Ramón D. Rivas*
Un hecho sin precedentes ha causado una honda reacción nacional en El Salvador, pilule luego que el Papa Francisco anunciara que el proceso de beatificación de Monseñor Romero está despejado y que fuentes del Vaticano expresarán que su canonización sería llevada a cabo aquí en El Salvador. Monseñor Gregorio Rosa Chávez incluso ha ido más lejos y afirmó que probablemente el día de su canonización esté vinculado a la Virgen María, pues fue el día de la Anunciación, el 15 de agosto, cuando Monseñor Romero vino al mundo. Y además, que la ceremonia de canonización sería probablemente la plaza del Divino Salvador del Mundo, y que a tal magno evento eclesiástico con probabilidad asistiría el Papa Francisco. Pocas veces un anuncio de martirio y beatificación ha levantado tanto revuelo y alegría tanto en El Salvador como en el resto de América Latina, donde personas de toda clase social y religión han recibido la noticia como una bendición de unidad y de consenso para la familia salvadoreña y latinoamericana. Desde el pequeño pueblo donde nació monseñor Romero, hasta la casa presidencial de El Salvador, pasando por la sede de la Organización de Estados Americanos OEA) en Washington, el decreto que autoriza su beatificación (y, quizá, su canonización directa, sin el paso previo de la propia beatificación) ha levantado alegría y esperanza en todos los rincones y en todos los partidos políticos de El Salvador, donde la figura de Monseñor Romero se ha convertido en una figura de consenso y de unidad nacional, de unidad de la familia y del país. El lunes 24 de marzo de 1980 un balazo disparado al corazón por un francotirador desde un carro apostado en las afueras de la capilla La Divina Providencia, en la Colonia Miramonte de la capital salvadoreña, segaba la vida de Monseñor Oscar Arnulfo Romero (Ciudad Barrios 1917 – San Salvador 1980), quien fungía como Arzobispo de San Salvador. No era el primer sacerdote católico asesinado en el país, tampoco sería el último. Ya en marzo de 1977, Monseñor Romero se había sentido conmovido por el asesinato de uno de sus sacerdotes más queridos, el Padre Rutilio Grande, por ráfagas de ametralladora en la ciudad de Aguilares. Y también, posterior al magnicidio de Romero, en noviembre de 1989, el Ejército salvadoreño asesinaría a seis sacerdotes jesuitas que se encontraban durmiendo en la capilla de la Universidad Católica Centroamericana (UCA), en San Salvador. Por ello, en las mismas fuentes del Vaticano se asegura que el Padre Rutilio Grande podría ser el siguiente mártir de la Iglesia Católica que entre a un proceso de beatificación y luego de la declaración de santidad de San Romero de América. Es importante por ello, el rol que la Iglesia católica, fundamentalmente el de sus miembros que preconizaron “La teología de la liberación”, jugó en el conflicto salvadoreño, pues se trato de un protagonismo al lado de los sectores más olvidados del país. De ahí que la filosofía de Monseñor Romero, “la opción preferencial por los pobres”, siga aún teniendo vigencia y sea, en la actualidad, un referente moral. El asesinato del Arzobispo Romero quedo esclarecido en el Informe de la Comisión de la Verdad, creada luego de los Acuerdos de Paz de 1992, donde se señala como autor intelectual del mismo al ex – Mayor del Ejército salvadoreño, Roberto D`Aubuisson Arrieta, fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que gobernó 20 años este país (1989-2009). Sin embargo, el mismo partido ARENA se ha regocijado y felicitado al pueblo salvadoreño luego de conocerse la noticia de la beatificación de Monseñor Romero. Informes desclasificados tanto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como de la Embajada de Estados Unidos en El Salvador, también señalan como autor intelectual del magnicidio al ex – mayor D`Aubuisson, quien murió en febrero de 1992. A él se le acusa de ser el fundador y principal sostenedor de los escuadrones de la muerte durante el conflicto fratricida. A casi 35 años de su asesinato Monseñor Romero es la figura más arquetípica del país y constituye hoy por hoy el símbolo más preciado de la nación salvadoreña tanto a nivel nacional como internacional. Prueba de su raigambre en el imaginario popular son no sólo las innumerables instituciones que llevan su nombre sino también sus monumentos tanto a nivel nacional como en muchos otros lugares del mundo. En nuestro país, el más significativo de ellos, ubicado a la par del Monumento al Salvador del Mundo, patrono de la nación. La Asamblea Legislativa aprobó en 2010 por unanimidad declarar “Día Nacional de Monseñor Oscar Arnulfo Romero” el 24 de marzo, como un tributo de la nación a su pastor asesinado. El proceso de canonización que sigue la Iglesia en el Vaticano seguramente lo convertirá en Santo en el transcurso de este año, algo muy significativo para un país profundamente católico pero también sufrido. El asesinato de Romero encendió la llama de una guerra civil que padeció durante doce años El Salvador. Las palabras que sellaron su suerte, proferidas poco antes de su sacrificio, aún suenan en la conciencia de millones de salvadoreños que vivieron el conflicto bélico:
“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.”
Treinta y cinco años después de su martirologio Monseñor Oscar Arnulfo Romero vive en la historia de su pueblo.
*Antropólogo y Secretario de Cultura de la Presidencia