José M. Tojeira
Si el futuro está en los jóvenes, como suele repetirse, resulta claro que no estamos trabajando adecuadamente el futuro. Demasiados jóvenes continúan emigrando y muchos jóvenes permanecerán en las cárceles, víctimas de grandes redadas y detenciones arbitrarias, así como de leyes injustas y jueces sin independencia y libertad judicial. Si se cumplieran los sueños de Trump de deportar masivamente a los migrantes sin papeles, podríamos también encontrarnos con muchos jóvenes deportados a los que tendríamos muy poco que ofrecerles en el trabajo informal después de estar ganado 15 dólares la hora y labrándose un futuro mejor.
Ya casi no hay violencia callejera, y eso es bueno, pero permanece una violencia estructural que permea la economía, afecta el trabajo mal pagado e impulsa la cultura del insulto y el autoritarismo. Solamente el 40% de nuestros jóvenes alcanza el bachillerato y el INCAF, nuevo encargado de la formación profesional, ha bajado sistemáticamente su inversión en la formación técnica de nuestros trabajadores.
Si contemplamos la situación de las mujeres jóvenes el panorama no es mejor que el de los hombres. Sometidas a un machismo todavía fuerte en nuestra sociedad continúan sufriendo agresiones, incluyendo las sexuales, trabajando en la informalidad, manteniendo solas la familia a veces desde muy pronto y trabajando prácticamente sin prestaciones en labores del hogar sin que el Estado salvadoreño y los poderosos económicamente se hayan dignado ratificar el Convenio 189 de la OIT que ampara sus derechos laborales.
Los jóvenes, además, están sometidos a lo que podríamos llamar violencia cultural. Tanto el machismo como la agresividad en las redes son muestras palpables de un pernicioso influjo en los jóvenes. El consumismo y el individualismo producen pulsiones muy fuertes y continuadas que alejan a los jóvenes de la responsabilidad comunitaria y de los valores solidarios.
De hecho, si los jóvenes, que gracias a Dios no lo hacen en su mayoría, se dejaran modelar por un estado elitista, arbitrario, aporofóbico e irresponsable ante los Derechos Humanos, seguiríamos muy pronto con los mismos problemas de violencia que hemos venido padeciendo durante demasiado tiempo.
Hoy los jóvenes nos dan esperanza cuando los vemos preocupados por la ecología y el medio ambiente. La minería, con sus falsas promesas de enriquecimiento rápido, no ha anidado en la conciencia de nuestros jóvenes, que saben que se está jugando con su futuro. El problema de un agua cada vez más escasa, el calentamiento global, la desertificación, la reducción de los bosques y los riesgos de una minería capaz de dañar al mismo tiempo la tierra, el aire y el agua, va percibiéndose en la conciencia de nuestra juventud como un problema de injusticia intergeneracional.
Hoy los jóvenes se interesan más por la memoria histórica y no quieren que se repitan en el país ni el saqueo privado de las riquezas naturales, ni corrupción, ni militarismos o dictaduras. Y mucho menos que los conflictos tengan que resolverse por la vía de la violencia. Se preocupan más por el futuro que van a heredar y por las estructuras sociales que les mantendrán en la pobreza como, por ejemplo, el pésimo sistema de pensiones, incapaz de cubrir a la gran mayoría de los trabajadores con una pensión decente.
Como todos los que vivimos en El Salvador, los jóvenes, aun amenazados por el individualismo consumista, buscan mejorar la sociabilidad y la amistad social en la convivencia ciudadana.
Apoyarlos, dialogar con ellos, facilitarles formación y redes de protección social, ofrecerles un salario digno son tareas de la sociedad adulta y el estado. El pragmatismo político que quiere limitar la rebeldía juvenil llenando las cabezas de los jóvenes con mentiras, ni entiende a los jóvenes, ni trabaja el futuro, ni asegura una sociedad en la que todos podamos poner solidaridad y recibir amistad, en búsqueda activa del bien común.