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La alternativa: la cultura del descarte o el recogimiento del indudable existencial

El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

LA ALTERNATIVA: LA CULTURA DEL DESCARTE O EL RECOGIMIENTO DEL INDUDABLE EXISTENCIAL.

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

El hombre es un ser que opta; se encuentra siempre ante alternativas. Está ello en la esencia de su ser. Y al optar ante una alternativa dada, recurre siempre a su cultura, a su código simbólico, a su “circunstancia”, condición esta que le reprime, que coarta su libertad. Por eso, se dice muchas veces que en la cultura reside la esclavitud misma del hombre viviendo en sociedad. Bien decía con esto Rousseau, que “el hombre es un animal depravado”, porque cuando razona su respuesta, la demora, al llevar el estímulo hasta el cerebro, y luego allí modularla influido por esa cultura de la que hablamos. Ese demorar la respuesta, cosa que no hacen los otros animales, que responden instintivamente y de inmediato, le deprava, dice el gran filósofo francés.

Pues bien, el hombre salvadoreño se encuentra ahora ante una alternativa que es, en mi opinión, esencial, fundamental para su futuro, y tiene necesariamente que tomar una decisión, optando por una de las dos posibilidades que se le presentan: O se decide por continuar en la muy cómoda posición del vivir el “qué-más-da” del que hablaba críticamente Lyotard, con lo cual continuará siendo el “hombre calco” que criticaba Gabriela Mistral, viviendo dentro del sonambulismo que le ofrece la llamada “era digital”, como parte de esa “sociedad disfuncional del cansancio y de la complacencia “ que señala Byung-Chul Han, esa condición que el Papa Francisco definió muy bien en su Encíclica Laudato Sí, al llamarla “cultura del descarte” , o “vida de la rapidación”; o se decide por la otra opción, esto es, optar por la “resistencia íntima” que propone el catalán Josep María Esquirol, recuperando con ello sus “infinitos esenciales de la existencia, vivir-pensar-amar”, volviéndose los “insumisos guerrilleros de la proximidad” que propone Todorov, o sea, optando por una vida basada en una “filosofía de la proximidad”, opción esta que es una especie de intimismo que lleva al recogimiento del ser.

De esto he hablado en mis anteriores portales. Por supuesto, proponiendo la segunda opción como alternativa a esa vida ligera y superficial que llevamos ahora. Se me podrá objetar que esta es una opción ideal, irrealizable, impráctica, una odisea mayor aun que la de Ulises, que se nutre de un mundo de fantasía; en una palabra, una propuesta utópica. Puede ser. Y se me podrá preguntar por qué insistir en tratar de colocar al hombre dentro de ese pesimismo existencial. Pero no es esa la cuestión, más bien la cuestión es ¿porqué tratar de eludir esa realidad ontológica en la que la exigencia es simple y puramente una indigencia elemental e instintiva del núcleo central de lo que se es?  Y además yo pregunto: las propuestas prácticas, pragmáticas, utilitarias, a las que hasta el momento nos hemos acogido, ¿a qué nos han llevado si no a la situación precaria en que nos encontramos? ¿Acaso no podríamos agregar a esos “infinitos esenciales de la existencia, vivir-pensar-amar”, otro más que fuera el soñar? ¿Acaso es reprobable el sueño y la fantasía? Más aun, hay un elemento práctico en esa propuesta a la que llamamos utópica, y es que cuando un pueblo se encierra en sí mismo, los poderes que lo oprimen saben ceder.

Agrego que es notable que muchos grandes pensadores piensen de esa manera, con el intimismo como una de las tendencias para vencer a la opresión. He citado en ello a Lyotard, a la dulce Mistral, al enorme filósofo que es Byung-Chul Han, a Esquirol, a Todorov, y hasta al mismo Papa Francisco. Quiero ahora agregar uno más, uno de los mayores filósofos existencialistas, el francés Gabriel Marcel, y su “filosofía de lo concreto”. Si asumimos la posición de Marcel, la vida del salvadoreño hoy sería como una “impresión de balbuceo”, en la cual siempre en él “todo es de otra manera”. Estamos, nosotros, dentro de una esfera a la que Marcel califica como una mezcla de problema y misterio. ¿Qué propone el existencialista francés para resolver tal condición, que aleja al hombre de la posibilidad de recuperar su propio ser? Pues algo similar a lo que hemos venido exponiendo: “Sorprender, -dice- la realidad en el ‘recogimiento’, ‘recogimiento’ que le permitiría alcanzar la zona del pensamiento objetivante”. “En la zona del ‘recogimiento’, -dice Marcel-, tomo posición, o más exactamente, me pongo en condiciones de tomar posición, frente a mi vida, me retiro de ella en alguna manera, pero no como el sujeto puro del conocimiento; en este retiro llevo conmigo lo que yo soy o lo que tal vez mi vida no es…..”. Pero el ‘recogimiento’ es “una especie de redescubrimiento, de exhumación revelatriz de una intuición sumergida en el flujo multicolor del conocimiento….que me revela por una especie de simbiosis cognoscitiva, la presencia del ser en el cual yo mismo estoy sumergido”. Es a lo que el francés llama “entrar en un indudable no lógico o racional, sino existencial”. Es, pues, su famoso “indudable existencial” que es “ser yo mismo”, pero no el ceñido y mutilado por los límites inevitables del mundo conceptual, sino el yo multivalente que aparece en la riquísima inmediación vital de la experiencia. Este “indudable existencial”, continúa Marcel, “soy yo mismo”.

Y es que, ya lo he dicho algunas veces en estos portales, el hombre se sitúa siempre entre la desesperación y la esperanza. Aquella le dice que la realidad es una verificación absoluta de insolvencia, nada seguro; esta le dice que en la realidad hay un misterio, y que ese es el que hay que desentrañar. Así, el hombre siempre está oscilando entre esos dos límites, bajo el impulso de su libertad. Por ello, podríamos decir que el “indudable existencial” del que habla Marcel, se encuentra siempre en un equilibrio constantemente inestable. Optemos entonces. Mi propuesta, siguiendo a Marcel y confirmando a los que anteriormente he citado, es “el recogimiento”, esta actitud que nos permite sumergirnos en nuestra vida profunda, estar a solas con nosotros mismos en las meras profundidades del ser, lo que precisamente da a Marcel el punto central de su filosofía de lo concreto, un “inagotable concreto”, que es, precisamente, “el ser bloqueando al yo, el ser llamando al yo, invitándolo a encontrarse con él”. Y el ser llama al yo no dando voces ante las ventanas sino hablándole dentro del yo mismo.

Bien, el “recogimiento” de Marcel. Siguiendo la línea de esta intención por el intimismo, ante una búsqueda de esos infinitos esenciales de la existencia, adoptando una filosofía de la proximidad volviéndonos insumisos guerrilleros de esa tal proximidad, ¿podremos vencer nuestra penosa y precaria condición de hombres del “qué-más-da”, hombres “calcos”, sumisos sonámbulos de la “era digital”, partícipes en esa “vida de la rapidación” a la que lleva la “sociedad del descarte”?

Si ante el grito humillante de la opresión, el pueblo responde con el silencio interior en vez de quemar hogueras en las plazas, entonces tendremos la respuesta adecuada.

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