Dr. H. Spencer Lewis (No. 2)
El cuerpo humano unido al Alma del Universo
El hombre es dual en su composición elemental en todo lo esencial. Las mismas células que forman la composición de su cuerpo material constan de dos polaridades de naturaleza distinta, unidas por un proceso alquímico para hacer una manifestación perfecta. El cuerpo del hombre, como un ser sensible, consiste del cuerpo material unido a un segmento del alma del Universo y los dos manifiestan vida. Es una ley fundamental de la Naturaleza, y un principio fundamental del conocimiento de los místicos, que cualquiera de los dos elementos necesarios que representa una unidad, no puede manifestarse adecuadamente, funcionar apropiadamente, o existir como un principio activo de la creación perfecta, mientras se encuentran separados y desunidos.
De hecho, los místicos antiguos afirmaron que el estrés encontrado en la Naturaleza, la actividad manifestada por la esencia del espíritu de todo el mundo, se debió a la inquietud propia de cada elemento en la búsqueda de su compañero simpático o su afinidad y que, hasta que encontró su parte complementaria y se unió con él, no fue sólo una creación inmanifestada e imperfecta, o incompleta creación de la naturaleza, sino un elemento de inquietud en el Universo.
Un decreto de Dios separó a los seres bisexuales
La ciencia experimental ha encontrado lo que está claramente indicado por los pasajes en los escritos sagrados de Oriente: –incluso en muchos de los pasajes de la Biblia cristiana— que toda la vida animal, incluyendo la primera forma humana, era originalmente bisexual, y eso no a través de un proceso ciego de evolución mecánica, sino por un decreto de Dios, las naturalezas sexuales fueron separadas y, en el caso de los seres humanos, la mujer se volvió un ser separado del hombre, quitándole a éste los elementos, las funciones y la naturaleza distintiva que componen a la mujer. Esto dejó a todas esas formas divididas con polaridades distintas de naturalezas o´puestas, pero estableció una tercera condición que puede ser entendida como la atracción simpática. En otras palabras, las dos partes separadas complementarias de la unidad fueron inconscientemente conscientes de su relación anterior y trataron de restablecer la unión. Nos damos cuenta por esto que hay, fundamental y únicamente desde un punto de vista metafísico o alquímico, una verdadera mitad complementaria de cada criatura viva, y esto ampliamente difundido y a menudo mal entendido, llevó a la idea popular de la existencia< de una afinidad en el mundo humano para todos los seres, así como una afinidad alquímica para cada uno de los elementos de la Naturaleza.
Por lo tanto, si consideramos el matrimonio como la unión por una ley natural alquímica o el principio de dos partes complementarias separadas pero simpáticas, de una unidad predeterminada,, podemos entender que el matrimonio, bajo estas condiciones o de tal naturaleza, es un estado ideal y, de hecho, el único estado en el que los dos seres encuentran esa fase o grado de manifestación perfecta y existencia decretada por Dios y la Naturaleza para ellos.
Así, pues, tenemos los principios envueltos, pero nos encontramos con que, a diferencia de las manifestaciones de estos principios que ocurren automática o naturalmente en el mundo químico o elemental, entre los humanos, hay una interferencia y arbitraria dirección provocada por la insistencia deliberada del hombre por suplantar a la Mente Cósmica con su propia mente. En otras palabras, es sólo en el laboratorio del alquimista, y sólo en condiciones favorables y tratando de cooperar con todas las leyes de la Naturaleza, que el hombre es capaz de dirigir y controlar los procesos naturales de la atracción que reúne a los elementos complementarios de las unidades. Lo que el alquimista hace en su laboratorio se considera milagroso porque está suplantando su mente, su inteligencia y su voluntad divina, como podría parecer a aquellos que no lo entienden. Pero cuando se trata de esa otra y más importantes de todas las manifestaciones de la ley de la atracción y la simpatía, la unión de dos seres complementarios, el hombre no duda en ejercer su voluntad, su discreción, y su selección a tal grado que podría parecer un sacrilegio para el alquimista en su laboratorio.