Víctor Corcoba Herrero/Escritor
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Los moradores de este mundo global necesitan de otros lenguajes más directos al corazón, de otras palabras más auténticas, que muevan y promuevan el caminar unidos, hasta donarse y poder salir de uno mismo para verse en los demás para buscar el bien de todos y encontrar la realización de la persona, su crecimiento en esa realidad que a todos nos afecta, máxime en un momento de grandes transformaciones, en el que las acciones han de ser encaminadas a la construcción de un nuevo equilibrio mundial. Por eso, es importante que las políticas nos alienten hacia un proceso integrador de la especie, pues todos merecemos una promoción humana digna, para reconocernos parte del eslabón de la historia, donde nadie es más que nadie y todos somos necesarios e imprescindibles. De ahí, la grandeza de una educación que enseñe a pensar críticamente, que no adoctrine en intereses, sino que ofrezca un camino de maduración en valores. Además, con la globalización tenemos una fuente de enorme riqueza, pues esa diversidad social y cultural también nos enriquece en el plano humano y estabiliza en nuestros pensamientos, que naturalmente han de confluir en ese ancestral principio de desarrollo integral en armonía y quietud siempre con la Madre Tierra.
Todo hay que acompasarlo, también nuestros propios pasos, sin perder el equilibrio jamás entre deberes y derechos. En consecuencia, una vez más reivindico junto a esa voz nítida del verbo que se hace luz, el acrecentar los vínculos familiares activando los puentes de la comprensión entre semejantes, estrechando lazos y ciñendo sentimientos para poder sobrellevar las cargas. Sin duda, la apuesta por la palabra en el nuevo equilibrio mundial, nos compromete a ser constructores de una cultura que nos hermane, en vistas a desarrollar sociedades más justas, donde todo el mundo se reconozca como agente de acción y reacción; acompañado y acogido en su afán y desvelo. Esa mirada agradecida es lo que verdaderamente nos transforma y nos hace familia. Necesitamos frenar hostilidades. En lugar de generar conflictos, organicémonos para avivar la cultura del abrazo. Protejámonos unos a otros. El mundo no ha sido creado para ser una selva, sino para embellecerlo y embellecernos con sus atmósferas existenciales. El abuso de la fuerza entre seres pensantes, no tiene sentido. Nos merecemos otra evolución, otro entusiasmo más humanitario, quizás se trate de aprender a reprendernos, a mejorar en actitud, sin cansarnos jamás de optar por el diálogo como fruto de entendimiento y creación que nos fraterniza.
Ojalá aprendamos a decir no a la guerra entre nosotros. Ya está bien de sembrar violencias. Cultivemos amor en las palabras. Hagamos un mundo para todos, aunque ese cosmos tenga rostros diversos y caminos variados. Desde luego, los centros educativos como las instituciones de carácter docente e investigador, han de ser un ámbito privilegiado para reflexionar de un modo multifacético e integrador. Al fin y al cabo, lo trascendente es estimular el soplo creativo para encontrar los caminos adecuados. Por otra parte, es fundamental que nada quede impune, que la verdad prevalezca siempre por muy fuerte que sea la realidad. Por desgracia, las vulneraciones de los derechos humanos continúan alimentándose de esa arbitrariedad manifiesta, que nos impide hacer justicia y conciliar emociones. Deberíamos dejarnos hablar por el corazón, seguramente nos entenderíamos más y mejor. Hasta el propio concepto de trabajo está en pleno avance hacia un nuevo equilibrio entre la carga laboral, el ocio y otras actividades para las que todavía no estamos preparados. Lo significativo es encontrar esa ponderación de unión y unidad del cuerpo y la mente, del ser humano y su entorno, de la unión de la persona y el universo en definitiva.
Indudablemente hacen falta más diálogos, más tribunas políticas que promuevan la justicia social, que activen la esperanza del cambio. En ocasiones, hacen falta más Quijotes, con fuertes dosis de valor y visión de futuro. Lograr buenos resultados en esos florecimientos requiere mesura y sensatez entre todas las culturas. Tal vez uno de los desafíos más delicados para la agenda de derechos humanos sea la desigualdad. La concentración de la riqueza ha aumentado hasta el extremo que en 2018, veintiséis personas tenían más dinero que los 3800 millones más pobres del planeta; según datos de Naciones Unidas. Hay que volver a la ecuanimidad. No olvidemos que todos somos responsables de humanizar el mundo, por aquello de ser personas de juicio recto y conciencia crítica.
Al mismo tiempo, la vida no es aceptable si no hay un respeto natural y naciente, un equilibro armónico entre materia y espíritu; por ende, asimismo estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que habitamos.