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El pequeño Jackson A. usa como herramienta de pesca una botella de agua cristal, hilo nailon y una carnada de hueso de pescado para atrapar a la diversidad de peces que habitan bajo las aguas de la Bahía de Jiquilisco, Usulután. Foto Diario Co Latino/Ludwin Vanegas.

Jackson, “el encantador de peces”

Yanuario Gómez
@DiarioCoLatino

Las madres suelen contar historias fantásticas por las noches para entretener a los niños mientras concilian el sueño, una de estas es el cuento del Flautista de Hamelin, un joven que con la música de su flauta lograba doblegar la voluntad de ratones e incluso niños que al escucharlo lo seguían al instante.

Pero esta historia no es tan fantástica. Recientemente en una cobertura periodística un equipo de Co Latino visitó la isla Madresal de la Bahía de Jiquilisco en Usulután y mientras descansaban frente a un muelle artesanal que sirve como desembarcadero de pescadores artesanales y turistas que visitan un hotel de la zona, una escena peculiar llamó la atención al ver a un jovencito de piel morena, de unos diez años de edad que caminaba hasta el final del muelle y comenzó a observar el mar.

Un minuto más tarde sacó de los bolsillos de su pantalón negro bastante desgastado una cuerda de nailon y la lanzó al agua, en menos de un minuto comenzó a enrollar rápida pero cuidadosamente aquel hilo en su mano derecha, que al salir por completo del agua traía un pez consigo.

Luego el niño volvió a repetir su ritual con el mismo resultado y aquella escena llamó poderosamente la atención de los presentes, ya que era como si los peces obedecieran a sus pensamientos y no pusieran resistencia, similar a lo que el flautista del cuento hacía con los ratones.

Al ver esto el periodista se levantó de una cómoda roca donde descansaba y caminó incrédulo hacia aquel niño, al percatarse de la presencia del redactor, lo miró fijamente y sonrió. Luego de saludarlo, el periodista preguntó: ¿cómo te llamas? El niño respondió -Jackson Ávalos-. Y proseguía con su trabajo de lanzar el nailon trayendo otro pez consigo, una y otra vez.

Entonces, formuló otra pregunta: ¿cómo puedes pescar tan rápido, quién te enseñó?

El niño sudoroso y sonriente contó que él forma parte de la tercera generación de una familia de pescadores artesanales, su padre le enseñó los secretos de este oficio desde que tenía tres años y desde ese día acude religiosamente al muelle para pescar después de clases.

“Los días de semana pesco de dos a seis de la tarde, sábados y domingos desde las seis de la mañana a cinco de la tarde”, relató el jovencito cobijado por el sol del mediodía.

Los fines de semana sale por la madrugada a pescar junto a su padre y abuelo y luego por la tarde lo hace por su cuenta en aquel muelle, según el niño, lo hace para divertirse, aunque también le genera ingresos que le sirven a él y a su familia para subsanar las necesidades del hogar.

“Pesco mucho, es lo que hago cuando tengo tiempo libre después de clases, a veces cuando todo está normal logro hacer hasta veinte libras de pescado cola blanca, algunos roncones y tiburoncillos, por eso me pagan entre diez a quince dólares, con ese dinero, parte le doy a mi mamá para que lo meta en la comida y me quedo con algo para llevar a la escuela”, comentó Jackson.

El trabajo de Jackson no es fácil, ya que a veces logra pescar más de 10 libras, lo que para otra persona puede ser algo inalcanzable ya que para completar solo una libra se necesitan entre seis y siete pescados.

“Cuando está normal me tardo un minuto o menos en atrapar un pez, si están uraños me tardo un poco más, de tres a cuatro minutos, es de tener paciencia”, menciona mientras sostiene entre sus manos su última presa.

Según detalló orgulloso Jackson, entre sus presas están tamburines, zorroespines, pargos, parguetas, roncones, peces sierra, tiburoncillos, entre otros.

Al apreciar sus manos no parecen las de un niño normal de diez años, lucen agrietadas, llenas de ampoyas, heridas entreabiertas, algunas aún sangrantes. ¿Por qué tantas heridas?, preguntó intrigado el redactor.

“Es por el nailon, cuando los peces pican el anzuelo y se halan para soltarse”, manifestó. ¿Por qué no usas guantes o algo para protegerte las manos?, cuestionó de nuevo

“Es que si me pongo algo no siento la picada de los peces, entonces se comen la carnada y se van, con el tiempo ya se acostumbra uno, ya no me duele como al principio”, explicó el niño mientras mostraba sus manos. En la Bahía de Jiquilisco, debido a la pobreza en que viven muchas familias de pescadores de la zona, todos, hasta los más pequeños trabajan junto a sus padres en la pesca, ocupación mayoritaria de la población de las islas por la falta de otro tipo de oportunidades laborales.

Son las dos y media de la tarde y el chico advierte que es hora de regresar a casa, se despide con un apretón de manos y pregunta a los periodistas si volverán a visitar de nuevo la isla para platicar. Luego sonríe y comienza su camino de vuelta al hogar, dejando tras de sí la historia de que en la Bahía de Jiquilisco no hay un flautista de Hamelin, pero sí nuestro propio encantador de peces llamado Jackson.

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