Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
El gran poeta bengalí Rabindranath Tagore (1861-1941), shop un artista completo, por el que tanta admiración guardaba, nuestro también grande Roberto Armijo, dedicó varias páginas de su profusa obra, al tema de la juventud y de la acción educativa, entendida ésta en su aspecto más humano e integral.
Entre las páginas de sus escritos, rescato un hermoso texto titulado “El muchacho de catorce años”, que constituye una excelente radiografía del atormentado mundo del adolescente. Veamos: “En este mundo humano, no hay estorbo mayor que un muchacho de catorce años. No es bonito ni útil, no se le puede querer como un niño chico, y siempre está molestando. Si habla infantilmente, se le llama criatura, en tono despectivo; si contesta como un hombrecito, se le llama impertinente. Diga lo que diga fastidia. Además, está en una fase poco atractiva del desarrollo, crece demasiado para su ropa, con prisa indecorosa; la voz se le vuelve ronca y gallea y se le quiebra, la cara se le pone angulosa y desagradable”. Más adelante nos afirma: “Y sin embargo, en esta edad es cuando el corazón de un adolescente anhela más que se reconozca lo que vale y se le ame…”
Y es que si hacemos memoria personal, todos encontraremos en esos archivos del tiempo, lo agitado que se vuelve el alma del niño que abandona la edad de oro, para ingresar en los nuevos intereses y pasiones de un estrepitoso mundo que le provocará nuevas sensaciones, dudas y urgencias.
El psicólogo y político argentino Anibal Ponce (1898-1938), tan leído y discutido en su época y en años posteriores a su temprana muerte, nos ofrece en su libro titulado “Psicología de la Adolescencia”, una literaria descripción del confuso adolescente: “ “Es la edad de los tics, en los varones, y de la “corea” en las mujeres; de las torpezas y de los gestos bruscos, de los objetos que a cada rato se caen de las manos y de las cosas delicadas que se rompen casi siempre al apretarlas. Es la edad en que no se abre un cajón sin sacudir todo el mueble, en que no se caminan diez pasos sin llevar por delante alguna silla o darle un encontrón a alguna mesa: la edad en que las puertas se cierran a portazos y en la cual no es posible servir agua en una copa sin derramar la mitad sobre el mantel…”
Una edad compleja y delicada, que debiera tener todo el acompañamiento y la positiva orientación de la familia y de la escuela. Ya que, como se ha dicho tantas veces, nadie sabe lo que pasa por la mente de un muchacho. Desde luego ideas maravillosas, pero también, desafortunadamente, peligrosos pensamientos. Es la edad clave para la formación, para forjarse una personalidad plena, para desarrollar al máximo las aptitudes, para descubrirse internamente.
Nuestra sociedad salvadoreña, tan convulsionada, donde buena parte de la juventud alimenta la espiral de violencia, mediante la ciega incorporación a las agrupaciones delictivas, debe reflexionar hondamente sobre las condiciones familiares, económicas, sociales y culturales que los jóvenes merecen. Toda apuesta por ellos, es una inversión al futuro. Toda deuda con ellos, es una irreparable pérdida nacional. Aún es tiempo de revertir este doloroso panorama, desde la familia, la comunidad y la escuela.
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