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El forense Dr. Gregory Hess, entra a la morgue en el condado de Pima, donde hay bolsas que incluyen a unos que murieron intentando cruzar la frontera Estados Unidos-México. (Foto Diario Co Latino/Frederic J. Brown/AFP).

La ardua tarea de identificar a los que mueren cruzando la frontera a Estados Unidos

Por Jocelyne Zablit

Tucson/AFP

Una media de bebé de rayas naranjas, una oración escrita a mano en un papel arrugado o un mechón de cabello: todas son pistas valiosísimas para identificar los cientos de cuerpos de migrantes que perecieron tratando de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.

Mientras los políticos discuten sobre la mejor manera de abordar el problema de la inmigración ilegal, tema dominante en esta campaña presidencial, Robin Reineke, una antropóloga de 34 años, recoge las piezas del costo humano que ha causado el éxodo de Centroamérica y México hacia Estados Unidos.

Los objetos encontrados en el brutal desierto de Sonora de Arizona pueden ser anodinos, pero Reineke se aferra a cada uno de ellos para identificar a los migrantes que los portaban.

«Lo que he visto en la última década es una catástrofe humana», dijo a AFP Reineke en la ONG Colibrí que dirige, ubicada en el centro de medicina legal del condado de Pima.

«Un promedio de 175 restos son recuperados en el desierto cada año, eso equivale a un accidente aéreo en un solo año en el sur de Arizona por 10, 15 años», lanzó.

El número de fallecidos ha crecido significativamente a partir del año 2000, cuando el gobierno estadounidense reforzó la seguridad en la frontera por los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. El número de agentes fronterizos aumentó y se construyeron rejas divisorias.

Estas medidas obligaron a los migrantes desesperados, que huyen de la violencia y la pobreza en sus países, a buscar rutas alternativas, remotas y peligrosas, donde muchas veces se pierden y mueren por deshidratación y, en invierno, hipotermia.

«Es una muy dolorosa, horrible y solitaria muerte», expresó Reineke. «Y es muy duro saber que hay gente pasando por esto a media hora en auto de mi casa», añadió.

La cifra de muertos se dispara en los meses de verano, cuando la temperatura puede llegar a 50 grados en el desierto, según Gregory Hess, responsable de la morgue de Pima.

«En el presente tenemos unos 900 cuerpos que están sin identificar», dijo Hess. La mayoría fueron recuperados después de 2000, precisó.

Rompecabezas

Los artículos personales que son encontrados cerca de los cadáveres -fotos de bebés, estampitas, recibos de banco, billeteras despedazadas o un número teléfonico- son colocados en bolsas plásticas y etiquetadas como pertenecientes a «John Doe» o «Jane Doe», nombres que se dan en Estados Unidos a las personas no identificadas.

Los paquetes, almacenados en casilleros naranja, aún llevan ese hedor característico del cuerpo en descomposición o, en palabras de Reineke, «el olor de la muerte».

Con esas pruebas comienza el sombrío trabajo de armar el rompecabezas de la identidad del hombre, la mujer o el niño.

Un rosario, una hebilla de correo o la foto de un niño puede coincidir con los reportes de personas desaparecidas en Centroamérica y México y que son enviados a este centro.

«Es importante analizar estos objetos ya que es como si los muertos estuvieran hablando con los vivos. Muestran que esta gente no representaba una amenaza, sino que eran personas muy preocupadas por su familia, que vienen aquí para trabajar, huir de la violencia», resaltó.

El 75% de las víctimas son hombres. El resto mujeres y unos pocos niños.

Reineke se sienta y recuerda a «Aristeo y sus fotos al lado de un pastel de bodas» o a «Ricardo con sus fotos de su hija al lado del árbol de navidad».

«Hablamos con madres que nos dicen que sus hijos las llamaban para decirle ‘estoy cruzando hoy. Esto es lo que llevo puesto, te amo y si no te veo de nuevo, quiero que sepas que estoy pensando en ti'», recordó.

El caso que más le afectó fue el de un adolescente, que no tenía más de 16 años, y fue encontrado con una flor de papel naranja al lado. «Eran tan joven y saludable. Su autopsia reportó que tenía el estómago lleno de cactus espinosos y sólo el hecho de pensar lo que debió haber pasado en el desierto me afectó muchísimo», expresó.

Muchos migrantes caminan por dos o cinco días en el desierto y luego sucumben al agotamiento, al calor infernal abrasador o al amargo frío del desierto.

Aunque su trabajo puede ser emocionalmente agotador, Reineke cree que la ayuda que da a las familias que quieren llorar sus muertos es una gran motivación para ella y su equipo.

«Considero que el luto como un derecho humano», zanjó la antropóloga que no dudó en criticar la propuesta del republicano Donald Trump de construir un muro en la frontera y deportar ilegales.

«Es más doloroso oír las palabras de Donald Trump sobre inmigrantes que ver a los muertos» en el desierto, fustigó.

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