José M. Tojeira
El 24 de Marzo pasado el Arzobispo de San Salvador escribió una Carta Pastoral titulada “Veo en la Ciudad Violencia y Discordia”. A pesar de su honda actualidad no ha tenido demasiada repercusión en unos medios como la mayoría de los nuestros, cheap excesivamente politizados y en realidad poco interesados en descender a la problemática estructural de nuestro sufrido país. En medio de la violencia tan dura que estamos sufriendo, ambulance la Carta Pastoral parte de una visión clara de la situación y de la cultura que lleva a esa situación, así como de un análisis serio de los problemas estructurales de El Salvador que llevan a la violencia. Hace una síntesis histórica de cómo enfoca la violencia la Biblia en su conjunto, y especialmente centrada en la figura de Jesús, que desde su amor y su entrega nos trae la verdadera paz. Y finalmente propone toda una serie de acciones que nos pueden ayudar a salir de este marasmo en el que nos encontramos. Para quienes deseen tener un análisis y una reflexión de la violencia desde la fe cristiana, la Carta Pastoral nos ofrece una magnífica síntesis, además de ayudarnos a encontrar caminos de construcción de la paz.
Entre las causas de la violencia, la Carta pone en primer lugar a la exclusión social, que es además entre nosotros “sinónimo de desigualdad extrema”. Junto con el Papa Francisco el arzobispo nos invita a decir “No a una economía de la exclusión y la inequidad” por una muy sencilla razón: “Esa economía mata”. En la actualidad nos encontramos con repetidos escándalos que evidencian el mal uso de dineros mientras otros permanecen en la pobreza. La evasión de impuestos de los más ricos a través de empresas en paraísos fiscales ha sido desvelada con las filtraciones de los papeles de Panamá. Las alianzas de políticos con capitales sospechosos de pertenecer al crimen organizado son una vergüenza. Los salarios mínimos empobrecen a unos y favorecen a otros. La exclusión social, sin duda, unida como está a la desigualdad, es una importante causa estructural de la violencia existente. Unida y muy vinculada a la exclusión aparece en la carta la idolatría del dinero. El arzobispo es claro cuando dice que “en un país cristiano y pobre como el nuestro no puede existir una economía del derroche que olvide que lo principal a suplir son las necesidades básicas de nuestros hermanos más pobres”. Apuesta por una “economía de la solidaridad” que contrasta con la serie de defensores de la evasión de impuestos que han aparecido recientemente defendiendo la salida de capitales a través de las empresas de conveniencia en paraísos fiscales. Un estudio reciente de la Comisión Económica para América Latina de la ONU, CEPAL, afirmaba en estos días que el 10% más rico de América Latina y el Caribe posee el 71% de la riqueza y tributa solo el 5,4% de su renta. Eso mientras los pobres, en particular en El Salvador, incluso recibiendo unos ingresos insuficientes, tienen que pagar un IVA del 13%. Es evidente que es parte de esa idolatría el hecho que los ricos tengan privilegios a la hora de pagar impuestos sobre la renta y logren o bien ocultar sus dineros en el exterior, o bien pagar menos de lo que debieran. Nada de eso, lamentablemente, puede llamarse economía de solidaridad.
El individualismo cerrado, autorreferente, que prescinde del prójimo especialmente del que vive en la pobreza y la marginación, es otra de las causas que señala la Carta Pastoral. Retomando el mensaje de los obispos de América Latina en Aparecida en la Carta se nos dice que “la afirmación de derechos individuales y subjetivos, sin un esfuerzo semejante para garantizar los derechos sociales, culturales y solidarios, resulta en perjuicio de la dignidad de todos, especialmente de quienes son más pobres y vulnerables”. En nuestro país es evidente que los derechos individuales, desconectados en buena parte de los derechos sociales y solidarios, acaban beneficiando a los más ricos y creando la terrible desigualdad existente. Si bien nuestro sistema judicial persigue flojamente las violaciones de derechos individuales, algo hace. Pero rara vez mueve un dedo para perseguir violaciones de derechos sociales. Violaciones que de hecho incluso están amparadas por la legislación vigente, en contradicción con las afirmaciones constitucionales de defensa de derechos sociales y justicia social. Tal vez esa incapacidad de defender derechos sociales esté en el fondo de la cuarta causa de la violencia que nuestro Arzobispo propone: La impunidad. Al respecto la Carta Pastoral afirma taxativamente: “El Salvador no puede seguir resguardando un sistema judicial que ampare la impunidad. Debe acabar si realmente se quieren sanar las heridas del pasado”. Hablando respecto al presente nuestro Pastor exige el fin de la impunidad. E incluso con respecto al pasado pide “realizar juicios históricos”, no tanto para condenar a los muertos o a sus descendientes, sino “para reivindicar a las víctimas y conocer a sus victimarios, en orden a que otros no se sientan animados a cometer las mismas injusticias de aquellos”.
Entre las diversas acciones contra la violencia, la Carta Pastoral nos recuerda que “la lucha contra la violencia es sinónimo de lucha contra las causas primarias que la provocan” y las enumera de nuevo. Y desde ahí, en su exhortación final, recorre toda una serie de grupos sociales o de profesiones a las que aconseja directamente en esta tarea de construir la paz. A los políticos y gobernantes les dice que “velen por el bien común y el bienestar de las grandes mayorías”. Que “diseñen políticas que desarrollen un estado de bienestar social que aleje al pueblo de la tentación de recurrir a la violencia”. A los económicamente poderosos les insiste en que promuevan “una economía más solidaria”. Que “creen más plazas de trabajo” y que “la alimentación, salud, vivienda, educación, esparcimiento, sistema de pensión, entre otras necesidades sean suplidas con calidad a través de un sueldo que responda a las exigencias de la actualidad”.
Y así va recorriendo las diversas profesiones y estados de vida. Todo ello sin olvidar nuestra raíces, llegando a pedir perdón a nuestras poblaciones indígenas por el “trato de exclusión” que tantas veces les hemos dado, a pesar de lo que nos enseñan de amor a la tierra y la naturaleza y “las relaciones de convivencia solidaria muy propias de su cultura”. Leer esta carta pastoral es necesario. Y sobre todo verla como un grito de esperanza, profundamente vinculada al magisterio de Mons. Romero. Una lectura necesaria en los tiempos que corren y en medio del sufrimiento de tantos y tantas, víctimas de diferentes modos de la violencia existente.