Rafael Lara-Martínez
(New Mexico Tech, no rx
Desde Comala siempre…
Como lo sugiere J. Richard Andrews en el prólogo a su obra magna Introduction to Classical Nahuatl (Introducción al náhuatl clásico, 2003: 21-23), toda traducción plantea el problema de trasladar lo ajeno a lo propio. La glosa crea la ilusión de compartir el mismo universo de significación que el de la lengua original. Los valores semánticos de los vocablos, las oraciones, la significación de los relatos mito-poéticos se desplazan de su contenido original hacia un nuevo sentido. El ejemplo que Andrews aporta resulta simple y conclusivo. “Casa” en náhuatl-mexicano se dice calli; en náhuat-pipil kal (cal), sin un sufijo absolutivo –li ausente en este idioma (Campbell, 41; ojo: x = sh).
Si calpulli se glosaría “caserío” en vez de “barrio” —kalpul, “capitán de la cofradía” (Campbell, 265), en náhuat-pipil— el problema no se expondría para este primer derivado. Tampoco lo propondría la palabra para “calle” caltzalantli, la cual literalmente dice “espacio entre las casas”. Mientras se persista en ofrecer ejemplos ligados a la idea de vivienda, a lo sumo, una metáfora no muy distante del sentido original explica el giro de la palabra. Así, “barco, bote, canoa”, acalli, se diría “casa acuática, casa de/en el agua”.
La cuestión se complica al extender el empleo de ese vocablo a los verbos de ingreso y egreso. Al menos, la lengua inglesa sirve de guía para indicar que un concepto de “indoor” y, su antónimo, de “outdoor” remiten a un campo semántico reconocido en los idiomas occidentales. En náhuat-pipil, “entrar” se glosa kal-aki, “casa-entrar” y kal-ak-tia, “meter; hacer entrar”. Basta anteponer la raíz de “agua”, aat, para derivar el verbo “hundir”, aa-kal-aki y el causativo aa-kal-ak-tia, literalmente, “causar/hacer entrar a casa en el agua”. Ligado al interior de la vivienda se halla kal-tsakwa, “encerrarse”, kal-ijtik, “adentro”, al igual que kal-tapaana, “abrir la cueva”.
Al pensar que no sólo los humanos, sino también los animales y los astros, se caracterizan por el derecho a la vivienda, el último ejemplo cobra su verdadera significación al otorgarle a los cangrejos una “casa”. Igualmente sucedería con el sol que al “poniente”, kan kal-aki tuunal, “ingresa a casa”, o bien con los conejos cuya madriguera sin sorpresa se llama toch-calli, “casa de conejo”, así como la iglesia o templo se llama teo-calli, “casa divina”, “parroquia” lo glosa Fray Alonso de Molina (95). Toda entidad —astral, natural, humana, animal, etc.— posee una vivienda. Totol-calli, “gallinero”, etc.
La cuestión se vuelve más compleja al considerar que kal-tsunti, “viga superior”, remite a la casa, pero su homónimo i-tsun-kal consigna el “pelo”, el tzoncalli en náhuatl-mexicano, “peluca, cabellera”. Hacia la misma denotación corpórea apunta ix-kal-iyu, “cara”, cuya traducción literal vuelve el rostro en “la casa de los ojos”. En la lengua clásica ix-calotl significa “órbita, cavidad del ojo”. Pero, de nuevo, no sólo el cuerpo humano se imagina como vivienda sino también el de algunos animales. De tal manera, kal-neewi significa “caracol” con una obvia referencia a la casa, kal. También los canegües habitan en un domicilio terrestre, en su concha y en su cuerpo vivo que arrastran por las arenas magnéticas del Mar del Sur.
Con esta breve incursión a una sola palabra, kal/calli, y unos cuantos derivados se describe cómo dos lenguas indígenas organizan un campo semántico muy distinto al castellano. La simple materialidad de la “casa” o de la “vivienda” remite al domicilio humano, al astral y al animal, al igual que a ciertos verbos de ingreso y egreso. Para complicar la distinción semántica, la idea de “casa” remite también a ciertas partes del cuerpo humano, así como la puerta —sin metáfora alguna— se visualiza como la boca (-ten) de la casa. Parecería que el ente corpóreo se concibiera como una vivienda. A lo mejor así es y pronto podré alquilar un cuerpo renovado y joven como si me mudara de “casa”, kal.
Nota final: los términos náhuatl-mexicanos se transcriben en un alfabeto tradicional; los náhuat-pipiles en otro más cercano al fonético. Esa distinción visual sirve de guía de lectura para distinguir ambas lenguas. No debe olvidarse que si la lengua oral remite al oído que la escucha, la escrita al ojo que la observa. Por ello, el habla jamás antecede a la escritura, salvo para la lógica de un ser cuyo sentido del oído antecede al de la vista.
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