Javier Alvarenga,
Fotoperiodista
La carretera se dibuja cuesta arriba, los arboles frescos se agitan, entre las curvas pronunciadas se visualiza, a un costado, las sierras occidentales que dan a comprender la altura del lugar, las casas reaparecen, el adoquín nos conduce hasta el centro de Juayúa, municipio de Sonsonate, reconocido por ser, un pueblo histórico con tradición cafetalera.
Los cohetes chiflan en dirección al cielo, revientan en el firmamento azul, cargado de estratos blancos, como pequeños y delicados trozos de algodón, sobre la pintoresca iglesia de Santa Lucia, más bien conocida, por parroquia del Cristo Negro, imponente estructura arquitectónica de dos enormes campanarios, al fondo, una sierra arada que genera una peculiar visión del horizonte.
Toda la escena me hace pensar, en, un universo tallado por manos artesanas, elaborado delicadamente, con la precisión exacta, de un alfarero enamorado de su trabajo, cada espacio, bien situado en su lugar, el parque revestido en su flora fresca, la fuente al centro desbordando su manantial, en forma de velo sobre los transeúntes.
Transeúntes que se a conglomeran para festejar, las romerías en honor al Cristo Negro patrono del municipio, personaje que remonta más allá de las tradiciones españolas, ya que, en la ciudad sagrada de Copan se celebraban grandes fiestas en honor a él; Ek- Kampulá que significa “El que empuja las nubes” se le atribuía, el poder de alejar las lluvias y permitir los días de sol necesarios para la siembra.
Observó los feligreses, entre la multitud, se destaca una anciana, de rostro ancho, piel agrietada, nariz pronunciada, ojos achinados, sonrisa y mirada sincera, a su costado, las palmas decoradas y la deidad cargada de dolor; el viento sopla jugando con su cabello grueso. Y, yo, alegre descifro, y comprendo, que, sobre las tradiciones impuestas, aún se encuentran nuestros dioses precolombinos subsistiendo como forasteros, en sus propias tierras.
Pero todo conformando, lo que siempre destaco y considero, nuestro amplio acervo cultural, que sirve para enriquecer, nuestra identidad herida, pero que aún sobrevive en el universo colorido del trópico de Cuscatlán. Los festejos continúan, las carrosas pasean por las calles, el oriundo y el turista disfruta, la música suena, los cohetes siguen reventando hasta caer el frio, pero hermoso atardecer dorado.
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