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Acuerdos éticos

José M. Tojeira

Insistimos siempre en la necesidad de acuerdos nacionales. La elaboración de un proyecto común básico es indispensable para moverse en dirección al desarrollo. Pero con frecuencia olvidamos, ask o damos por supuesto que lo tenemos en cuenta, discount que en una democracia la ética juega siempre un papel de primera categoría. De tal manera que antes de tener un gran acuerdo nacional de desarrollo, construcción de la paz, educación universalizada y de calidad, vida saludable, vivienda digna con agua permanente dentro de casa, etc., resulta estrictamente necesario un acuerdo sobre valores éticos. En general somos bastante legalistas, aunque después nos saltemos nuestras propias leyes o tratemos de manipularlas al servicio del poder. Pero la ética, a pesar de toda la palabrería al respecto, suele estar bastante ausente de las dinámicas nacionales. Por ello resulta importante reflexionar sobre la necesidad política de acuerdos éticos.

Cuando a un político se le acusa de falta de ética suele responder o atacando al contrario -menos ética tienen ustedes-, o diciendo frases como la de yo soy inocente mientras no se demuestre lo contrario, cumplo las leyes a cabalidad, los que me niegan la ética son enemigos políticos de mi partido, esas acusaciones son parte de una conspiración, etc. Este tipo de respuestas evidencian que el político que así contesta no tiene ni idea de lo que es un comportamiento ético. Y por lo mismo es importante reflexionar al respecto. Porque la ética en política es lo único que puede hacer que la política goce de buena salud. En la medida que el autoritarismo, las recomendaciones “amiguistas”, el enriquecimiento favorecido desde el poder empiezan a divisarse, la política cae necesariamente en crisis. Y al caer la política en la crisis de valores, la ciénaga de la corrupción surge y destroza las posibilidades de desarrollo social y cultural. Y por supuesto fuerza a que el desarrollo económico, si lo hay, sea profundamente desigual y vinculado a la misma falta de valores.

En un acuerdo ético entre partidos hay que partir de la idea de ciudadanía. La igual dignidad de la persona, la libertad como capacidad de tomar decisiones, crear capacidades personales y realizarlas, la solidaridad como base de convivencia, son los cimientos de la ética y de las leyes. Pero mientras las leyes miran a temas fundamentales, la ética llega hasta los detalles. Todavía hoy, por poner un ejemplo, cuando alguien quiere conseguir un trabajo en oficinas del gobierno, si desea tener éxito, todo el mundo le dice que debe acompañar su currículo de una recomendación de un diputado del partido gobernante. Esto, que se viene practicando desde hace demasiados años, es totalmente antiético. Y muestra clara que las instituciones están primero al servicio de los colores partidarios y después, en último lugar, al servicio de la gente. A partir de detalles tan pequeños como el expuesto, se va elevando el nivel de aprovechamiento de las instituciones, colocación de parientes y amigos en oficinas gubernamentales, utilización de vehículos, dineros y prebendas al propio favor, hasta llegar a extremos de flagrante corrupción, de la que castiga la ley cuando no se hace el ojo pacho.

En ese sentido, antes de los grandes acuerdos, los partidos políticos debían hacer un pacto ético. Pero en serio. De tal manera que se le suspendiera la militancia de un modo inmediato, por ejemplo, a cualquiera que tuviera signos de proceder de un modo poco ético, mientras se le investiga. Lo propios partidos debían tener sus normas éticas claras y sus propios mecanismos de investigación, y ser los primeros en proceder contra cualquier abuso. Aprovecharse del poder para sí o para los amigos, es negar la democracia. Y negar la democracia es algo que no pueden ni deben hacer quienes son hijos de la democracia, aunque ésta, en concreto la nuestra, sea todavía una democracia imperfecta. Pelear entre partidos, echarse la culpa unos a otros exhibiendo los evidentes fallos, ilegalidades y faltas de ética de cada partido, no hace más que aumentar la desconfianza y el sentimiento de que la política está podrida. Y ese sentimiento, cada vez más inserto en la conciencia popular, es peligrosa para la democracia y letal para el desarrollo justo y equitativo.

Creer en la política es necesario para el desarrollo de las sociedades modernas. Pero para creer, en el caso de los partidos, es necesario ver. Y ver sin necesidad de que nos aburran con propaganda diciendo a cada rato todo lo que hacen, como si nos estuvieran regalando algo. De hecho, esa propaganda de hicimos esto o hicimos lo otro, tan propia de nuestros partidos siempre que están en el poder, es del todo antiética. Los gobiernos e instituciones pueden financiar campañas educativas a través de los medios. Pero no autoexaltarse con dinero que es de todos, afamándose simple y sencillamente porque han construido una obra que era necesario hacerla y que se ha hecho con fondos públicos. Lo que los ciudadanos desean ver es vidas dedicadas al servicio. Puede haber distintas concepciones en el campo de los valores, diferentes ideologías y muy diversas prioridades ante lo que se debe realizar. Pero lo que no puede existir es el afán de aprovechamiento propio convertido en prioridad. Si los diversos partidos hicieran un pacto creíble de ética política, descendiendo a detalles como los que hemos expuesto, y sancionando con energía a quienes sigan fomentando el ventajismo, la posibilidad de entendimiento y de pactos en general sería mucho mayor. El afán de tener poder para aprovecharse de él es el peor cáncer de la política. Y sólo se cura con una reflexión a fondo de la responsabilidad del servicio público y un acuerdo o pacto exigente entre partidos que haga a éstos más creíbles.

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