Dálethe Melissa, Paulo Sampaio
Tomado de Agenda Latinoamericana
¿Qué es lo que marca a nuestra sociedad en relación con el sistema capitalista? Rápidamente, varias palabras pueden surgir en nuestra mente: consumismo, individualismo, dominación, miedo, aumento de enfermedades mentales y físicas, explotación, desigualdad, injusticia, corrupción, hipocresía, destrucción…y la lista solo aumenta. Ellas son retratos, pedazos de todo lo que vivimos. Asusta pensar que, en un mundo de pluralidades y diversidad, estemos presos de esa estructura dominante, que insiste en decirnos que es la única posible.
Esa estructura, a su vez, es de herencia colonialista. Nos fue impuesta una única idea de “civilización”, una única manera de ser, construir, crear y estar en este mundo. Esa idea, Ailton Krenak la llama “abstracción civilizatoria”, en el cual los afectos, los intercambios, culturas y la belleza de las diferencias son suprimidas por esa propuesta única de existencia, en base al consumo y la mercantilización, que niega – y muchas veces diezma – sociedades que poseen modos de vida que no se “encajan” en ese molde. Y además, nos separan de la tierra, abriendo camino para el agotamiento de la naturaleza y de los recursos naturales, con la transformación de todo en mercancía, vender, dinero y ganancia.
Y es exactamente esto que provoca la estructura económica capitalista. Ocurre que, para funcionar, esta estructura demanda una organización social, cultural y política fundada en aquello que Aníbal Quijano llama colonialidad del poder. Esta, a su vez, es responsable por provocar una colonización del imaginario de los dominados la represión sistémica de creencias, ideas, imágenes, símbolos y conocimientos.
Todo esto con el objetivo no sólo de impedir la producción cultural y de la diversidad de los dominados, sino también como medio de control social y cultural: se fundamenta en la división de las razas, en la relación de dominadores/dominados, en la estructura social en base al patriarcado y en la subordinación de géneros. Además, es controladora de los más diversos aspectos de la vida – el formato de los cuerpos, las relaciones de afecto, la sexualidad. Y, sobre todo, una estructura en base al miedo.
Bell Hooks nos señala que, para mantener la obediencia, o sea, el control y el comando, las culturas de dominación cultivan el miedo como su fuerza motriz. Un miedo que, más allá de subyugar, paraliza. Este miedo promueve, según la autora, una distancia entre los valores que las personas dicen defender, referentes a otra perspectiva de sociedad, y su disposición de hacer el trabajo necesario para conectar el pensamiento a la acción y teoría a la práctica. Eso impide la creación de cambios radicales capaces de estructurar una sociedad más justa, centrada en la dignidad de la vida, en el sentido de comunidad, en el respeto, en la cooperación y en la coexistencia pacífica con la naturaleza.
Desafiar a la estructura que presentamos anteriormente está intrínsecamente ligado al enfrentamiento de ese miedo, que es producido y reproducido en nuestras relaciones cotidianamente. Frente a eso, ¿Cómo superamos el miedo? ¿Cómo pensar el combate a la estructura patriarcal, misógina, racista, lgbtqia+fóbica, capacitista, gordofóbica, aporofóbica, etarista, genocida contra los pueblos indígenas y la juventud negra, capitalista y colonialista?
Recurrimos a Bell Hooks, una vez más, para responder a esta cuestión – es necesario vivir en una sociedad con base en la ética amorosa. Si de un lado la estructura que vivimos nos lleva al descuido citado anteriormente, a nivel personal, comunitario y con la naturaleza – por otro, la ética amorosa nos lleva a un compromiso de conexión, intimidad y responsabilidad en estas perspectivas. El florecer y el prevalecer de los valores del amor en las relaciones que estructuran a la sociedad hacen que la dominación, la explotación y la desigualdad no tengan espacio para continuar siendo la regla y la medida de las cosas. Ya que la ética colonialista se basa en el miedo, en la dominación, en la opresión, en la segregación, la ética amorosa, descolonizada, se basa en los principios colectivos del afecto, compromiso, cuidado y respeto, buscando el bien colectivo.
La lucha socio-ambiental, por ejemplo, se da por el rescate de valores humanos comunitarios, fundamentados en esta ética amorosa, que abarca una visión integral de toda la naturaleza y el conjunto de pluralidades presente en los modos de vida. Más allá de esa lucha ser materializada a partir de personas que ven un nuevo horizonte donde cambios serán posibles. Es una lucha que mantiene la continuidad de la resistencia que ya existe y que ya es librada hace siglos, a partir del protagonismo de pueblos indígenas y comunidades tradicionales que buscan preservar su ancestralidad y perpetuar los valores de una ética amorosa en su vivir en comunidad.
Relaciones de afecto y respeto son colocadas por encima del individualismo perverso que impide el cultivo de la cooperación y de la colectividad. La co-existencia entre los seres humanos y no humanos, es vista como el camino para la vivencia de una espiritualidad y reconexión con la tierra, al contrario de la visión separatista que nos despega de la naturaleza, transformándola en objeto de destrucción y explotación. La diversidad y la multiplicidad de los cuerpos, saberes y existencias son tratadas con dignidad, al contrario de la promoción de la división, opresión y subyugación.
Justamente las juventudes, fuentes de donde nacen vivas utopías, son quienes mejor consiguen llevar adelante esa lucha de reconstrucción de una estructura social fundamentada en la ética amorosa. Somos nosotros, históricamente, la vanguardia de las revoluciones por traer las aspiraciones, anhelos, la novedad, la curiosidad y la imaginación de otra realidad. Y somos nosotros los que nos arriesgamos, contra toda esperanza, en este proceso. En una lucha que no nos es fácil, pues la “vida real” impuesta por la sociedad que buscamos transformar nos sobrecarga y nos agota.
Experiencias de juventudes que viven esta ética amorosa en el combate a las estructuras de opresión y desigualdades sociales, raciales, de género y orientación sexual, se extienden por toda Abya Yala, denominación en lengua indígena del pueblo
Kuna para referirse a América. Como ejemplo de eso, tenemos el trabajo de la Red de Juventudes Fé no Clima (@isernarede), del Movimento Laudato Si’ (@vivalaudatosi), de las juventudes del Movimento Tapajó Vivo (@tapajosvivo), de la RELLAC – Red de Jóvenes Líderes en Áreas Protegidas y Conservadas de América Latina y el Caribe (@rellac_jovenes), del Movimento Nós na Criação (@nos.nacriacao), de la RAJOC – Red Argentina de Jóvenes en Conservación (@rajoc.ok), del Colectivo Jovens Pelo Futuro Xingu (@jovenspelofuturoxingu)
Para finalizar, traemos algunas preguntas:
¿En nuestro día a día, nos hemos cuestionado si nuestras teorías y prácticas están cargadas de valores colonialistas de dominación, opresión y prejuicios?
A partir de nuestra realidad, ¿Cómo podemos vivir los valores de la ética amorosa en nuestras relaciones interpersonales, familiares, comunitarias, sociales, con la naturaleza?
¿Cómo podemos apoyar e incentivar, inclusive de forma financiera, las organizaciones de juventudes que ya actúan en las cuestiones socio ambientales?
¿Cómo crear en nuestros espacios de articulación, movimientos, grupos, lugares para escuchar, y también de decisión, de las juventudes?
Por fin, ¿cuáles son nuestras referencias cuando hablamos de activismo socio ambiental joven? ¿Son ejemplos de juventudes europeas? ¿Qué es lo que nos lleva a mirar el activismo de los que están en los centros de dominación y no las nuestras? ¿Faltan en nuestros lugares jóvenes activistas socioambientales o estas son invisibilizadas. ¿Cómo podemos cambiar eso?