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¿Justicia climática intergeneracional sin cambiar la sociedad?

Dani Boix 

Cataluña, España

Tomado de Agenda Latinoamericana

En la Agenda Latinoamericana de 2018 escribí sobre cómo los humanos estamos reaccionando (o mejor dicho, cómo no lo estamos haciendo) ante la emergencia climática. Recurrí a un mito clásico: Dédalo advertía a su hijo Ícaro de no volar demasiado alto, pero él no le hizo caso, las alas se le derritieron al acercarse al Sol y cayó al vacío. La metáfora ilustraba que la humanidad está ignorando las evidentes señales que reclaman un cambio de modelo socio-económico para disminuir el colapso que supondrá la crisis climática. Al mismo tiempo, pero, indicaba que las generaciones mayores aconsejan a los jóvenes a no tomar decisiones disparatadas. Esta, pero, no es la situación que estamos viviendo, se ha volteado. Hoy día movimientos sociales integrados predominantemente por gente joven nos dicen: “nos estáis robando el futuro”. Este sentimiento de desánimo y frustración no es el resultado de una falta de conocimiento de la realidad o de alarmismo innecesario. Esta voz crítica nace de las evidencias científicas que se acumulan año tras año sobre los efectos del cambio climático y el hecho de que los humanos somos sus responsables. Ejemplos recientes. Un estudio publicado en la prestigiosa revista de ciencia médica The Lancet evidenciaba que una persona nacida hoy tiene una probabilidad más alta de sufrir problemas de salud debido al cambio climático. Uno de los autores consideraba como “persistentes y prevalentes” los daños a la salud en la primera infancia. A este estudio se le debe añadir otros que indican un incremento en el número de epidemias víricas. Por otra banda el IPCC (Grupo Intergobernamental sobre el Cambio Climático) hizo público que los modelos que relacionaban las emisiones de CO2 y el incremento de la temperatura habían subestimado este incremento y que se debía esperar que la temperatura fuese hasta 3ºC superior a lo que se preveía inicialmente. Esto implica que los compromisos “no vinculantes” de París se quedaron muy cortos. La gente joven, ¿con qué mundo se está encontrando? Una sociedad dirigida por gobernantes que desprecian la emergencia climática y la ridiculizan. Dirigentes de algunos estados que, por muy dudosa que sea su calidad democrática, reciben el aval en forma de votos de millones de personas. Si ponemos el foco en algunos de los estados más poderosos, vemos que no es extraño encontrar líderes que, ante las dificultades que se generan con la crisis climática, las niegan, y ante la urgencia, miran hacia otro lado. Donald Trump es un claro representante de esta manera de encarar los prob lemas e, incluso, es el autor de frases como “El concepto de calentamiento global fue creado por los chinos para que los productos de EEUU no sean competitivos” que hacen sentir vergüenza ajena. Tampoco es muy alentador saber que periódicos como The New York Times han denunciado irregularidades de funcionarios de su administración, como uno del Departamento de Interior que se dedicaba a añadir a los informes oficiales textos engañosos sobre el cambio climático y alabanzas al beneficio del incremento de dióxido de carbono en la atmósfera. Hay gobernantes como Vladimir Putin que, ante el grueso de las evidencias del cambio climático, no lo cuestionan, pero ponen en duda que la actividad humana sea su responsable. Incluso ha llegado a afirmar que: “Nadie conoce el origen del cambio climático global”. Es decir, simplemente ignora los informes oficiales de la ONU, del IPCC o la opinión de miles de científicos de todo el planeta. Estos dos personajes no son los únicos que intentan menoscabar las implicaciones ambientales, sociales y económicas que supondrá el calentamiento global. Desafortunadamente de ejemplos no faltan, como el presidente actual de Brasil, Jair Bolsonaro (sus políticas están suponiendo una destrucción récord de la selva amazónica) o el primer ministro de Australia entre 2013 y 2015, Tony Abbot. Europa tampoco está libre de este tipo de gobernantes, sirvan de triste ejemplo el actual primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, o el expresidente de España, Mariano Rajoy. Y si les conviene, no tienen ningún problema en modificar el discurso según el auditorio o las circunstancias. Por ejemplo el señor Rajoy en una entrevista en 2007 se burlaba del cambio climático, pero en 2015, unas semanas antes de la Cumbre de Naciones Unidas sobre el cambio climático, no tuvo ningún problema en decir “el cambio climático es un problema grave”. Otros gobernantes ni son tan fachendas ni obvian el conocimiento científico en sus declaraciones. Por ejemplo, Xi Jinping ha manifestado la necesidad de realizar esfuerzos significativos para disminuir el cambio climático. Así en 2017 en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra manifestaba: “Todas las partes deben trabajar juntas para implementar el acuerdo de París. China continuará tomando medidas para afrontar el cambio climático y respetará plenamente sus obligaciones”. Es cierto que el dirigente chino ha acompañado sus palabras con algunas promesas, como la suspensión de 101 proyectos de carbón en todo el país por un valor de 430 mil millones de yuans para reducir las emisiones y desarrollar una economía más ecológica. Sin embargo, no debemos ser ingenuos ya que al mismo tiempo financia megaproyectos faraónicos de construcción de infraestructuras de transporte (principalmente carreteras, pero también puertos o metros) alrededor del mundo, como en Pakistán, Etiopía o Sri Lanka. Todos estos corredores transcontinentales suponen un incremento muy grande de las emisiones de gases de efecto invernadero, muchas veces superior a la reducción que comportan las medidas que anuncia el presidente chino. La Unión Europea también mantiene el discurso de la necesidad de medidas urgentes ante la emergencia climática, pero de momento no existe la voluntad real de cambiar la situación. Así, mientras se enorgullece de las acciones que está llevando a cabo en la lucha por el clima, el llamado Plan Verde que quiere aprobar en 2020, no hace la dotación necesaria de recursos. Los estudios científicos de la UNEP (Programa por el Medio Ambiente de la ONU) y del IPCC calculan que la inversión debería ser de unos 3,4 billones de euros para la década 2021-2030. De momento, pero, el Plan Verde sólo prevé movilizar 2,6 billones (es oportuno recordar que para rescatar la banca los gobiernos europeos invirtieron 4,2 billones de euros en el periodo 2009-2018). Lo más decepcionante es que la propuesta de inversión pública se limita a 1 billón de euros (el 29% de lo que se reclama para los estudios científicos), ya que el resto se pretenden obtener mediante la inversión privada. Además, algunos de los representantes políticos europeos, como el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, no tan solo no es consciente del daño que el egoísmo de su generación (y también la mía) ha generado y está generando, sino que, haciendo apología de la irresponsabilidad y de la estupidez, se burla y desprecia públicamente a los jóvenes activistas. Él que es uno de los representantes de las instituciones que hacen bandera de la lucha contra la crisis climática (¡que despropósito de personaje!). Ante este panorama las nuevas generaciones tienen una ventana muy estrecha para la esperanza. Mientras la sociedad manifieste un nivel de egoísmo como el actual, una ceguera como la presente y una sordera como la de hoy en día, sólo debemos pensar en la crisis que tendremos que afrontar, o mejor dicho, TENDRÁN QUE AFRONTAR, será de dimensiones impensables. Cada día que pasa ignorando esta realidad, o no actuando decididamente para cambiarla, hace que las dificultades que encontrarán las nuevas generaciones sean mayores. Así en 2010 se puso sobre la mesa que en 30 años se tenían que reducir las emisiones de gases invernadero a la mitad. La realidad, pero, es que, actualmente, con un tercio menos de tiempo, se tendrán que reducir 4 veces más estas emisiones para conseguir los objetivos propuestos en 2010, ya que: 1) las emisiones han aumentado, 2) la rapidez del aumento es mayor al considerado en 2010, y 3) los nuevos compromisos climáticos de los países son insuficientes. Por tanto, si el mito de Ícaro tuviese que ser una metáfora válida, Dédalo debería de haber arrastrado por la fuerza a su hijo hacia el sol para después precipitarse los dos al vacío. Que lejos quedan ideas como las del fundador del escuttismo Robert Baden Powell: “Dejad este mundo un poco mejor de como lo habéis encontrado”; y qué preocupantemente ciertas se vuelven las del escritor Antoine de Saint-Exupery: “Por lo que respecta al futuro, no se trata de prevenirlo, sino de hacerlo posible”. Parece que las nuevas generaciones no encontrarán justicia climática en esta sociedad, sólo les (y nos) queda cambiarla.

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