Alberto Quiñónez
/ Miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
Uno de los problemas que ha sido recurrente para el pensamiento latinoamericano es si existe o no un pensamiento propio de Latinoamérica. Distintos autores han intervenido en este debate con posturas muchas veces encontradas, incluso aquellos cuya agenda académica y política es sumamente similar. Uno de los autores notables en este debate es, sin lugar a dudas, Leopoldo Zea, quien desarrolló a lo largo de su obra una historia crítica de las ideas de América Latina. Por historia crítica se entiende no sólo la historiografía de las ideas latinoamericanas, ni un catálogo minucioso de autores, sino más bien la comprensión e interpretación del desarrollo del pensamiento latinoamericano.
Zea no es el único ni el primer autor en preocuparse por la existencia y el carácter de la filosofía latinoamericana, pero si es uno de los primeros en defender que el pensamiento latinoamericano debe emanciparse y crearse a sí mismo con unas exigencias y finalidades muy propias. Así visto, la vía de comunicación entre la filosofía de Zea y los actuales movimientos decoloniales resulta bastante clara. Igual genealogía cabe establecer entre el pensamiento de Zea y varios movimientos emancipatorios que se han desarrollado en América Latina a partir de la reivindicación de la especificidad cultural de dicho continente.
El carácter de la filosofía latinoamericana que propugna Zea no es el de una filosofía neutra o meramente especulativa, sino todo lo contrario: la filosofía latinoamericana, hecha desde las circunstancias de opresión de América Latina, debe responder a la necesidad de la liberación humana. Es en este sentido que la obra de Zea es, además de una historia de la filosofía, una filosofía política de la historia. Una filosofía que no responda a esa exigencia será, para Zea, pura ideología.
Para Leopoldo Zea, la historia de la filosofía y la filosofía de la historia parten de la premisa de un hacer filosófico circunstanciado, dando así cuenta de estados sucesivos de dominación y subordinación de los pueblos, por lo que el compromiso con una praxis de liberación se convierte en una exigencia no sólo práctica sino también teórica, filosófica. Así, toca a la filosofía asumir ciertos compromisos de cara al proceso de emancipación humana, tratando de aportar en el plano de las ideas pero sin descuidar el establecimiento de puentes con la práctica que es, al final de cuentas, el escenario por antonomasia en el que se juegan aspectos irrenunciables de la liberación.
La situación de América Latina es caracterizada por Zea como una realidad de dependencia y, por ello, de sometimiento inconsciente o de enajenación [1]. La dependencia de América Latina no es una situación meramente coyuntural, más bien representa uno de los elementos característicos que han tenido una configuración de larga data y que remiten necesariamente a la reflexión sobre el funcionamiento del mundo como una entidad global e interconectada. No se puede comprender el momento actual de América Latina si se hace abstracción de la manera en que esta región se incorpora paulatinamente a la historia de occidente.
A ese estado de cosas se añade además una visión inauténtica de la realidad. Por “visión inauténtica” entiende Zea una forma de ver la realidad que no se corresponde con las circunstancias realmente existentes, debido a que para explicar la realidad propia de América Latina se toman prestados modelos explicativos correspondientes a otras realidades, específicamente a las realidades de los países “desarrollados” de occidente [2]. Esto significa ver dicha realidad desde un escaño ideológico desapegado de las circunstancias reales y que más bien tratan de forzar la interpretación de la realidad con categorías descontextualizadas y sin capacidad de contener lo real, de expresarlo y, por tanto, incapaces de incidir sobre dicha realidad.
Por ser inauténtica, esta concepción de la realidad funge más bien como ideología y, como tal, lejos de permitir una aproximación a la realidad con fines comprensivos y liberadores, mantiene un esquema de separación entre la realidad objetivamente existente y la idea de la realidad que tienen los seres humanos, negándoles así ver los fundamentos sobre los que se sostiene la situación de dependencia y opresión. Para Zea, esa visión falsa es un vacío, y es un vacío producto de la colonialidad epistemológica que la intelectualidad sigue reproduciendo hasta hoy, así como de la colonialidad material que las elites reproducen políticamente.
La asimilación de esa ideología por parte de los pueblos latinoamericanos tiene dos momentos constitutivos. Por una parte se encuentra el componente impositivo por el cual dicha ideología aparece como el discurso hegemónico normalizado por los grupos de poder e impuesto por ellos. Por otro lado estaría un componente asuntivo, que refiere al hecho de que el discurso hegemónico es también introyectado por los mismos sujetos oprimidos como una forma de tener conciencia de la realidad pero desde la perspectiva del dominador.
Para una filosofía latinoamericana que intente ser auténtica, la liberación debe ser uno de sus fines y uno de sus materiales de reflexión. Ello debido a que las condiciones concretas de América Latina son condiciones de subordinación y dependencia. Una filosofía situada no puede marginar estas condiciones en aras de una aspiración purista del filosofar o de valores que trasciendan a lo humano. Muy al contrario, de lo que se trata es de dar contenido a las reflexiones filosóficas desde los ámbitos más concretos de lo real y desde una posición humanista en la que la vida humana sea el rasero de valoración de toda filosofía.
A propósito de esta problemática, Leopoldo Zea entra en debate con Augusto Salazar Bondy en torno a la relación entre filosofía y liberación [3]. Por su parte, Salazar Bondy reivindica la postura de que una filosofía auténtica y libre sólo será producto de una situación real de autonomía de los pueblos latinoamericanos. La única posibilidad de realizar una filosofía liberadora es, según Salazar Bondy, liberando antes a los pueblos de América Latina de las condiciones de dominación que los centros occidentales imponen sobre aquellos.
Por el contrario, Zea asume que la filosofía debe ser parte de la lucha por la liberación y no resultado posterior de una situación de libertad material. Más bien, una filosofía de la libertad debe surgir para dar acompañamiento crítico a las praxis de liberación que llevan a cabo los pueblos oprimidos de América Latina [4]. La filosofía debe asumir la situación de opresión real e ideológica y luchar contra esta situación desde su campo específico; y la asunción de esta situación y de esta lucha debe ir orientada a comprender los nodos fundamentales sobre los que dicha opresión se asienta y desde los cuales se reproduce.
Si se sigue la orientación pensada por Salazar Bondy, en su extremo, podría llegarse a descartar el hacer filosófico priorizando el hacer práctico, principalmente político, como tarea inmediata para conseguir la independencia material. Pero renunciar al filosofar es renunciar a la capacidad comprensiva, crítica y propositiva de toda una tradición de pensamiento en la cual América Latina se inserta de modo inexcusable. Ello impediría comprender muchos de los fenómenos sociales, políticos, económicos y culturales que acaecen en América Latina en el marco de un sistema de hegemonía mundial.
Para Zea, la filosofía debe al menos cumplir dos grandes tareas: la desmitificación de la ideología de la dominación y la construcción de paradigmas sociales y culturales de emancipación humana [5]. Estas dos tareas se encuentran estrechamente vinculadas pues la construcción de paradigmas alternativos frente a la situación actual, requiere de la desmitificación de los paradigmas tradicionales de la libertad que han servido de justificación para mantener en la opresión a la mayoría de la población humana, razón por la cual dichos paradigmas adquieren un carácter ideológico.
La primera tarea, la desmitificación de las ideologías, alude a que la filosofía debe plantarse críticamente frente a todos los discursos que abanderan como propósito la libertad pero sin buscarla de forma total y para toda la humanidad. Estos discursos llevan a prácticas que de suyo son lesivas del estatuto de humanidad de los seres humanos, como es el caso del liberalismo ilustrado que, por una parte, llevaba la libertad –siempre restringida- a los pueblos occidentales pero que a la vez mantenía sometidos a una vasta cantidad de pueblos no occidentales.
La segunda tarea de la filosofía, según Zea, es la construcción de paradigmas de realización humana en libertad, es decir, idear los modos en que dicha libertad puede ser asumida por los seres humanos desde sus condiciones históricas, proponer los fines a los que la humanidad debe aspirar para poder realizarse como humanidad, sin detrimento de ningún grupo humano. Es por ello que dicho paradigma debe abarcar lo más posible la diversidad de modos de ser de los pueblos, tanto de los oprimidos como de los opresores, pues se trata de romper por fin la dinámica de la dominación.
En el plano de la construcción de paradigmas liberadores, la filosofía debe también encontrar al sujeto histórico que debe llevar a cabo en el plano de lo real la construcción de dichos paradigmas como realidades sociales, políticas, económicas y culturales. Los paradigmas se volverían meras utopías, en el sentido peyorativo del término, si no obtuvieran un sujeto concreto, material, que se encontrara en las condiciones históricas para realizarlos. Sin dicho sujeto, los paradigmas de la liberación pasarían a engrosar la ya larga lista de ideologías de la libertad.
Un problema que se plantearía al respecto de este punto es cómo hacer coincidir la ideación de paradigmas que en el plano de lo real no existen todavía y la determinación de un sujeto histórico que pueda ser el encargado de realizarlos. No obstante, esta preocupación cae por su propio peso, pues no se trata de hacer, a la usanza de la literatura utopista del renacimiento, un modelo de sociedad ideal cuyos marcos axiológicos y prácticos se pierden en la bruma de los tiempos, sino más bien de asumir desde las mismas realidades latinoamericanas las posibilidades de construir sociedades más justas y solidarias, más equitativas, asumiendo un marco de valores y de prácticas que no sean impuestas. Es decir, los paradigmas no preceden a las posibilidades históricas ni a las características sociales de los pueblos latinoamericanos sino que nacen de esas características y de esas posibilidades.
Para Zea, tal sujeto emancipatorio es América Latina, debido a sus características sociales y culturales específicas, derivadas de la situación particular de dicho continente con relación a los centros de poder mundial. Cabe recalcar que la problemática del sujeto histórico de la liberación es prácticamente un peldaño obligado de una filosofía circunstanciada que ha dado cuenta de las condiciones de dominación que priman en la realidad y que ha asumido el compromiso por su transformación. De ahí también el hecho de que tal sujeto histórico no corresponda con los reivindicados por otras filosofías de la historia y que, incluso, las perspectivas de dicho sujeto sigan una orientación muy distinta a los preceptos de las filosofías que Zea denomina como ideologías de la libertad.
Notas:
[1] “El problema de la dependencia latinoamericana, que es también compartido por otras muchas zonas de nuestro mundo, hace referencia a diversas expresiones de lo humano, que van de lo político, económico y social a lo que llamamos cultural”. Zea, L. Dependencia y liberación en la cultura latinoamericana. Editorial Joaquín Mortiz. México. 1974. Pág. 32. [2] “Adoptar modelos que han surgido de nuestro auténtico modo de ser, negarnos como ser para adoptar lo que fue expresión de un acto de afirmación de otros hombres en otras circunstancias, que resultan no ser las propias, es lo que ha originado esta nuestra permanente subordinación no sólo a pueblos extraños, sino al mismo espíritu de los hombres que los han originado, haciendo de nuestra aceptación, instrumentos para su propia afirmación y desarrollo”. Zea, L. Ibíd. Pág. 37. [3] Este debate se suscita a partir de la publicación del libro de Augusto Salazar Bondy ¿Existe una filosofía de nuestra América?, que Zea discute en el texto ya citado. Cfr.: Salazar Bondy, A. ¿Existe una filosofía de nuestra América? Siglo XX editores. México. 1968. [4] “Nuestra filosofía y nuestra liberación no puede ser sólo una etapa más de la liberación del hombre, sino su etapa final. El hombre a liberar no es sólo el hombre de esta América o del Tercer Mundo, sino el hombre, en cualquier lugar que éste se encuentre, incluyendo al propio dominador”. Zea, L. Ibíd. Pág. 43. [5] “La filosofía tendrá como función no sólo hacernos consciente nuestra condición de subordinación, sino también la forma de superar esta condición”. Zea, L. La filosofía americana como filosofía sin más. Siglo XXI editores. México, 1969. Pág. 118.Bibliografía
• Salazar Bondy, A. ¿Existe una filosofía en nuestra América? Siglo XXI editores. México. 2006.
• Zea, L. “¿Es posible una filosofía americana?”. En: Zea, L. La filosofía en México. Editora Ibero-Mexicana. México. 1955.
• Zea, L. “América y su posible filosofía”. En: Revista Anthropos. No. 89. 1988.
• Zea, L. La filosofía americana como filosofía sin más. Siglo XXI editores. México, 1969.
• Zea, L. Dependencia y liberación en la cultura latinoamericana. Editorial Joaquín Mortiz. México. 1974.
• Zea, L. Filosofar a la altura del hombre. UNAM. México. 1993.
• Zea, L. La filosofía como compromiso y otros ensayos. FCE. México. 1953.