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La alternativa que nos queda

José M. Tojeira

El hecho de que haya tanta gente buena y emprendedora hace que los salvadoreños nunca perdamos la esperanza. Y ello a pesar de que muchas esperanzas han sido truncadas en demasiadas ocasiones. Con Nayib las cosas no pintan del mismo color que cuando era candidato. Al menos una notable porción de clase media, y probablemente una menor proporción de vulnerables y empobrecidos que le votaron, han ido perdiendo la confianza que generó al inicio. La confianza que despertaron algunos sectores del liderazgo económico, preocupados por el derrotero negativo de algunos derechos políticos y civiles, ha quedado eclipsada por otros líderes de la riqueza que solo piensan en el mercado y que parecen mayoría en ese sector. La cierta simpatía que pudo generar la Asamblea Legislativa en su condición de víctima de una ocupación militar y la esperanza de que se volviera un poco más atenta a las reivindicaciones ciudadanas y de la sociedad civil, se ha ido cerrando con algunas propuestas de ley que muestran la incapacidad de la Asamblea a la hora entender los derechos de los pobres. Son leyes aún no aprobadas, pero la Ley de Seguridad Nacional tiene un claro talante conservador y represivo, y la ley de reforma de la Fiscalía daña severamente derechos conquistados por la ciudadanía, al tiempo que muestra la indiferencia por la pronta justicia, la presunción de inocencia y otros derechos constitucionales. Y para finalizar dos magistrados de la Corte Suprema (Sala de lo Penal) nos han mostrado recientemente que la corrupción continúa instalada incluso en las más altas esferas del sistema judicial.

¿Cuál es en este escenario la alternativa? Ciertamente no es alternativa inclinarnos por el populismo autoritario de Nayib respaldado por la corrupta GANA, o entusiasmarnos con el estilo retrógrado y represivo de ARENA, dispuesto a volver al pasado desde su mejor posición en la oposición política. Tampoco la empresa privada, que tiene siempre su buena porción de liderazgo, da muestras de entender la necesidad de las reformas estructurales que necesita el país en los campos económico y social. Las instituciones estatales, plagadas de clientelismo familiar y una tasa de corrupción e ineficiencia más elevada de lo conveniente, tampoco son muy confiables. Los gringos (algunos ponen su esperanza en Biden) no respaldarán en el país lo que no hagamos nosotros. ¿En quién confiar y dónde poner la esperanza?, podemos preguntarnos los ciudadanos.

Algunos podrían decir que la fuerza individual y emprendedora del salvadoreño puede ser la solución. Pero la confianza en el individualismo que trata de salir adelante a toda costa siempre produce efectos múltiples y no todos positivos. Máxime cuando esa competitividad se produce en un contexto de desigualdad económica e injusticia social. En realidad solo hay un camino: Desarrollo de valores y presión de la sociedad civil para impulsarlos. Ni los líderes ni las próximas elecciones van a ser solución de nada si no hay un trabajo sistemático e incluso audaz en la promoción e impulso de los valores que se desprenden de la igual dignidad humana. Lo que se haga en educación, en formación de emprendedurismo, en movilización de la ayuda internacional, en reforma de las instituciones, no servirá gran cosa mientras no avancemos en valores. Aumentar a tres años las medidas cautelares de cárcel mientras no haya una convicción ciudadana, basada en valores básicos de dignidad humana, de que hay que erradicar la pobreza en El Salvador, no es más que una especie de patada de ahogado. Pretender corregir los problemas de este país por el autoritarismo, la fuerza y la represión sólo puede nacer en las cabezas de aquellos que se han privilegiado de la fuerza, sea militar, económica o social, para llegar a situaciones de confort y privilegio mientras otros sufren. La igual dignidad humana, como elemento y valor indispensable del desarrollo equitativo, no está adecuadamente asimilado en la conciencia del liderazgo socioeconómico salvadoreño. Basta con ver el machismo o la desigualdad en todos los campos de la convivencia social para convencernos de ello. Nos corresponde a los ciudadanos y a la sociedad civil, inspirada en la igual dignidad de la persona, ser cada día más exigentes y más coherentes con el principio de la igual dignidad de la persona y exigirlo como valor fundamental de convivencia.

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