Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y poeta
Estaba en la casa de Roxana y Ricardo Martínez. Siempre pasaba donde ellos al menos un par de horas. Ricardo tenía una bonita colección de CD´s. Tenía de Carlos Santana, search The Beattles, viagra Rolling Stone, thumb Janis Joplin… y fue justo allí donde escuché por primera vez todo el inmenso poder de la voz del británico Joe Cocker.
El cnatante qe interpretaba canciones populares con una voz muy particular y con movimientos curiosos que lograba que la gente hiciera toda clase de especulaciones como afirmar que estaba en drogas, que tenía un problema neuronal o simplemente que estaba loco
Ya antes lo había escuchado librar a la muerte cuando salía su voz rompiendo la tarde en noche con un programa llamado “Los años maravillosos” (The Wonder Years) que salía en un canal nacional. Me encantaba porque retrataba esos años, veías a esa familia de los suburbios de Estados Unidos, mientras escuchaban la interpretación de Joe Cocker de The Little help from my friends (Con una pequeña ayuda de mis amigos). Y escuchaba los colores de Cocker, entraba a esa dimensión de Woodstock en 1969 y ya no importaba nada.
El cuarto aún con esa luz amarilla de los focos comunes que ya casi no se ven, la noche inundando todo y la llegada del programa. Lo veía todos los miércoles y no sé si me gustaba el programa porque la canción me encantaba, aunque tenía lo propio.
Cuando estaba aprendiendo a tocar guitarra me di cuenta que la canción tenía un versión original, la de sus autores: John Lennon y Paul McCartney (The Beattles), sin embargo la interpretación de Cocker me daba otra sensación, eso que le faltaba a los chicos de Liverpool. Claro, Cocker le daba su espíritu, la vivía a su modo. Aún no lo había visto en el video de Wodstock en donde pude entenderlo un poco mejor, y pude realmente vivirlo. Creo que a partir de ese momento no salí ileso y Cocker logró siempre transmitirme su vibra. La voz arenosa y viva de Cocker no podría moverse en mucho tiempo en mi lista de preferencias.
Todo fue gracias a Ricardo, una amistad heredada de mi mamá, cuando lo sacó de la gaveta. Recuerdo bien cuando dijo: “ahora lo vas a oír de verdad”, y así fue. Cocker era más que aquella canción. Y siempre inundaba todo, ese hombre ponía la vida, no era solo el ritmo, el llevadero tono de la canción. Ese blues que el cantaba estaba ahí, ese soul, llenando todas sus canciones.
Era una antología fantástica. Luego le pedí que la volviera a poner y así se fueron las horas escuchándolo.
No pude resistir la tentación de pedirle el disco prestado. En esos años no se veía tanto material pirata, ni la descarga de internet ni era tan accesible un CD. Ricardo con todo su buen corazón me lo encargó. Pero esas cosas que suceden en la adolescencia resultaron en la pérdida del disco. La experiencia, a pesar de todo, estaba marcada y era incuestionable. Cocker estaba ahí, encontrado y llenando todo.
Mi favorita es The letter (La Carta). Y puedo escucharla sin que llegue el cansancio, sobre todo ahora que Cocker ya no está entre nosotros, que a sus 70 años se fue con ese rumbo que llevamos todos, pero así como dijo Luis Eduardo Auté: “queda la música”.