Carlos Girón S.
Los salvadoreños bien nacidos nos sentimos orgullosos de que nuestro país dé su incondicional apoyo al pueblo y gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, por ser algo correcto, digno y justo.
Como en la mayor parte o casi todas las políticas, acciones y ejecutorias del presente Gobierno de la República, el respaldo que le brinda al hermano país suramericano es de lo más acertado, sin el menor temor de estar equivocado o de arrepentirse más tarde. Por ser honesto, honrado y digno, el presidente Sánchez Cerén no se avergüenza de darle la mano en señal de sincera amistad y respaldo en su gestión gubernamental a su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, honesto y honrado también, quien ha expresado su gratitud y reconocimiento al pueblo salvadoreño a través de su legítimo representante, el presidente Sánchez Cerén.
Una ley no escrita dice que lo afín atrae lo afín. Si Maduro no fuera un gobernante democrático, y tampoco lo fuera Sánchez Cerén, ni uno ni otro se toleraría ni cultivarían ninguna amistad. Ambos dirigen a sus países por la voluntad libre de sus pueblos, quienes los eligieron en elecciones limpias y democráticas. Por esa razón, a Sánchez Cerén no se le ha ocurrido buscar la amistad o relacionarse con los gobernantes producto de maniobras sucias, golpistas de Brasil, la Argentina, u otro país que fuera de la misma condición.
El Salvador no es el único país hispanoamericano que está con Venezuela. Junto a él están 32 otras naciones, las que forman la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuya mayoría estuvo presta a responder a la convocatoria que hiciera la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, para reunirse honrosamente en nuestra ciudad capital el pasado 2 de mayo, y poner sobre el tapete las consideraciones sobre la crisis prefabricada en que se ve inmersa la Patria de Bolívar, quien en su tumba se llenaría de vergüenza y lástima viendo la conducta de los sectores anti-Patria que le hacen la guerra al gobierno de Maduro –que es guerra contra el pueblo legítimo. Y eso es exactamente lo que nos ocurre en estos momentos a los salvadoreños, con una crisis artificial, también prefabricada por las huestes que pretenden asaltar de nuevo el poder político para volver a hacer de las suyas, llenando sus alforjas con los recursos del pueblo. Debe decirse que la guerra contra los dos gobiernos, el de Venezuela y el de El Salvador, es porque ambos están dedicados a trabajar en favor de todos sus habitantes, de forma inclusiva, pero particularmente en bien de los menos favorecidos, y hacia quienes Maduro y Sánchez Cerén no escatiman esfuerzos en efectuar fuertes inversiones para el sostenimiento, ampliación y mejoramiento de programas sociales, que han sido factor determinante para superar los niveles de vida de sus connacionales.
No es casualidad que los dos gobernantes muestren un espíritu de comprensión y tolerancia, y que hayan hecho reiterados llamados a las fuerzas opositoras o enemigas, a sentarse a una mesa para deliberar sobre sus diferencias, con el sincero propósito de hallar una fórmula eficaz que traiga la conciliación y la paz entre los gobernados y puedan todos dedicarse todos a trabajar por su bienestar común y el progreso y modernización de sus países.
Ambas naciones no necesitan de intermediarios ni injerencismos de sujetos entrometidos como ese Luis Almagro, quien triste y desgraciadamente está al frente de la tan desprestigiada Organización de Estados Americanos –OEA–, quien ha tenido el abuso de atropellar la soberanía de la nación cuna del Libertador, ordenándole efectuar elecciones generales cuando él dice y quiere. La respuesta de Venezuela ha sido mandar al carajo a la OEA y al tal Almagro, quien está ayudando a que la Organización esté convirtiéndose cada vez más en pura chatarra, indigna de representar a nuestros países soberanos que, por cierto, está condenada a desaparecer ante el surgimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños –CELAC–, cuyos gobernantes no deberían demorarse más en seguir el ejemplo del presidente Nicolás Maduro.
Mientras tanto, Maduro resiste. Resiste con la confianza y convicción de contar con el respaldo pleno y total del legítimo pueblo, y con la lealtad de las Fuerzas Armadas venezolanas, que jamás se prestarían para un golpe de Estado como lo fraguan los enemigos de la Nación, ni tampoco para caer en la celada de atacar a las manchas bravas organizadas y azuzadas por esos mismos enemigos, como lo quisieran ellos, los conspiradores, tras bambalinas, para tener el pretexto que buscan y justificar una asonada contra el régimen.
Los patriotas venezolanos saben bien, como lo sabemos quienes seguimos atentos los acontecimientos en Venezuela, que lo que de veras hay en el fondo de la crisis provocada en la Patria bolivariana, tiene como propósito fundamental, primero, el derrocamiento (y quizá asesinato también, como Hussein y Kadaffy) del presidente Maduro, para imponer un gobernante títere, sometido a los poderes del Norte; y, segundo, lograr el magno y verdadero objetivo de toda esa conspiración: invadir a Venezuela y apoderarse de sus vastas reservas de petróleo.
Es impresionante conocer el dato de la riqueza de este recurso natural en el hermano país –que es una gran bendición para el pueblo venezolano, pero que los traidores quieren que sea una maldición.
Las reservas certificadas de petróleo en la Paria del Libertador, en el año 2013, ascendían a 297.000 millones de barriles, lo cual colocaría a Venezuela como el país con las mayores reservas de petróleo a nivel mundial -incluso por encima de Arabia Saudita.
Aquí está la explicación a todo el sufrimiento que gente malvada le está ocasionando –internamente y desde afuera, estando en primera fila los medios de comunicación– al pueblo y Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela. Pero ambos, pueblo y Gobierno, confían en que Dios y la Justicia Divina no permitirán que esa criminal traición se consume…
Por eso hay que repetir que los salvadoreños bien nacidos nos sentimos orgullosos de que nuestro país dé su incondicional apoyo y solidaridad al noble pueblo y el digno gobierno de Venezuela, por ser una decisión correcta y justa.