Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
Julio me resultó por muchos años un mes complejo que simboliza la injusticia y el silencio. Dependía del ritmo de las agua para sentir su presencia y vestirlo con coraje o con resignación, en ocasiones estaba lleno de melancolía y desvelo, en otras era el enojo y la necesidad imposible de gritar. Sabía que era una fecha dura en casa, sobre todo para mi mamá Patricia Márquez, a quien crecí viendola salir con la cabeza en alta por la mañana y llegar a casa para depositar la fuerte carga e inclinar el rostro con la tristeza que solo aplacaba el llanto.
Es evidente en mi familia que la fecha que genera toda la tormenta de emociones es el 4 de julio de 1981, día en que secuestraron y desaparecieron a mi papá Edgar Mauricio Vallejo Marroquín a sus 23 años de edad.
Por algunos años procuré solo ver el mes desvanecerse, como sucede con los días que deseas que terminen, en ocasiones tomaba fuerza y exponía a todo pulmón la historia de mi padre aún con el riesgo de caerle mal a más de algún personaje por estar trayendo a cuenta “algo que debería quedar en el olvido”, sobre todo para los que se encuentran en las listas de sospechosos.
Un par de ocasiones la casualidad me ha llevado a recorrer la misma ruta donde lo desaparecieron y a sorprenderme el juego del destino viendo la quietud de la acera aquella donde sujetos que taparon sus rostros con pañueletas y redujeron a mi papá hasta meterlo por la fuerza en el jeep donde se conducían junto a la muerte.
El día que desaparecieron a mi papá era sábado, la mayoría de lugares atendían de lunes a viernes, así que se fue hasta el 6 de julio a denunciar a todos los lugares donde se podía pedir auxili. Ese lunes mi abuela María Julia Marroquín puso la denuncia del caso en Socorro Jurídico del Arzobispado y de igual forma mi mamá; mi abuela Josefina Pineda de Márquez tocó la puerta de la Cruz Roja Internacional y así muchos de mis familiares hicieron el mayor esfuerzo posible sabiendo que el tiempo estaba en contra de un desenlace positivo como la historia lamentablemente nos demostró. Y solo se encontró el consuelo de ser escuchados, porque hasta las más nimias noticias fueron negadas. Mi abuelo Óscar Antonio Vallejo se atrevió a elaborar publicaciones exponiéndose a ser identificado, buscó ayuda en sus familiares con influencias en el ejercito y en el gobierno pero todo fue estéril, solo quedan los archivos que demuestran todas las luchas que se hicieron hasta que mis abuelos paternos trascendieron, primero mi abuelo y luego mi abuela, de este espacio para acompañar el alma de mi padre sin tener noticia del paradero de su hijo.
Esos días de julio representan la desesperación de una madre, un padre, una esposa y demás familia que jamás encontraron justicia. Mi mamá interpuso un recurso de Habeas Corpus ante la Corte Suprema de Justicia el 22 de julio de 1981 del cual nunca tuvimos respuesta, hasta que el IDHUCA nos mostró la resolución de aquel año en donde se manifestaba que no se había encontrado en ningún lugar. Y así poco a poco nos percatamos de la falta de voluntad del Estado para atender un caso como el de mi padre, así como millones de crímenes, injusticias y atrocidades que se han cometido en la guerra y tras los Acuerdos de Paz. Pensamos que en estos diez años que pasaron algo se lograría, quizá encontrar su cuerpo para darle sepultura. Pero no, solo teorías y especulaciones que cada vez nos señalaban más sospechosos del lado de la organización con la que colaboraba, en lugar de los cuerpos represivos.
Muchos celebran el 4 de julio por que se celebra la independencia de Estados Unidos, otros en El Salvador celebran el nacimiento de Miguel Mármol. Para mí la fecha es de reflexión personal, de buscar respuesta a la vida y al compromiso de mejorar el mundo, a mí y a mi entorno; de saber a quienes apoyar y a quienes no en estos microuniversos políticos donde la gente busca obtener y mantener el poder en lugar de usar el poder para beneficio del resto de las personas, mientras la injusticia sigue latente.