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LA AMENAZA DEL MATERIALISMO MODERNO

Ralph M. Lewis, F.R.C.(No. 4)

(Pasado Imperator de la Antigua y Mística Orden Rosae Crucis, AMORC

Las anteriores abstracciones y fantasías, sin los cimientos de los hechos, se han convertido en el blanco del nuevo materialismo. Se consideran fútiles y se sostiene que son obstáculo para el avance del conocimiento.

Habría justificación para esta crítica de lo “irreal” si fuera posible que en el término de una vida humana el hombre conociera, dentro de la experiencia objetiva, todo lo que pudiera inquirir. Gran paciencia se requeriría en tal caso para esperar a que la ciencia y el análisis de los fenómenos descubrieran las respuestas a las preguntas que formula la mente del hombre contemplativo. No obstante, la finita inteligencia humana nunca podrá conocer la realidad absoluta y todas sus infinitas manifestaciones. Análogamente, bien podemos seguir descubriendo cuerpos celestes, planetas remotos ad infinitum, sin que nunca lleguemos a conocerlos o a percibirlos todos. ¿Por qué no permitir entonces que el individuo, sin desmerecer en el

concepto intelectual o social, conciba el universo como él lo siente? Tal concepción no necesita ser construida sólo por invenciones de la imaginación, sino también por aquellos hechos que están a su disposición. Estos hechos o detalles conocidos son las realidades mundanas. No importa cuánto sobrepasaran los conceptos a los hechos, pues la forma que asumieran bajo la influencia de la abstracción constituiría entonces una verdadera libertad intelectual.

Una libre asociación de ideas en el idealismo, que convenza a la razón (o sea, que aparezca evidente al individuo) debería tener cabida en el pensamiento de cada uno. No debería, sin embargo, obstaculizar la aceptación de un conocimiento empírico de los hechos o realidades demostrables. Las abstracciones y los conceptos deben dar paso, bajo condiciones especificas, al conocimiento que ofrece la experiencia.

No es que nuestras impresiones sensoriales oo nuestras interpretaciones de ellas sean absolutas, pues a menudo el tiempo nos ha hecho cambiar tales puntos de vista. La cuestión es que somos, a la vez, un ser físico, una parte de la realidad que experimentamos objetivamente, como ya lo hemos notado.

Descartar nuestras percepciones seria como eliminarnos de la existencia material, como cesar de vivir. Además, como se ha declarado previamente, la experiencia objetiva tiene una más grande universalidad que la abstracción.

Diremos, como analogía, que todos podemos tener diferente opinión respecto al origen del sol, pero todos lo vemos de uno modo suficientemente igual como para tener una parecida experiencia visual.

Nuestras concepciones racionales, aquellas que nos satisfacen, debería expresarse. No deberíamos guardarlas, sino permitir que sean discutidas libremente. Si el conocimiento objetivo, lo que se llama verdad o hecho, puede refutar tales concepciones, deberíamos acatarlo y renunciar a nuestras ideas. Si no lo hacemos así estaremos violando el mundo de los fenómenos, al que nuestros sentidos han de ajustarse por estar así diseñados. Por el contrario, si nuestras nociones no pueden rebatirse con hechos deberíamos tratar de objetivarías. Deberíamos tratar de extraer del mundo de la realidad aquellas experiencias que den a las nociones la esencia de la verdad objetiva, no sólo para nuestra mente sino para que puedan ser también percibidas y realizadas por los demás.

¡La verdad es aquello que es real! Un concepto que la experiencia objetiva no comprueba que es falso retiene su realidad en nuestra mente. Es entonces tan real para el individuo como lo que pueda haber experimentado objetivamente.

No obstante, si cada individuo fuera a quedar conforme con sus propias verdades, para él evidentes, no habría unidad social. No habría lugar a la asociación de las mentes. Es por esto que debemos esforzarnos en objetivar nuestro mundo subjetivo, pero sin abandonar los conceptos que no puedan ser aún substanciados por hechos o refutados por éstos.

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