José M. Tojeira
En un futuro incierto, fruto de injusticias sociales tradicionales multiplicadas en esta ocasión por la pandemia de COVID-19, los jóvenes deben tener una responsabilidad y una participación mucho mayor. Desde hace años la comunidad de jóvenes agrupados en TECHO son un ejemplo de persistencia a la hora de dar respuesta a los problemas de los empobrecidos de nuestro país. No solo ocupándose de algo tan básico como la construcción de vivienda, sino trabajando intensamente el mejoramiento y la propiedad del terreno donde los que no tenían casa comienzan a vivir, ofreciendo asesoría para el manejo de microempresas, capacitando en oficios y creando un mundo de relaciones basado en la generosidad y en la relación igualitaria y respetuosa entre hombres y mujeres. Antonio Guterres -secretario general de la ONU- decía recientemente que “la COVID-19 es una tragedia humana, pero también ha creado una oportunidad única para reconstruir un mundo más igualitario y sostenible”. Esa reconstrucción no se hará sin los jóvenes de hoy, que serán además los que tendrán que gestionar el futuro muy pronto. Aceptar e impulsar hoy la colaboración de jóvenes generosos, con experiencia de entrega personal y ayuda al prójimo, es la única manera de potenciar una reconstrucción de El Salvador que sea realmente sostenible.
La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas, ha dado un sistemático seguimiento a la pandemia de COVID-19 en nuestras tierras americanas. En el contexto centroamericano nos dice que nuestro producto interno bruto será el que más se reducirá; en un 8.4 %. Entre otros caminos de solución para la recuperación de nuestros países dice que “la política fiscal deberá contribuir al logro de estos objetivos (recuperación de un desarrollo con equidad) a través de un sistema de tributación progresiva y eficiente en que se fortalezca el impuesto sobre la renta y el patrimonio, y se aprovechen los espacios para la tributación de la economía digital, las actividades que dañen el medio ambiente y el consumo de productos negativos para la salud. Además, se debe promover un gasto público efectivo y equitativo en que se priorice la atención de las necesidades sociales”. Con sus pocos recursos, jóvenes como los de TECHO, en base a generosidad y voluntariado han logrado mejorar sustancialmente la vida de un buen número de comunidades. Y no sólo eso, sino que han contribuido al crecimiento de la conciencia y la responsabilidad de los jóvenes y a establecer relaciones positivas entre sectores sociales tradicionalmente alejados. Ellos, como otros muchos jóvenes, son creadores de capital social y entienden el lenguaje de la reconstrucción social igualitaria y sostenible, que menciona Antonio Guterres.
A los adultos suele costarnos aceptar la novedad. Es una de las razones de los choques entre generaciones. Pero ante los repetidos fracasos de los adultos a la hora de reconstruir este país nuestro desde la finalización de la guerra civil, se va volviendo cada vez más imperativo confiar en la energía juvenil de aquellos que se han puesto como objetivo romper fronteras y divisiones sociales. En los próximos treinta años, El Salvador pasará a triplicar la cantidad de personas mayores de 60 años. Los jóvenes de hoy alcanzarán su madurez durante esas tres décadas. Algunos se adaptarán a la sociedad tradicional corrupta. Otros conservarán y tratarán de convertir su espíritu solidario en eficacia social transformadora. Sería absurdo tratar de obligar a todos a ser como el liderazgo tradicional, plagado de corrupción, evasión de impuestos e irresponsabilidad social. Al contrario, nos toca apostar por jóvenes como los de TECHO y otras instituciones solidarias juveniles. En las catástrofes, terremotos, inundaciones e incluso en la pandemia, son los que se arriesgan, los que salen a cubrir las emergencias, los que mantienen la esperanza desde la solidaridad. Los únicos que pueden forjar un futuro digno para este paisito nuestro que está ya cercano a cumplir los 200 años de independencia.