos por el voto popular, jamás fueron requeridos a devolver dineros por apropiaciones indebidas en el ejercicio de sus funciones administrativas. Con la inyección de esos valores, incluyendo al mismo Ítalo, se iniciaban las jornadas conspirativas y de penetración en Centros Obreros, juveniles universitarios y sindicales bajo la aguda e inquieta dirección el compañero poeta Vallecillos. Ante la presencia inmediata de las elecciones, es Ítalo quien impone la necesidad de llevar solamente candidatos militantes y no volver a prestar el nombre del partido a personas foráneas. La primera Asamblea después de la reestructuración lleva como Secretario General al Dr. Guillermo Manuel Ungo y como Secretario de Prensa y Propaganda al escritor Ítalo López Vallecillos, pero éste es una hormiga loca, inquieto, organiza todo, se mete por todos lados, le da gran vigor a las actividades en que interviene. Se le nombra Jefe de Campaña, pero somos en verdad un pequeño grupo de activistas y nos toca hacer de todo, desde dirigir la palabra en las concentraciones, hasta labores de pega y pinta. Recuerdo que, durante esa campaña, Ítalo, Memo, quien esto escribe y dos o tres compañeros más, iniciamos la pega de afiches y consignas desde Mejicanos hasta el Parque Libertad, lo que nos llevó cerca de ocho horas.
Con gran sorpresa vimos al día siguiente que, sobre cada una de las hojas nuestras, estaba la que habían pegado, cubriendo nuestra propaganda, los compañeros del partido conocido por las siglas UDN, que era la fachada legal del partido Comunista. Decepcionados buscamos un changarro cualquiera para desayunar y recordamos con dolor los desastres de la guerra civil española, donde los estalinistas ejecutaban a los troskistas, mataban a milicianos anarquistas, fusilaban a los anarcosindicalistas cuya respuesta no se hacía esperar. Se estaban aniquilando entre ellos mientras los fascistas avanzaban a la toma de Madrid. Muy tristes nos fuimos al partido, solo llenándonos de improperios y maldiciones. Durante esa campaña fuimos a recorrer una de las tantas colonias marginales y después de varias de convencimiento, citamos a los habitantes a una concentración a cierta hora de la tarde. Nadie llegó, Ítalo nos lo había advertido: son lumpen, vagos y delincuentes que no tiene documentos de identificación. Nosotros les vamos a ofrecer energía eléctrica y agua, cuando ellos no la necesitan. Simplemente la toman de los tendidos eléctricos y de las tuberías de la ANDA. No les importa ninguna cosa que signifique orden, no quieren saber nada de nada, muchos de ellos son infractores de la ley. Lo mismo nos sucedió en la Colonia Santa Lucía en donde, después de desgañitarnos durante dos horas con los micrófonos portátiles, solamente uno llegó a preguntarle a Ítalo que era lo que íbamos a repartir, “Vergazos” le dijo Ítalo furioso, así que mejor ándate. Nuestro discurso no pegaba debíamos cambiarlo, el partido no crecía, en la reunión de la noche se escucharon varias propuestas para ver como se incentivaba a la gente y recuerdo que Ítalo propuso que le ofreciéramos fusiles y balas. Esta gente, dijo, está cansada de meter el lomo en las manifestaciones, están aburridos de discursitos y los militares no aflojan el poder con palabritas. El pueblo está harto de militares y civiles sinvergüenzas. Estábamos en 1971 y un año después con el fraude más grande en la Historia del país comprobamos que Arce Zablah tenía razón cuando afirmaba que nuestra arma no era el voto.
Un par de años después se desató la guerra, Ítalo se fue a vivir a Costa Rica, a dirigir la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA), después de sufrir varios atentados. Años después regresa para fundar la Editorial de UCA, dirigir la revista ECA y proseguir su labor conspirativa, es un ferviente admirador del general Velazco Alvarado, quien desde el poder ha iniciado la reforma agraria y muchas otras medidas de corte socialista en el Perú. Ítalo se hace llegar toda la literatura, referente a esa revolución desde arriba, la muestra al partido, la estudiamos y la hacemos llegar a muchos oficiales jóvenes amigos del poeta. Ítalo se entusiasmase llena de alegría, hay receptividad entre los jóvenes. La conspiración tardó varios años, hasta que la juventud militar decide apartar del poder al último de los generales. Estamos en plena guerra civil. El movimiento de los militares es traicionado a los pocos días, los jóvenes militares apartados de la conducción y perseguidos. Ítalo decide abandonar el país y buscar refugio en Costa Rica. Ya para entonces la dirección del MNR vive en el exilio, la matanza es incontenible, han asesinado a Monseñor Romero y a cuatro religiosas estadounidenses, los crímenes más abominables están a la orden del día. Duarte dirige la Junta de Gobierno, los democristianos en el poder y el MNR está afiliado al Frente Democrático Revolucionario, organización aliada de la guerrilla.
En 1986 coincidimos con Ítalo en la capital de México. Nos comunicamos por teléfono y decidimos recordar los viejos tiempos. Cenaremos en casa de Jorge Pinto, exiliado en México desde 1980. Nunca llegamos a juntarnos. Ítalo quería resolver un problema partidario que lo había llevado a esa nación amiga y en medio de las disputas cae gravemente enfermo siendo hospitalizado de emergencia en donde muere a causa de una hemorragia interna. Poco tiempo después, Meno, sigue el camino, hacia la eternidad y estoy seguro de que ambos deben haber llorado el día en que el MNR fue cancelado como partido al no haber podido alcanzar el número suficiente de votos para seguir en el tinglado político. Parece ser que pugnas internas y acusaciones de corrupción en la cúpula, lo llevaron a la muerte.
A diez años de la desaparición del poeta y político Ítalo López Vallecillos rindo, con gran consternación este sencillo homenaje a su memoria.
(publicado en Suplemento Tres Mil 306 16MAR996)
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