Luis Armando González
El 28 de agosto recién pasado falleció el compositor y cantante mexicano Juan Gabriel (1950-2016). Quiero dedicar esta reflexión a su memoria, pero también meditar sobre el impacto de su arte –y no sólo el suyo, pues él es parte de un tradición, dilatada en el tiempo, de artistas mexicanos de enorme arraigo popular— en la sensibilidad de miles de hombres y mujeres no sólo en México, sino en América Latina.
Salgo al paso, antes que nada, de los puristas ideológicos y de los puristas estéticos: los primeros seguramente argumentarán que cómo, habiendo tantos problemas en la realidad nacional, alguien puede gastar su tiempo en hablar de Juan Gabriel; y los segundos, probablemente dirán que el suyo es un arte ajeno a los cánones clásicos, esos que sólo cumplen los grandes tenores y los grandes compositores que han enriquecido los espíritus más exquisitos a lo largo de la historia.
A los últimos les respondo que estas líneas no son un juicio estético sobre las composiciones y el canto de Juan Gabriel, sino –con independencia del gusto o disgusto que provoquen sus canciones— una reflexión sobre algo indiscutible: su incidencia en la sensibilidad popular.
A los primeros, les recuerdo que la realidad social –en México y en El Salvador— también integra, como algo constitutivo, las percepciones y sensibilidad de sus miembros, sus gustos, costumbres, formas de vivir e interpretar el amor, el desamor, los celos, el vínculo materno, el desarraigo, la muerte…
El olvido de la sensibilidad individual y colectiva, por lo general, se traduce en fuertes dolores de cabeza y frustración para quienes, con ambiciones humanistas y transformadoras, necesitan del compromiso popular para llevarlas adelante. Olvidar cómo siente y vive la gente sus pasiones, sus miedos, sus desasosiegos y sus percances sentimentales, es olvidar lo que mueve a las personas en una dirección o en otra, pero desde lo profundo de su personalidad, desde lo profundo de su sensibilidad.
La sensibilidad de cada cual es lo que se lleva pegado al cuerpo, como parte inseparable del mismo. Algo que llegado de fuera, se “incorpora” al propio ser y lo posiciona ante sí mismo y ante los demás.
El canto de Juan Gabriel, sus letras, sus entonaciones y su mismo modo de ser como un artista atrapado personalmente en los contenidos de su canto, se hizo parte del cuerpo, los gustos y la mente de miles de mexicanos, y desde México influyó en la sensibilidad popular de otras naciones.
Con ello Juan Gabriel dio continuidad a una tradición mexicana de larga data, tradición según la cual personalidades artísticas singulares han moldeado el sentir, el vivir y el valorar de sectores sociales populares (y no sólo populares), convirtiéndose así en referentes culturales ineludibles para comprender el “mundo de la vida” de las sociedades sometidas a su encanto y a su magia.
La filiación de Juan Gabriel es directa, desde el canto, con Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Pedro Infante, Jorge Negrete, Chavela Vargas y Vicente Fernández. Como referentes culturales de enorme influencia popular, a través del cine, tiene afinidades con Tintán, Resortes, María Félix y Cantinflas. Si se busca a alguien en el campo de la poesía mexicana con quien se le pueda conectar es con Ramón López Velarde, no con Sor Juana Inés de la Cruz.
En cuanto a la literatura, su afinidad más próxima es con Carlos Monsiváis, no con Octavio Paz (cuya sofisticación intelectual difícilmente ha influido en la sensibilidad popular a la manera en la que lo ha hecho Juan Gabriel y quienes, como él, lograron que la gente del pueblo amara, odiara, llorara o se alegrara a la manera en que ellos lo hacían.
En la pintura, Juan Gabriel invita a pensar en los grandes muralistas mexicanos, sin los cuales la sensibilidad popular mexicana no puede ser entendida; lo mismo que tampoco puede ser entendida sin Juan Diego y la Virgen de Guadalupe, en el plano religioso.
Las figuras mencionadas (y otras que se pueden identificar sin mayor dificultad) tuvieron, individualmente, un impacto en la sensibilidad popular de igual calado que las telenovelas, a propósito de las cuales se puede hacer una enorme lista de “personajes” decisivos en la conformación del gusto y las formas de sentir, la pasión, el odio, el amor y los celos en un tramo importante de la historia mexicana y latinoamericana.
Por lo dicho, nadie con preocupaciones sociales serias puede ignorar la muerte de Juan Gabriel, así sea sólo por el hecho de haber influido con su arte –y lo seguirá haciendo, junto con otros estrellas de la misma constelación— en la sensibilidad popular. Como anécdota personal, el día en que redactaba estas notas, en un autobús capitalino el conductor hacía sonar la canción “Querida”, interpretada por Juan Gabriel.
Volví la vista, pude ver que varios pasajeros tarareaban la canción, y yo mismo movía mis pies al ritmo de una melodía que, al prestar atención a su contenido y a la voz melodiosa de Juan Gabriel, me pareció una hermosa canción.
No pude evitar pensar en que es imposible que alguien la pueda cantar igual. Que descanse en paz Juan Gabriel.
“Querida,
Cada momento de mi vida
Yo pienso en ti más cada día
Mira mi soledad
Mira mi soledad
Que no me sienta nada bien
Oh ven ya
Querida,
No me ha sanado bien la herida
Te extraño y lloro todavía
Mira mi soledad
Mira mi soledad
Que no me sienta nada bien
Oh ven ya
Querida,
Piensa en mí solo un momento y ven
Date cuenta que el tiempo es cruel
Y lo he pasado yo sin ti
Oh ven ya, ah ah
Querida,
Hazlo por quien más quieras tú
Yo quiero ver de nuevo luz
En toda mi casa
Oh oh querida,
Ven a mí que estoy sufriendo
Ven a mí que estoy muriendo
En esta soledad
En esta soledad
Que no me sienta nada bien
Ven
Querida,
Por lo que quieras tu más ven
Más compasión de mi tu ten
Mira mi soledad
Mira mi soledad
Que no me sienta nada bien”