RENÁN ALCIDES ORELLANA
Escritor y Poeta
La tarde del 10 de julio de 1980, tadalafil fue de crespones de luto para la poesía. Cuando iniciaba la noche, el Café Bella Nápoles, en el centro de San Salvador, se convirtió en el escenario de la captura violenta, para posterior tortura y muerte -vil asesinato- del poeta Jaime Suárez, al estilo de los escuadrones de la muerte. Habían asesinado al poeta de la metáfora ardiente y al periodista de la palabra punzante, para denunciar las injusticias.
Jaime Suárez nació en San Salvador, el 20 de mayo de 1950 y murió el 10 de julio de 1980, precisamente cuando en El Salvador iniciaba la devastadora y cruenta guerra civil (1980-1992). Fundador del grupo literario “La Cebolla Púrpura”, junto a Carlos Balaguer, Jorge A. Mora San, David Hernández, Rigoberto Góngora y otros, desempeñó cargos administrativos en algún Ministerio y, concluida que había sido su labor en el Suplemento Literario “La Cebolla Púrpura”, en 1978 se dedica de lleno al ejercicio periodístico, como Jefe de Redacción de “La Crónica del Pueblo”, precisamente durante una de las épocas de mayor violencia institucional en El Salvador. Por efectos de la guerra, el director del periódico, José Napoleón González, fue obligado al exilio, asumiendo Jaime el cargo de director. El papel cuestionador del periódico sobre las injusticias y represión del Gobierno, generó la ira oficial, con mayor énfasis contra el nuevo director, Jaime Suárez.
Por aquellos días eran frecuentes las reuniones de grupos literarios en los cafés capitalinos, para conversar sobre poesía, análisis sobre la realidad artística nacional y mundial, intercambio de libros o simplemente para degustar un café entre amigos, con ideales afines. Aquellas eran reuniones de franca camaradería literaria y, generalmente, se realizaban en los cafés Kid Cat, Bella Nápoles, Doreña, Cafecito España, Bambi… y otros de la zona del Parque San José, en el centro de San Salvador. Un día, lo esperado… el secuestro del poeta en el Bella Nápoles; y luego, la tortura, para culminar con el cobarde asesinato. Un crimen nefasto que ojalá, a futuro, se vaya descorriendo el velo de lo que fue el secuestro, tortura y muerte del poeta, periodista y amigo Jaime Suárez Quemaín…
Conocí a Jaime Suárez a principios de los años setenta. A veces, nos encontrábamos en los pasillos de la Universidad de El Salvador (UES) o en las calles y cafés de San Salvador, especialmente en el Café Skandia, ubicado sobre la Avenida España en la planta baja del Gran Hotel San Salvador, que fuera destruido por el terremoto de 1986. Su rostro serio, cercado por espesa barba, de entrada parecía la negación del saludo. Cuestión de carácter, la rareza de su actitud era de simple apariencia, aunque a veces parecía hacer gala de un despiste. Recuerdo una de las varias anécdotas con Jaime Suárez.
– Jaime, te tomás un café -le pregunté cierta noche, invitándolo.
– No… -fue su respuesta fría y poco amistosa.
Y sin nada que agregar, se fue por entre el resto de mesas que llenaban el salón. Solo quien no lo conociera podía asombrarse de aquella aparente muestra de mala educación. Un rato después, de sorpresa estaba de pie frente a la mesa.
– ¿Y el café que me ofreciste? -me preguntó sin mayores explicaciones.
Pero, bajo aquella actitud, que a ratos sabía burlona, irónica y mordaz, estaban una amistad franca y una mente clara dispuesta al servicio, especialmente si se trataba de tareas de corte político y de beneficio popular. Siempre sería Jaime el poeta de apariencia seria, pero optimista y “con una buena dosis de anarquista”, como él mismo se calificaba en el siguiente poema:
CANTO A MI MISMO
Un día moriré, no cabe duda.
Marcharé con mis trapos a otra parte.
Un soneto tal vez, fechado en Marte,
dirá que estuve: fui poesía cruda.
Por mis huellas sabrán que sin ayuda,
sin un mínimo gesto y sin alarde,
de un sorbo me bebí toda la tarde
y mi lengua jamás se quedó muda.
Solitario quizá, no pesimista,
un poco soñador, serio, cansado,
con una buena dosis de anarquista.
Dirán mis biógrafos austeramente:
Amó con furia, no lloró el pasado
y se fue de este mundo simplemente”.
El café Bella Nápoles sigue ahí, después de varias décadas de ser alero sugerente de escritores y artistas. Para recuerdo triste e inolvidable, su protagonismo mayor, entre los cafés de su género, está en el hecho, literariamente histórico, de haber sido testigo silencioso e impotente cuando, en julio de 1980, los cuerpos represivos arrancaron de su seno al compañero poeta Jaime Suárez, lo esposaron, lo vejaron salvajemente y por el calvario de la tortura lo condujeron hacia la muerte. El cuerpo del hermano poeta fue encontrado horas después, en un predio de la zona sur de San Salvador, a inmediaciones de Antiguo Cuscatlán, evidenciando saña bestial y tortura inimaginable hasta el asesinato salvaje, de parte de los sicarios del régimen de turno.
Esta es una leve semblanza del poeta Jaime Suárez Quemain, el amigo, el compañero, el poeta a quien el tiempo le debe eternidades. También su país, al que tanto amó, le tiene deuda por lo menos de un recuerdo. Su prematura muerte todavía es deuda oficial, mientras los responsables de su crimen, intelectuales y materiales, pagarán caro su deuda a la cultura nacional, con el deambular eterno de su conciencia errante. (RAO).