Sara Moreno
Escritora joven
Entre los asuntos más cotidianos de la vida humana, Cortázar nos enseña a reír y a encontrar pequeños milagros. La obra de Cortázar transforma la rutina en acontecimientos inusuales y, en múltiples ocasiones, dulces; nos hace comprender que como en Carta a una señora en París expresa : “Las costumbres son formas concretas del ritmo, son la cuota de ritmo que nos ayuda a vivir”. Este ritmo, a veces constante y en otras – la mayoría del tiempo – sumamente irregular, se refleja en toda su obra, ejemplo de ello encontramos en Bestiario, que nos hace confundir la realidad con la no-realidad; en Manual de Instrucciones, que nos abre los ojos a lo que podría parecer insignificante; en Rayuela, que nos permite vernos desde fuera de nosotros mismos y descubrirnos como seres complejos. Siendo aún, estas tres últimas, de sus obras más tempranas, la exactitud de sus palabras predomina, no solo en cuanto a significado, sino en relación a uso y repetición. Nos hace deslizarnos entre sus escritos y no ser solo lectores, sino que, como cuando baja la luna a la fragua, convertirnos en el niño que la mira mira y – absortos en la lectura – la seguimos mirando, exclamando de vez en cuando: ¡Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée!
Historia verídica
A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
Instrucciones para llorar
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia dentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.