Caralvá
Intimissimun
En nuestro estudio del Martinato, publicaremos fragmentos del Repertorio Americano: Cuadernos de Cultura Hispánica – San José Costa Rica 1944, 11 de marzo de 1944, N° 4. del artículo: “La matanza de 1932 en El Salvador por Juan de Izalco. (Envío del autor, Sonsonate, El Salvador, 1943)
Pretendemos divulgar y comentar muchas circunstancias de aquella época que han sido olvidados u omitidos por la historia oficial y estos temas al menos nos ayudan a completar ese momento que aún está presente en nuestra identidad colectiva. Es de recordar que los documentos de esa época se publicaron fuera de El Salvador, sin embargo, el valor testimonial conforma parte de ese complejo modelo del ascenso militar en la nación.
Como puede observarse en la fecha de la publicación del Repertorio es el momento crítico del inicio de la caída del martinato, los siguientes sucesos de abril y mayo de 1944 culminan con la salida del dictador General Martínez.
“La matanza de 1932 en El Salvador por Juan de Izalco”
(fragmento)
“Voy referir, ciñéndome fielmente a los informes recogidos, al episodio sangriento de 1932 en El Salvador, el más sangriento y sanguinario de los episodios patrios. Frente al proletariado (más campesino que obreros) armado en su mayoría de armas blancas y de algunas escopetas, vomitaron las ametralladoras modernísimas su infernal cargamento de muerte. El Salvador es un país militarizado y la carrera de las armas recibe atención especial. El ejército es eficiente en su medio. Esto, unido a la impericia militar de las masas sublevadas, puso desde el primer momento al gobierno la clave del movimiento, de modo que los diversos cuerpos de ejército se movieron a su hora y actuaron de modo seguro. Tropas salidas de Ahuachapán y sus contornos, Sonsonate, reforzado por tropas de Santa Ana y de la capital, acabó con los demás sublevados. Hay dos etapas de la hecatombe: la primera cuando el gobierno se defendió. Conforme a la naturaleza de ese gobierno perfecto derecho tenían al responder peleando. Encendían al país los comunistas, a lluvia de metralla tenían que apagar los sostenedores del gobierno militar y burgués ciento por ciento que desde lejanos días de diciembre de 1931 manda en El Salvador, con su presidente vitalicio, que pisoteando la Constitución que nos dejó el General Francisco Menéndez, lleva a la fecha once años en el poder. La segunda etapa, la sombría, la tenebrosa, la criminal, la sanguinaria, es la matanza de seres indefensos, vencidos los unos, aterrorizados los otros, todos sin armas. Fue la hora tétrica, la del desenfreno soldadesco, la hora en que era delicia derrama sangre de ancianos mujeres y niños. Retrocedamos un poco y demostremos lo innecesario de esta carnicería sin par en la historia de América. Jamás ningún tirano de este Continente mató a más inocentes en tan pocos días. Desde el primer momento de la matanza había sido preso el líder máximo del comunismo, Agustín Farabundo Martí. Con él fueron a prisión, entre otros Alfonzo Luna y Mario Zapata, estudiantes universitarios. Los principales jefes obreros de San Salvador engordaron las celdas capitalinas. Natural es entonces pensar que todos los secretos del movimiento armado comunista pasaron a manos del gobierno. No desconocería la secta militar los elementos bélicos de los sublevados. En una palabra, mejor que los mismos comunistas, las autoridades sabían los planes de acción de los obreros y campesinos. Podemos afirmar, aunque dijeran lo contrario los partes oficiales, que cinco días después del levantamiento, había sido éste completamente debelado. Y es lógico fuera así: las armas de los militares aunados a la técnica de la matanza, debían derrotar pronto a las masas campesinas y sin jefes militares.
La matanza, razón política
El General Maximiliano Hernández Martínez había usurpado el poder. Los militares no gobernaban legalmente, los Estados Unidos no habían reconocido el cuartelazo. Violaron la Constitución, ello que tantas veces juraron públicamente defenderla. Eran traidores. Lo sabían ellos y lo sabía la nación. Verdad es que Martínez destronó a don Arturo Araujo presidente voluntarioso, e inepto e ignorante. Pero de todos modos el reinado militar empezaba apoyado en la traición. Contra el reinado había, y la sigue habiendo, bandera legítima que alzar: la bandera de la legalidad. Además, el pueblo no había olvidado los otros cuatro años de libertad que gozó, cuatro años de libertad, obsequio de don Pío Romero Bosque. Estos hechos no tenían tranquilo al gobierno inconsistente del General Martínez. Al asaltar el actual gobernante el poder, se hizo el pueblo la ingenua ilusión de que Martínez le entregaría el poder a un civil y seguiría pronto el país los caminos de la legalidad. Olvidaban los ingenuos que Martínez había conspirado desde los días asesinos del Presidente Jorge Meléndez. Olvidaron que Martínez fue cómplice de la sublevación de la Escuela de Cabos y Sargentos, durante la Administración de don Jorge Meléndez. Olvidaron que con el mismo propósito de conspirar, fundó el General Martínez nuevamente la Escuela de Cabos y Sargentos, siendo Martínez Vicepresidente de la República y Ministro de Guerra de don Arturo Araujo. Olvidaron también que esta vez los conspiradores pudieron fraguar su plan de sublevación sin que las autoridades militares se dieran por ello cuenta. Quienes conocen El Salvador y saben cómo es el espionaje de ese país, no pueden aceptar que el Ministro de Guerra Martínez ignorara los planes de los conspiradores que le darían el poder. Pero, pasado el primer entusiasmo del pueblo, hubo hechos que daban indicio grave, Martínez suprimió la Escuela de Cabos y Sargentos que había peleado contra los servidores militares de Araujo ¿Por qué alejaba a los muchachos que lo llevaron al poder?
Así las cosas, dan los comunistas la mejor ocasión para que se afiance la dictadura militar fascista. Los dueños del poder la aprovecharon. Y vio la matanza. 24.000 dice el gobierno que mató, 35.000 asegura la mayoría. Debieron matar menos. Pudieron haber deshecho a los sublevados y cesar la carnicería cuando esto no eran ya un peligro… Sin embargo, necesitaban demostrarles a los ricos de El Salvador, a los banqueros de otros países, al gobierno norteamericano, que ellos -los militares salvadoreños- sabían ser buenos custodios del capital extranjero y criollo. Los ricos se aliaron a ellos. El dinero de otros países les dio las gracias. El pueblo había sido escarmentado, aniquilado, reducido a la nada. Especialmente los campesinos araujistas pagaron con la vida la maldad del Ingeniero Arturo Araujo. El capital quedaba satisfecho y agradecido. Les dieron apoyo a los militares; el capital los ayudaba desde entonces a ellos. Concluimos: asesinaron más de lo necesario los militares, para afianzarse en el poder, en el cual no se hallaban seguros, porque entraron por la puerta de la traición. Mataron campesinos, porque ese era el deseo de los terratenientes que vieron amenazados sus haberes. Mataron, porque matando limpiaba de enemigos los caminos del poder. Matando obreros y campesinos mataban la libertad, que tanto daño les podía hacer. Los 35.000 asesinados no eran todos comunistas. Aquí reside lo más negro de Martínez y los suyos. No mató solamente comunistas: mató niños, mujeres y ancianos inocentes. No descabezó una rebelión: diezmó una raza. (continuará)