Alirio Montoya
Hace varios meses llegó a mis manos un libro de Xavier Zubiri titulado Siete ensayos de antropología filosófica. Comencé a leerlo, y al tiempo que avanzaba en su lectura no sabía si en verdad estaba leyendo al filósofo vasco o a un prominente físico, biólogo o antropólogo. La confusión devino de la lectura de aquella escritura técnica y muy precisa del Zubiri filósofo que me habían hablado. Xavier Zubiri aborda temas en ese ensayo como El origen del hombre, El problema del hombre y La dimensión histórica del ser humano, entre otros textos. Comprobé que, en efecto, un filósofo debe saber de todo y, en tanto que sabe de todo y cuestionan todo, representan de por sí una amenaza para el poder del Estado.
Unos meses después decidí regalarme un libro de Ignacio Ellacuría, el que lleva por títuloFilosofía de la realidad histórica. Me llevé otra sorpresa. El capítulo primero del mencionado libro se llama La materialidad de la historia. De entrada, Ellacuría hace la pertinente aclaración, referida a que la materialidad de la historia no debe confundirse con el materialismo histórico. Hasta ese párrafo todo marchaba bien porque me eran temas con los cuales yo estaba familiarizado; pero al adentrarme en ese capítulo Ellacuría comienza a discurrir ideas sobre la eternidad de la materia, sobre la dinámica y el movimiento. Si la prosa y técnica de Zubiri me dejó perplejo, Ellacuría me sorprendió con mayor razón. Pero de igual forma, no sabía si leía a un físico, biólogo o antropólogo.
En la lectura que hacía -solo de ese primer capítulo- se me venían de súbito efímeros recuerdos que me hacían perderme en la secuencia de su rico contenido temático; esos pensamientos fugaces iban entretejidos entre la materialidad de la historia y penosos recuerdos de su asesinato. Esos recuerdos me llevaron a entender con mayor certeza la acción cobarde y aberrante que cometieron los gendarmes del gobierno de turno, en darle muerte a una de las mentes más brillantes no solo de El Salvador y Latinoamérica, sino del mundo. Ellacuría corrió con la misma suerte de Sócrates y el profeta Monseñor Romero. Pero veamos hacia dónde quiero apuntar.
Ahora se entiende, con una inequívoca certidumbre del porqué los gobiernos decidieron eliminar de los planes de estudio a nivel básico la asignatura Fi-lo-so-fía, y se entiende también las razones por las que en varias universidades latinoamericanas esa carrera llamada Filosofía ya está por desaparecer. Como dijo alguien por ahí, parafraseando a René Descartes, pienso, luego estorbo. El hecho de pensar, de formularse cuestionamientos sobre las razones que subyacen en ciertas decisiones de los gobiernos, solo eso implica un acto de rebeldía, un acto de insumisión. Subrayo, solo de pensar ya es un prodigioso avance que presagia a su vez la probable materialización de un inminente peligro para el poder.
Y quiero resaltarlo, los filósofos representan un peligro para el poder del Estado, de la Iglesia y para los bloques de poder económico. Los filósofos son una amenaza porque cuestionan las injusticias, desbaratan y ridiculizan cualquier plan de gobierno o política pública al percatarse que no se corresponden con las necesidades de los desposeídos, de los más pobres y humildes; entonces, resulta más fácil desmontar cualquier escuela de Filosofía o de Humanidades en razón que en esos centros se forman personas que piensan con criterio propio, y por lo tanto todo aquel que piensa, que cuestiona y que crea ideas es enemigo del orden establecido. Ya lo había dicho Heidegger: “Cada cuestionamiento es una búsqueda”.
Naturalmente por esas razones es que los gobiernos prefieren promover carreras que tengan que ver con la creación de contenidos, por ejemplo. Resulta más útil reproducir desde cualquier institución educativa a youtubers o tiktokers; se necesita pues, la reproducción de un enjambre de sujetos que no sirvan de “estorbo” y que no estén exigiendo mejores condiciones en el sistema público de salud, en educación o en agricultura, por citar solo tres rubros de relevancia para las mayorías populares.
Mucha razón tenía Foucault cuando emprendió la lucha contra el poder. Si somos un poco curiosos como los filósofos nos podemos enterar que a nivel global la educación pública es de muy mala calidad: escuelas deterioradas, profesores mal pagados y planes de estudio que sirven únicamente para formar personas sin conciencia crítica. Existen datos, por ejemplo, que algunos estudiantes promedio de la high school no saben identificar en un mapa mundi dónde queda los Estados Unidos. Si eso ocurre en esa gran nación es de preguntarnos por el nivel de conocimiento de nuestros estudiantes. En las pruebas PAES y AVANZO la nota promedio oscila entre 6.1 a 5.4. Como pudo observarse, a manera de ejemplo en la prueba Avanzo 2022, los ítems que exploran la dimensión teórica Historia económica de El Salvador, se obtuvieron bajos porcentajes de aciertos; el 31.4 %. Los estudiantes son víctimas del sistema.
Siguiendo con Foucault, encontramos un planteamiento que no requiere discusión, cuando Foucault afirma que hay un diseño, casi uniforme en todos los niveles, en donde las escuelas, las cárceles y hospitales contienen ese mismo esquema de sometimiento, ese patrón de obedecer al poder, a la autoridad, incluso, hasta el mismo diseño de infraestructura. Pues bien, piense el lector en un país donde exista un plan de estudios cuyas asignaturas de mayor relevancia sean las que tengan relación con las Humanidades; naturalmente estarán creando canteras de futuros ciudadanos críticos o pensantes, por ello es la estrategia de no invertir en educación y ahogar las carreras humanísticas. El salario de un ordenanza o motorista de cualquier otra institución del Estado duplica el miserable salario que percibe un profesor. Es algo inaudito.
Volviendo a Ignacio Ellacuría, el gobierno de esa época y las élites al no poder doblegarlo ni derrotarlo en sus discursos, y menos hacerlo claudicar en su lucha por la justicia y la liberación de los oprimidos, los poderes establecidos decidieron acabar con su vida. Lo cierto es que un cristiano que no lucha por la justicia y por el bien de la humanidad no puede llamarse cristiano. Ellacuría tomó su cruz y emprendió el camino a su Gólgota; estaba bien enterado que le iban a asesinar, sin embargo, como buen cristiano escogió el camino de luchar a favor de los oprimidos.