Ralph M. Lewis, try F.R.C.(No. 1)
(Pasado Imperator de la Antigua y Mística Orden Rosae Crucis, AMORC
Es el rápido progreso de la ciencia, por sí sólo, indicio seguro del avance de la humanidad? Tal vez la pregunta más directa y desafiante en este caso sería: ¿Es el curso de la vida humana un estado mental o una serie de realidades demostrables? La vida es una realidad en el sentido biológico.
Estamos conscientes de nuestra existencia física. Percibimos nuestras cualidades orgánicas. Las funciones de nuestros miembros, y del cuerpo en general, tienen una objetividad que podemos discernir por medio de los órganos receptores.
Con frecuencia, estos sentidos comprueban sus impresiones individuales y añaden realismo en esta forma a la experiencia que han tenido. Por lo general, las cosas que vemos se pueden palpar, oler y gustar. Percibimos en derredor otras impresiones, a las cuales nuestros sentidos receptores otorgan tanta realidad como la que ellos nos proporcionan. No podemos negar tal verdad. Si nos apercibimos de ella, esta realidad nos invade. Como analogía diremos que no es posible dejar de experimentar imágenes visuales si tenemos ojos que están expuestos a la luz. Del mismo modo, bajo condiciones favorables a los órganos correspondientes, podemos oír, gustar y oler. Se puede interrumpir la recepción de tales impresiones si, por ejemplo, tapamos nuestros ojos. Quedamos, pues, seguros de que hay otro medio o condición que excita el órgano del sentido, separadamente de éste. Se hace referencia a tales verdades como al mundo de los hechos o mundo objetivo. Por objetivo queremos decir lo que parece tener una existencia que no
es, completa o principalmente, producto de nuestros procesos mentales. Este mundo de los hechos o realidades es un mundo del que nos hacemos depender considerablemente. Tal confianza emana de sus aparentes relaciones causales con nuestro ser. Comprendemos que nuestra existencia física constituye un efecto que sigue a ciertas causas originadas en el mundo de los hechos. Para mayor detalle diremos, como ejemplo, que experimentamos en nuestro cuerpo tanto los efectos benéficos como los perjudiciales causados por los cambios de temperatura.
Sabemos de muchas substancias, cuyas cualidades se perciben objetivamente, que tienen valor nutritivo para nosotros. También observamos la conexión causal de este mundo real con nuestros estados de ánimo, o sea, de dolor o placer. Por consiguiente, nos consideramos seres reales debido a que una gran
parte de nosotros mismos la experimentamos en común con lo que llamamos realidad. Sin embargo, no toda la experiencia humana es una realidad en los términos usados en la explicación anterior. Pensamos, y nuestros pensamientos están compuestos de ideas. Pero no todas las ideas son engendradas por una experiencia objetiva inmediata. Por supuesto que no es posible tener un pensamiento virgen u original, es decir, uno cuyas impresiones no tengan conexión con el mundo de la realidad. Sin embargo, un pensamiento, una idea central, aunque se haya formado por previas impresiones sensoriales, puede asumir una forma nueva, distinta de cualquiera que hayamos percibido anteriormente.
El juego de la fantasía puede producir imágenes mentales que no son capaces de experimentar efectiva-mente los sentidos. La imaginación, disciplinada por la razón, puede de tal manera amplificar las ideas que se requieren muchos años de labor física y mental para que pueda realizarse objetivamente un nuevo
orden. Por lo general, a estos últimos tipos de experiencia se les puede clasificar como subjetivos. Se les distingue con este nombre porque el principal motivo impulsor radica en la mente más bien que fuera de ella. La línea divisoria entre estas dos clases de experiencias (el mundo de la verdad y el de la fantasía e imaginación) no siempre ha sido fácil de definir para el hombre, porque no siempre ha hecho el intento de separarlos. Se debe, principalmente, a la poca distinción ha hecho entre percepción y concepción. Lo que él vio, y las conclusiones que pudo formular, se consideraron una misma cosa, tomándose como realidad, es decir, como un hecho. Toda fantasía tiene su raíz en alguna experiencia objetiva anterior.